ƑCuál es el futuro del país sin ingeniería mexicana?
Gustavo Viniegra González
Este artículo fue inspirado por la conferencia magistral que como miembro de honor de la Academia Mexicana de Ingeniería pronunció Javier Jiménez Espriú el 25 de septiembre de 1997, y a guisa de respuesta a la convocatoria que hizo el presidente Ernesto Zedillo, en Los Pinos, hace poco tiempo, al solicitar que los académicos nacionales demos nuestra opinión sobre su iniciativa de reforma constitucional para la apertura de la industria eléctrica.
Jiménez Espriú afirmó: "El marco de la llamada política del libre mercado nos condujo a la importación de todo (...) con consecuencias y secuelas que aún padecemos... Entre ellas, la crisis de la ingeniería mexicana que ha provocado, en síntesis, la desaparición de los grupos de especialistas del sector público". Giddens, por su parte, acuñó la frase: "el efecto inesperado de la acción". Quizá nuestros dirigentes tienen las mejores intenciones, pero los frutos de esa política han conducido a graves pérdidas en nuestro capital intelectual, formado por más de 50 años.
El actual secretario de Energía, Luis Téllez, nos dice que la apertura de la industria eléctrica al capital internacional facilitará nuestro ingreso a la tecnología de punta en cuanto a control de los procesos de generación y distribución de la electricidad. Así, el Presidente nos informó en Los Pinos que podríamos tener centrales eléctricas más pequeñas y eficientes que las actuales.
Pero según el análisis comparativo que hizo Jiménez Espriú, los grandes proyectos energéticos recientes (Planta Mérida II, Gasoducto Mérida III, Cerro Prieto IV y Huites) han conducido a participaciones completamente minoritarias de las empresas mexicanas, e incluso ausentes (en Rosarito III). Por eso Jiménez Espriú opina que estamos atrofiando a los grupos de ingenieros mexicanos con un exceso de participación extranjera, aunque desde fines de los años 30 los gobiernos federales habían tomado el camino de fomentar y desarrollar la ingeniería de grandes proyectos con empresas públicas y privadas mexicanas.
Por ejemplo: en 1938 se tomó una decisión que marcó el desarrollo de la industria petrolera en manos mexicanas con un riesgo muy grande. No había químicos ni ingenieros que supieran cómo producir gasolina. No había geólogos petroleros formados en México. Las empresas de ingeniería civil eran incipientes y muy poco desarrolladas. Y, por encima de ello, estaba el bloqueo declarado y estricto de las empresas petroleras internacionales, que impedían adquirir piezas de repuesto, equipo, maquinaria e incluso bloqueaban créditos para nuestro país.
Ese año hubo escasez de alimentos por falta de transporte. Algunas plantas de refinación dejaron de funcionar y no se sabía cómo construir refinerías nuevas o montar fábricas productoras de aditivos para gasolina. Pero México salió a flote y logró construir una de las industrias petroleras más grandes del mundo. A partir de los años 40, las grandes empresas de ingeniería mexicana construyeron caminos, puentes, presas y edificios. Instalaron plantas termoeléctricas e hidráulicas, y crearon el capital físico y humano que permitió pasar de un país pobre y atrasado a uno moderno y en franca expansión económica.
Ahora nos dicen que, debido a los errores financieros cometidos uno tras otro durante casi 20 años, el país debe renunciar a su política de expansión sustentada en su propia capacidad de ingeniería. Y debemos lanzar por la borda equipo, tecnología y recursos humanos. Así, la ciencia y la tecnología son vistos como un adorno o un lastre costoso. También se nos pide conformarnos con un gasto científico fijo, de 0.3 por ciento del PIB, cuando el nivel competitivo internacional es de 1 o 2 por ciento. Por eso, un "efecto no deseado" de la privatización eléctrica sería completar la atrofia de la ingeniería mexicana, y uniéndome al académico Jiménez Espriú, quisiera sumar mi crítica a esa iniciativa de privatización del sector energético.
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