La rigidez del rector, la de sus asesores dentro y fuera de la universidad y sus seguidores incondicionales han conducido el conflicto en la UNAM a un callejón peligroso. Eso era previsible más allá de los desatinos tácticos del movimiento y su propia ausencia de flexibilidad, que merecen comentarios y crítica.
Sin el menor sentido autocrítico, ajeno a cualquier disposición para el dialogo verdadero y la negociación, aferrado al autoritario principio de autoridad y atrincherado en un falso legalismo, el único propósito del rector es aplastar al movimiento estudiantil, humillar a sus protagonistas, dar una lección ejemplar para que no repitan el intento de oponerse a los planes de las autoridades. En este nada universitario empeño el rector ha podido unir desde el presidente Ernesto Zedillo hasta intelectuales que ante el conflicto, sin duda complicado y difícil, enseñan su vena autoritaria, ejemplo de lo cual es Federico Reyes Heroles, quien declaró a El Universal (21 de julio) ''si no hay cómo restaurar la legalidad interna de la institución, va a tener que llegar el momento dolorosísimo en que las autoridades tengan que invocar a la fuerza pública''. Dígase como se diga, esto es un llamado y justificación anticipado de la represión para ponerle fin a la huelga.
En lugar de buscar los caminos de negociación y la solución del conflicto, el rector y todos sus seguidores, por el contrario, se empeñan en crear el clima más inadecuado para resolverlo: hacen al CGH un conjunto de propuestas a sabiendas que son inaceptables, rompen las negociaciones y alientan una campaña de desinformación y linchamiento con el apoyo de profesores eméritos, abogados que piden cárcel para los estudiantes y locutores de la radio y la televisión. En realidad se está creando un clima de represión; se empieza a apostar a que sea la nueva policía preventiva nacional o el Ejército abiertamente los que le resuelvan el conflicto al rector y a quienes han sido incapaces de idear una solución política. Se espera que los Gutiérrez Oropeza del momento se hagan cargo de este problema.
Es mala señal pero equivocan el camino. A estas alturas de una prolongada huelga estudiantil pacífica y en la antevíspera de una batalla política electoral en la cual está en juego el poder priísta de 70 años, es difícil esperar que el Presidente, el secretario de Gobernación o el de la Defensa den la orden para entrar violentamente a la universidad sólo para enmendar las torpezas de un rector.
No se puede salir con violencia del callejón en el cual está el conflicto en la UNAM. El único camino sensato y radical, si se quiere, es el de la negociación y el diálogo, el de un compromiso en el cual se hagan concesiones, tanto de parte de las autoridades como del CGH, pues no se puede pensar en solucionar un conflicto como el presente sin concesiones de ambas partes.
Desde esta perspectiva, quienes encabezan el movimiento están obligados también a repensar su planteamiento de táctica y recordar las numerosas experiencias de otros movimientos estudiantiles, de trabajadores o políticos que concluyeron con compromisos aceptables y también de los movimiento que por la rigidez de sus dirigentes, por extremismo infantil de izquierda de sus líderes, terminaron en descalabros o con la desbandada de sus participantes.
Pues no es suficiente tener un programa o plataforma justas (la del movimiento lo es, sin duda), es preciso tener los instrumentos de táctica y organización para imponerlos total o parcialmente. Naturalmente no es fácil determinar cuándo ha llegado el momento en que un movimiento debe arribar a un compromiso y qué tipo de compromiso. Eso depende de la sensibilidad de los dirigentes para evaluar la fuerza de sus movimiento y la posición del adversario, sin confundir los deseos y la doctrina con la realidad.
En todo caso, la responsabilidad de los dirigentes del CGH es muy grande. No está en juego sólo la suerte del movimiento estudiantil, sino la de uno de índole social más amplio al que afectaría gravemente un descalabro de la lucha estudiantil (por la vía que sea) o la desbandada, por el cansancio y el agotamiento, cosa a la que apuestan también las autoridades.