La Jornada Semanal, 25 de julio de 1999
Fadanelli ha publicado un par de novelas en Plaza y Janés. La primera fue premiada en la Feria del Libro de Monterrey como la mejor de 1997 y la segunda, ¿Te veré en el desayuno?, fue presentada a principios de julio como preámbulo al gran reventón para celebrar una década ``mohosa'', en un atrillo del kitsch posmoderno: el ``Amanecer Tapatío''.
Esta novela, Para ello todo suena a Frank Purcell, tiene una provocadora leyenda en la contraportada, al denunciar que dos grandes editoriales (Planeta y Tusquets) la rechazaron por considerarla ``frívola''. ¿Cuál es tu opinión al respecto?
-La contraportada es un ardid publicitario, pero también tiene algo de cierto. Creo que la novela fue rechazada por ambas editoriales porque no convenía a ciertos intereses estéticos que dominan en el mundo editorial hoy en día. Es decir, formalmente y por su contenido parece una novela frívola, que no tendría por qué ser considerada dentro del catálogo de editoriales supuestamente serias. Pero pienso que es una novela que se debe mucho a su tiempo, que tiene una liga indisoluble con el presente y que tenía que ser publicada ya; por eso decidí publicarla en mi propiaeditorial. No podía aguardar a que esa figura obscura y clásica representada por los dictaminadores, decidiera que mi obra tenía o no un valor literario. Determiné publicarla con todo cinismo y desvergüenza.
-El personaje principal de esta novela es una muchacha de veinte años que cuestiona de una manera muy directa a la sociedad establecida. ¿Qué tanto te interesa hacer un retrato real de una generación?
-El personaje Carla Bellini es un híbrido entre un testimonio particular, es decir, mi relación y mi amistad con mujeres y amigas nacidas después de los setenta o los ochenta, y por otra parte, la perspectiva literaria que yo guardo desde un punto de vista masculino. Por un lado es testimonio; por otro, ficción e invención. Carla Bellini crece sin el cuidado familiar, sin esa cárcel que representa la familia, esa especie de fábrica de sentimientos, de lazos o ataduras; se convierte en una especie de outsider que mantiene o cultiva el cinismo suficiente para mirar el mundo sin juzgarlo. La perspectiva de Carla Bellini es una perspectiva desinteresada pero también cínica y amoral del mundo. Esto solamente podía darse en una jovencita que ya no está supeditada al peso de los ideales y que sabe el valor de su propio cuerpo. Incluso entra en una competencia terrible con su madre; hay un momento de la novela en que dice: ``el problema con mi mamá es que ambas somos mujeres y que yo soy más joven''. Es el problema fundamental de una pícara de fin de siglo. Siempre me ha atraído el personaje femenino desde una visión masculina.
-Más allá de las generaciones, cuestionas una doble moral permanente vinculada con el poder.
-Yo no lo plantearía precisamente en esos términos, aunque sí creo que Carla, una mujer que no cultiva intereses económicos ni sociales, puede mirar con cierto desprecio y también con cierta libertad a aquellas partes de la sociedad que funcionan a partir de morales ambiguas, como las clases sociales altas o las instituciones familiares. Más que un cuestionamiento, es una especie de mirada libre y cínica respecto de ciertos estados morales en los que nuestra sociedad se afinca y cultiva. La mayor parte de mis personajes no se adapta al deber ser de las morales predominantes; transgreden a través de sus palabras, de su comportamiento, de una ética particular, los valores morales tradicionales. Esa transgresión es fundamental en mi literatura; estoy muy seducido por los personajes que cultivan éticas inadecuadas, poco correctas o incomprendidas. No hay una ideología detrás; hay más bien una seducción personal, una obsesión si quieres, una manía más que una ideología o un cuestionamiento.
-¿Qué sentido real encuentras en la dinámica del underground, de lo alternativo?
-Siempre he estado interesado en esa especie de estética perdediza que supone la creatividad underground. Es decir, aquella que no se inscribe en las grandes corrientes históricas, que tiene una duración efímera, que tarde o temprano se pierde, que crece o se desarrolla por el puro placer de expresarse. Hay algo de romántico en esta idea. Lo que más me interesa es el cultivo de esa estética que puede tener relaciones con el mainstream, volverse moda o permanecer en la oscuridad. La ventaja o la bondad del underground es que siempre permaneces en la oscuridad. Recuerdo mucho la frase de Cioran que decía que hay algo de farsante en todo aquel que triunfa. No concibo que el underground se convierta en mainstream. Lo concibo como una especie de derrota perpetua, donde se producen signos y obras, donde afloran las tendencias subterráneas, y que si quieres pertenecer a ellas o quieres ser testigo de su función o su expresión, tienes que buscarlo, hacer un esfuerzo y no estar esperando a que los medios de comunicación, la cultura dominante o la moda, te lo lleve a tu casa. Para mí, en eso estriba la diferencia fundamental entre la literatura underground y la literatura alternativa, o el arte underground y el arte alternativo o contracultural. Obviamente, siento mucha simpatía por la contracultura; también simpatizo con el arte alternativo, pero no me interesa porque la historia nos ha enseñado que la contraparte se vuelve parte y autoridad, y es preferible no jugar al juego dialéctico de la historia sino estar un poco aparte.
-¿Cómo ves la literatura contemporánea en México?
-Creo que, a diferencia de hace unas décadas, la característica fundamental de nuestro tiempo es lo fragmentario. Creo que lo único interesante para la literatura del siguiente siglo es la fragmentariedad, la posibilidad de convivencia entre muchos tipos de literatura y de una infinidad de tendencias literarias que no quieran valer como dogma para que no volvamos otra vez a esa época. El siglo XX estuvo marcado por patriarcas culturales, por las revistas que se abrogaban el papel de conciencia cultural de un pueblo. Creo que el escritor del siglo XXI no tendrá la importancia que tuvo el del siglo XX como rector moral de la sociedad. La idea romántica que tenemos del escritor se está perdiendo. El escritor como conciencia cultural de su época es una idea que llega a su fin, no sé si por fortuna o por desgracia, pero creo que esa figura romántica del escritor transgresor ha sido asimilada, y lo digo sinceramente, después de ver a mis amigos escritores contemporáneos, tan deseosos de figurar, tan retenidos por la academia, tan abotargados por las influencias. El escritor del siglo XXI tendrá un agente literario, venderá libros, entrará al mercado. El nuevo escritor es una figura comercial que vende historias, que se integra al mercado, que tiene buena publicidad.
-¿Qué piensas de las mujeres?
-Se me ha acusado de misógino, pero siempre digo que no odio a las mujeres, sino que les tengo miedo. Digamos que son un mal necesario y que soy un hombre seducido hasta la barbarie por el universo femenino. Si hay un espacio en el que he podido desarrollar mi irracionalidad es aquel donde predomina el signo femenino. Creo que al final de mi vida las sensaciones más placenteras, más amables y más generosas que me habré llevado son las que me proporcionaron algunas mujeres. No quiero decir tampoco que les deba nada en absoluto.
-¿Cuál es la propuesta de tu nueva novela?
-En mis novelas siempre había un héroe, una especie de personaje transgresor. Ahora pretendí hacer una novela en la que todos los personajes fueran totalmente anodinos, que no pudieran ser ejemplo de nada ni de nadie, incapaces de cumplir incluso con su propia función de personajes. Es una novela más que del desencanto, de la mediocridad.
-¿Quiénes son tus escritores favoritos?
-No tengo un escritor favorito. Hay novelas, ensayos, filósofos. De alguno tomo una frase, de otro una novela o una declaración; hago una especie de Frankenstein. Me siento muy atraído por la literatura norteamericana: John Kennedy Toole, Phillip Roth, Truman Capote... También Jorge Ibarguengoitia me gusta mucho. En fin, no quiero nombrar, soy fácilmente seducible, los escritores me pueden convencer fácilmente, siempre y cuando no sean pedantes, que no sean demasiado buenos. A los escritores muy buenos nunca les creo nada. Ahora me he alejado más de la novela, estoy leyendo ensayo... Jon Fante, otro escritor norteamericano, Espera la primavera, Bandini, Pregúntale al polvo, etcétera.