La Jornada Semanal, 25 de julio de 1999
Iglesia y televisión en la edad electrónica
En la telecracia contemporánea, la celebridad es sin duda la forma posmoderna de la santidad, y construye a su alrededor rituales litúrgicos, mitológicos y ecuménicos (que son expresiones antropológicas y metahistóricas) con formas modernas, es decir, a través del tubo catódico y de los pixels de las pantallas.
No puede no llamar la atención del Papa el hecho de que la Reforma protestante y la consecuente ruptura de la unidad cristiana haya sido en gran parte el producto de una innovación tecnológica -la imprenta- que cambió la estructura de relación entre la institución y sus feligreses. Con la difusión del libro impreso y de la lectura, el cristianismo inició un camino imparable e involuntario de mutación endógena y de adecuación a los nuevos medios para poder comunicar con eficacia y seguir siendo una presencia en la historia. ¿Qué cambios provocó la invención de Gutemberg en la religión católica?
1. Antes que nada, la palabra, y también la palabra de Dios, fue reducida al silencio. El murmullo continuo de los monjes medievales que rumiaban la palabra de Dios y que, a través de la atención común a la lectura de los textos sagrados, creaba una comunidad, desaparecería para dejar su espacio a la lectura individual y silenciosa. Este es un cambio que influye en la esencia misma de la relación entre el feligrés y las escrituras. Es suficiente recordar que en el principio no fue la palabra escrita sino que fue el Verbo. La palabra hebraica miqrah, que es la Biblia, no significa ``escritura'' sino ``discurso vivo''. Si ``el medium es el mensaje'', entonces la lectura silenciosa de los libros sagrados provoca una alteración del mensaje. Dios se manifestó a través de sonidos: la lectura silenciosa impide esta manifestación. Es curioso que uno de los grandes responsables de este cambio, Martín Lutero, haya dicho: solae aures sunt organa Christiani (sólo el oído es un órgano cristiano).
2. La lectura silenciosa es por definición una práctica solitaria y eso niega el sentido de la comunión en torno a la palabra de Dios, de su forma de ser escuchada, que fue esencial en las primeras prácticas religiosas.
3. La posibilidad ofrecida por la imprenta de transformar a todo fiel en un lector, y a todo lector en un intérprete de los textos sagrados, rompió la unidad interpretativa porque ``el mundo de la imprenta es visual. El ojo no es una fuerza unificadora. Lleva a la fragmentación. Permite a cada uno tener un punto de vista'' (Marshall McLuhan).
4. El texto leído en silencio es un texto diferente al rezado y escuchado porque los procesos cognoscitivos son diferentes. En la lectura muda el mensaje es racionalizado, percibido conceptual, no sensorialmente, como en el rezo. Es un mensaje dirigido al intelecto que codifica y no a los sentidos que dan al sujeto una experiencia anterior a la descodificación.
5. La imprenta logró la traducción de los textos sagrados en lenguas nacionales, iniciando así el proceso que llevaría a la abolición del latín. El latín era el idioma comunitario, y por eso sagrado, y la faltaÊde comprensión del sentido de las palabras en las misas no tenía mucha importancia, pues se trataba de mantener la dominación psicológica, ya que el mensaje de la liturgia no debía ser recibido racionalmente. Cuando la palabra de Dios fue traducida en idiomas nacionales, entonces no fue más Verbo, sonido, sino instrumento para expresar un concepto racionalmente inteligible. El latín ya no tenía sentido porque ya no era el idioma comunitario del Verbo. Si Dios se expresa en muchos idiomas, el sonido del rezo no tiene ya valor en sí. El cura, entonces, puede dirigirse a los feligreses en la misa y dar la espalda al altar porque la suya es una explicación lógico-pedagógica y ya no más una celebración en el idioma de Dios. El ritual no se dirige a Dios sino a los feligreses para que lo entiendan.
Así las cosas, es normal que el Papa esté más que atento a las innovaciones tecnológicas de los medios de comunicación. En este sentido Karol Wojtyla, el Papa viajero, el Papa que el historiador francés Jacques Le Goff describió como ``la Edad Media más la televisión'', sería el primero que no llegó tarde a un cambio social, demostrando así que su conservadurismo no es una posición dogmática a priori sino una actitud pragmática e instrumental.
Quizá el Papa ve en la televisión el lenguaje universal que la Iglesia perdió al abandonar el latín. Un lenguaje que tiene fuertes puntos de contacto con el religioso porque ambos eliminan una actitud crítica racional y piden que nos dejemos envolver sensorialmente por el mensaje, que nos dejemos penetrar por una experiencia antes que por su descodificación. Televidente y feligrés acceden a sus propias liturgias con modalidades similares. Además, si la imprenta y la cultura escrita rompieron la unidad cristiana a través de la atracción del lector hacia su interioridad, hacia una psicologización de su relación con el texto, los medios electrónicos, al contrario, llevan hacia un ecumenismo muy a menudo independiente de nuestra voluntad. El Papa sabe que la gente adquiere una especie de sentido comunitario planetario sólo durante los eventos mediáticos mundiales, como las Olimpiadas o el Campeonato mundial de futbol. Sabe que eso es posible gracias a la televisión y, por lo tanto, es natural que eche mano de este instrumento para proponer el sentido de lo religioso como opción comunitaria. El Papa sabe que nos encontramos en el umbral de una cultura fundada por la imprenta, sabe que el cristianismo nació en un contexto oral pre-alfabético, sabe que vamos hacia una cultura electrónica pos-alfabética. Sabe, entonces, que puede encontrar en la televisión un aliado para recuperar aquel fundamento alógico en el cual se manifestó la palabra de Dios, palabra que la imprenta despojó de una parte de ese misterio tan necesario para cualquier religión.
Los medios electrónicos permitirían al Papa estar tranquilamente sentado en el Vaticano y desde ahí conectarse con todo el mundo. Esto al menos en teoría, pero la teoría no corresponde a la práctica. El Papa está obligado por los mismos medios masivos a viajar, porque sólo viajando puede construir y ofrecer un acto mediático, una noticia. Si se quedara en el Vaticano obligaría a los canales televisivos a incurrir en prácticas políticas y confesionales, y por lo tanto, sólo los canales católicos cubrirían el evento. Viajando, el Papa da a los medios no un acto religioso sino una noticia, porque una multitud se reúne, y eso es espectáculo, y el espectáculo -desde el punto de vista televisivo- es una noticia. Las masas son usadas por el Papa para transformar sus viajes en programas televisivos. Si no lo acogieran las multitudes no estarían allí las cámaras: las masas son la coreografía necesaria para la reproducción televisiva. Podemos quedarnos en casa a ver al Papa en la tele sólo porque muchos fueron a verlo al estadio. El Papa, desde un punto de vista televisivo, es sólo la mitad del evento; la otra mitad son los feligreses. He aquí por qué no puede encerrarse en el Vaticano frente a una cámara aunque esto sea teóricamente posible.
En la televisión, ya no es importante lo que el pontífice dice (que por lo regular se dirige principalmente a los pocos poderosos para que apliquen políticas afines al cristianismo) sino lo que muestra, lo que comunica a los sentimientos de la gente al mezclar antiguos gestos sagrados con los cotidianos gestos humanos. En este sentido la televisión es una gran ayuda; por una parte es despiadada al señalar cada movimiento mínimo -un bostezo, una incertidumbre en los pasos, una embarazosa amnesia- que ``humaniza'' al Papa, lo hace tierno, más cercano a la gente que el hombre encerrado en el Vaticano y ``mostrado'' a los fieles desde una ventana como se hace con un fetiche. La candid camera de la televisión en vivo desnuda al Papa y le da más appeal porque lo obliga a compartir su cuerpo con los televidentes, en una especie de eucaristía visual. Tal vez el Papa siente que el uso de la televisión puede incrementar una religiosidad que se aleje de la racionalidad para recuperar la actitud alógica (que no quiere decir irracional) necesaria para la experiencia espiritual. En suma, si la televisión nos programa para una recepción sensorial no racional -pero tampoco irracional- eso debe ser muy interesante para quien, como el Papa, trata de comunicar un mensaje espiritual.
Hay otra consecuencia de la relación entre Iglesia y medios electrónicos, tal vez menos evidente, pero más peligrosa porque es más sutil, e involucra más a la teología que a la acción pastoral. Si la Iglesia necesita de los medios tecnológicos, si el mundo es gobernado por la técnica, quiere decir que la tecnología es más poderosa que la Iglesia; quiere decir que la tecnología toma el lugar de lo Sagrado. La tecnología no necesita publicitarse como el Papa, porque para hacerlo utiliza todas las ideas que aceptan y celebran su eficacia. Podemos tranquilamente imaginar una televisión sin Papa. Sin embargo, ¿podemos imaginar al Papa sin la televisión?
Para terminar, otra observación: el Papa en televisión y en la megapantalla de un estadio, es la reposición del problema de Santo Tomás y la aceptación de que, en la época moderna, sin visibilidad no hay credibilidad. El Deus absconditus de Pascal está siempre más escondido, pero sus mensajeros tratan de dar a su palabra una visibilidad que ya no reconoce su origen en el Verbo.