Grandes historias en órbita alrededor de los viajes espaciales. El primer paso en la Luna del astronauta Armstrong, seguido por los pasos de Aldrin y observado por Collins desde la cabina de la nave. Nadie sabe en realidad cuál fue la gran historia de este viaje. Recientemente Aldrin, mejor conocido en el ambiente espacial como Buzz, presentó un proyecto para construir una base lunar y una línea de transporte público que solucione la incomunicación que existe en la ruta Tierra-Luna. Cuando un periodista cuestionó la utilidad del proyecto, Buzz argumentó que existen indicios de que existe hielo en el polo lunar, y que si hay hielo hay agua y que con agua se puede fundar una base y hasta un hotel. Luego sugirió, y esto parece mejor argumento que el anterior, que él y sus colegas, allá arriba, habían contemplado fenómenos inexplicables.
De Neil Armstrong se sabe poco y de Collins, que nació con el karma de tener apellido de coctail, se cuenta que no ha dejado de beber desde que se bajó del camioncito de rescate en Cabo Cañaveral, en julio de 1969.
Hay quien dice que esta historia del viaje a la Luna sucedió en un set de televisión. Hoy esto ya no tiene importancia, todos sabemos que sucede lo que transmite la televisión, aun cuando no haya ocurrido. Este orden contemporáneo de la realidad nos da, a los que no aparecemos en la televisión, un margen de libertad asombroso: lo que nos ocurre todos los días en realidad no está sucediendo.
El diario francés Liberation publicó el miércoles pasado una nota sobre el encuentro espacial entre dos astronautas franceses: Michel Tognini iba montado en una nave estadunidense que coincidió con la estación espacial Saliout-7, que era rusa y que traía al astronauta Jean-Pierre Haigneré como invitado especial, o mejor, espacial. En el momento justo del encuentro visual, el capitán gringo, al tanto de que Hollywood no es la industria cinematográfica sino el ejemplo y la conciencia de todo su país, mandó este saludo que pudo haber enviado, en esa misma situación, el actor Tom Hanks: ''Good morning, zdrazdvitsie, bonjour".
Si la historia del viaje a la Luna no existió, también hay que considerar que da exactamente igual que haya existido o no el aventurón de los dos astronautas franceses.
Los japoneses tienen también su historia espacial. A la que no sucedió y a la que no importó que sucediera, hay que agregar la que está por suceder: la compañía constructora japonesa Shimizu promete que antes del año 2020 pondrá un hotel de cinco estrellas en órbita alrededor de la Tierra. Por su parte la constructora Obayashi, también japonesa, anunció que antes de la mitad del siglo que viene inaugurará un hotel en Marte.
Quizá los ''fenómenos inexplicables" de Buzz Aldrin y sus colegas puedan ir perfilándose con estas líneas que escribió Jorge Luis Borges, en el prólogo de las Crónicas marcianas, de Ray Bradbury: ''Ludovico Ariosto imaginó que un paladín descubre en la Luna todo lo que se pierde en la Tierra; las lágrimas y suspiros de los amantes, el tiempo malgastado en el juego, los proyectos inútiles y los no saciados anhelos".
Aquella historia de la Luna que no sucedió, no ocurrió en China, ni siquiera en el formato de set de televisión. Que algo no suceda dos veces es indudablemente un suceso.
En julio de 1969, ningún chino de los que gozaban de la revolución cultural, tuvo noticia de que Armstrong había puesto el pie en la Luna, o en el set de Luna, si se prefiere. La noticia de la conquista del espacio llegó un año después, en abril de 1970, fecha en la que se conmemoraba, hasta hace poco, el lanzamiento del primer satélite chino, el Dongfanghong-1, que contaba con el lujo de unos altavoces que emitían, para cualquier habitante del vacío espacial que quisiera oírlo, el himno favorito de Mao: El oriente es rojo.
Como añadido de esa historia espacial japonesa que sucederá, está de los chinos en donde no se sabe qué demonios sucederá: un proyecto espacial que será lanzado o faxeado o inoculado entre el 21 de septiembre y el 1 de octubre, y que posee este nombre misterioso: Proyecto 921.