Héctor Aguilar Camín
Sufragio efectivo: sí reelección
Una vez que ha sido arrancada de manos del gobierno la manipulación de las elecciones, mantener la no reelección es limitar la voluntad de los ciudadanos. La no reelección se impuso como necesidad política en México porque el gobierno controlaba las elecciones. Que hubiera reelección era poner en manos del gobernante su reelección. En las elecciones no hablaban los votantes sino el gobierno, que controlaba e inventaba los votantes.
Por eso, desde que triunfó la república, en 1867, cada elección presidencial fue una ocasión de discordia más que una forma de renovación. La única forma de ganarle al gobierno unas elecciones era desconocerlas y rebelarse. Fue lo que hizo Porfirio Díaz en 1871 contra la reelección de Juárez y en 1876 contra la reelección de Lerdo de Tejada.
Díaz fracasó en la primera revuelta, conocida como de La Noria, y triunfó en la segunda, conocida como la Revolución de Tuxtepec, que lo llevó al poder. Emprendió ambas bajo el lema de la no reelección. Luego cambió la no reelección impuesta por su triunfo y se reeligió desde 1884 hasta 1910.
Madero se rebeló contra la reelección de Díaz en 1910 y dio paso a la Revolución Mexicana. El triunfo de Madero selló el principio de la no reelección como mandato nacional de México. En 1919, el caudillo revolucionario Alvaro Obregón se rebeló contra los intentos del presidente Venustiano Carranza de imponer un candidato oficial en elecciones que seguían siendo hechas por el gobierno. Obregón triunfó en su rebelión y luego en las elecciones donde obtuvo el cien por ciento de los sufragios.
Obregón dejó el poder en manos de Plutarco Elías Calles, pero el paisano de ambos, Adolfo de la Huerta, se rebeló militarmente contra la imposición. Fue derrotado y Calles ganó en las elecciones.
Durante el gobierno de Calles (1924-1928) se cambiaron las leyes que prohibían la reelección para que Obregón pudiera reelegirse. Contra esa reelección se rebelaron militarmente los paisanos de ambos, Francisco Serrano y Arnulfo R. Gómez. Fueron derrotados y Obregón se reeligió. Siendo presidente (re)electo, Obregón fue asesinado. Su muerte volvió a sellar en la ley y en la memoria pública la conveniencia de la no reelección. Desde entonces no existe la reelección del poder ejecutivo en México de ningún nivel (federal, estatal, municipal). En los años treintas se prohibió también la reelección en el poder legislativo. En los años cincuentas se volvió a permitir la reelección de diputados, pero no continua, sino alternada.
En México, la no reelección fue una manera de aceptar que las elecciones eran fraudulentas, hechas a la voluntad del gobierno. Fue una medida sana para disminuir los costos de una práctica enferma. Contra el fraude electoral del gobierno, se estableció el seguro de la no reelección.
Las cosas han cambiado radicalmente en ese frente. La práctica enferma de origen ha sido desterrada. Las elecciones federales en México no son más un asunto del gobierno. No pueden manipularlas los gobernantes en turno.
El sufragio se ha hecho por fin efectivo. La reelección debe entonces ser restituida como un derecho de los votantes a premiar el desempeño de sus elegidos, haciéndolos repetir en el puesto donde hayan dado buenos resultados. Si las elecciones expresan la voluntad ciudadana, no hay razón para limitar esa voluntad impidiéndole a la gente reelegir a quien le ha dado buenos resultados. Si el sufragio es efectivo, debe poder elegir y reelegir. En apoyo del sufragio efectivo debería suprimirse la no reelección: devolverle a los ciudadanos el poder pleno de castigar al mal gobernante con su rechazo en las urnas y premiar al bueno con su reelección. El poder de elegir ha pasado del gobierno a la ciudadanía. La ciudadanía debe darse el poder de reelegir.
La reelección continua puede establecerse sin más en el poder legislativo, para tener legisladores profesionales, que puedan hacer carreras largas en las cámaras y atiendan antes que nada a la voluntad de sus votantes. Debe establecerse también la reelección en el poder ejecutivo al menos por un periodo para dar una opción de continuidad a los buenos gobiernos. Convendría en este punto establecer periodos de gobierno de cuatro años, que amplíen los raquíticos trienios de la administración municipal y reduzcan los interminables sexenios de los gobiernos estatales y la Presidencia de la República.
Elegir presidente y gobernador por cuatro años con opción a otros cuatro es más razonable que elegirlos una sola vez por seis. Revísense los años quinto y sexto de los presidentes de México, a ver si no hubiera sido preferible que sus gobiernos terminaran en el cuarto.