Luis González Souza
La UNAM y el futuro de México
Puede sonar exagerado, pero tal vez no lo sea. El futuro de México depende en mucho de la forma en que se resuelva el conflicto en la UNAM. Y es que este conflicto ha puesto en juego una serie de derechos y libertades de la mayor trascendencia. Y lo ha hecho en un momento decisivo, un momento en que las huestes del autoritarismo están cada vez más cerca de hacer abortar la transición del país a la democracia.
Lo más evidente tiene que ver con el derecho de todos a la educación y con el derecho de la nación al desarrollo, derechos que se interrelacionan como nunca y que aumentan su importancia a medida que el mundo se adentra en la era del conocimiento, y en la misma en que la división internacional del conocimiento tiende a monopolizar la educación de mayor nivel en los países ricos al tiempo que los pobres se limitan a una educación-maquila: la necesaria para simplemente adiestrar trabajadores, empleados, empresarios y gobernantes proclives a la subordinación. Capacitación más que educación de personas eficientes más que de ciudadanos pensantes.
Para ello no hay mejor vehículo que la universidad-negocio, que tiende a consolidarse ahora en la propia UNAM y que, a final de cuentas y de manera lógica, ha generado la resistencia de los estudiantes todavía no robotizados, a los que se han sumado una buena cauda de trabajadores administrativos y académicos, así como padres de familia y amplios sectores de la sociedad no acomodada ni conforme con un mundo de países educadores y países capacitadores. Aquí es donde afloran otros derechos tan vitales cuyo ejercicio nadie puede cuestionar.
En primer lugar está el derecho a la resistencia, o a la defensa propia, si se prefiere. Inclusive por normas de alcance universal, todo individuo y toda nación están autorizados a defenderse contra todo aquello que los empuje al analfabetismo abierto o a la educación-maquila. Y esa defensa es justamente la que hoy están desplegando los huelguistas de la UNAM en beneficio no sólo de las futuras generaciones de estudiantes, sino del país entero.
Pero su lucha no sólo es defensiva. No se reduce solamente a frenar la mercantilización, la elitización y el empoliciamiento (policías, espionaje, porrismo) de la principal Universidad de México y de América Latina toda. Su lucha también es propositiva. Su propuesta es tan legítima y elemental como el derecho en que se funda: el derecho a mejorar, el derecho a luchar por el cambio. Puede resumirse en la recuperación y el fortalecimiento de la UNAM en tanto institución pública, plural, incluyente, autónoma, nacional, nacionalista y estratégica en cualquier proyecto alternativo de país. Y, además, la propuesta es que ello se haga de manera tan transparente y eficaz como democrática, es decir, a través de un ''congreso democrático resolutivo''.
ƑEs eso un crimen? Por supuesto que no. Lo criminal más bien sería reprimir al movimiento estudiantil de cualquier forma: con la fuerza pública, con juicios y abogángsters, o, como ya ocurre ahora, con una represión moral armada de linchamientos y calumnias, lo mismo que de monólogos autoritarios hasta la semana pasada disfrazados de diálogo, y ahora ni eso.
Todo el país está urgido de que se ejerza mucho, y se respete más, el derecho a luchar por un cambio democrático. Si esto no se logra en la mismísima UNAM; si aquí también triunfan las huestes de la represión, luego no podremos escandalizarnos frente a la aparición de un México fascistoide. De suyo preocupante ya son los primeros asomos de cacerolismo y de manipulación grotesca de los medios de información (caso Stanley, automovilistas prende-faros), para no hablar de la creciente militarización y de la represión genocida del zapatismo en Chiapas. Por sí sola, esta última tiende a aniquilar el singular aporte de los pueblos indios a la reactivación de la dignidad y de la esperanza por todo el país (y por buena parte del mundo).
Ante ese panorama, cualquier represión al movimiento estudiantil aceleraría como pocas cosas el aborto de la transición democrática. Si el aniquilamiento de la lucha indígena dejaría a México sin corazón, el de la lucha estudiantil dañaría enormemente su cerebro. El proyecto nacional simplemente quedaría reducido al de una nación vegetal.
Correo: [email protected]