Esta recogida, quieta, pacífica y cincuentona Plaza México. La mole de cemento azteca dice verbo tenaz y poderoso de las faenas realzadas en su ruedo. Parece que el tiempo se ha detenido aquí, dictando a los aficionados su lección de eternidad. Desde todos los ángulos, barrera o balcones, la historia acecha. El recuerdo de los grandes, procura sabor a esta plaza, que encierra en su círculo toda una filosofía de la historia del toreo.
Tiene la plaza, el doble encanto de lo antiguo y lo moderno. Parece muerta y, sin embargo, en sus entrañas todavía no exhaustas fluye cálida y palpitante la sangre de una tradición que une lo español y lo mexicano, y le da ese aspecto solemne, propicio para meditar el rito de la muerte en vivo y a todo color.
He aquí el ambiente de la Plaza, a veces en el quietismo dulce en que vive y otros los domingos en el agotador ir y venir de aficionados en medio del rumor de los soles y silbidos. Al inicio de las temporadas de novilladas ¡por fin! la gentil afirmación del renuevo de la vida simbolizado en los novilleros y la melancolía del toro muerto arrastrado por las mulas.
Este renuevo aparece vital para la fiesta brava y la política en México, en estos momentos de crisis, cuando el naufragio parece adquirir alcurnia de cataclismo. Atrás se quedó la fecundidad del movimiento de los años cuarenta y cincuenta; el de Armillita, Lorenzo Garza, El Soldado, Carlos Arruza, Jesús Solórzano, Silverio Pérez, Luis Procuna, que se prolongó a Manuel Capetillo, terminó en Manolo Martínez.
Lo que ahora percibimos no es la trepidación de las revoluciones actuales que luchan para crear algo, sino simplemente la algarabía de los modernistas con chivines despuntados, a los que ni por esas, les realizan el toreo de siempre con el punto de la originalidad y naturalidad.
Sólo queda la esperanza ¡que otra! que salga un novillero que afirme la renovación del toreo de los cuarenta. La tarde de ayer y la del domingo pasado, aún no apareció. Más de la misma pasado por agua.
Novillos de Santa Rosa de Lima, desiguales en presentación y juego, pero todos difíciles, ásperos y descastados, y novilleros sin recursos, ni oficio para lidiarlos.
Círculo vicioso del que parece no puede salir la fiesta en México. Novilleros que llegan a la México, sin los elementos mínimos para enfrentar la Plaza que da y quita. Si a eso se agrega su falta de personalidad, el panorama se antoja muy negro. La tarde de ayer, sólo Jorge Benavides apuntó buenas maneras, planta de torero y naturalidad en la cara del toro, a pesar de sus limitaciones.
Sólo la espera, en los toros y la política...