Ť Eusebio Leal Spengler, responsable de restaurar la capital de Cuba
Inversión moral, vía para defender el patrimonio histórico y monumental
Ť Su libro Viaje en la memoria expresa un clamor por recibir ayuda para su quehacer en La Habana
Claudia Gómez Haro, especial para La Jornada * En el contexto internacional del patrimonio histórico y monumental, La Habana Vieja es una joya peculiar. Declarada hace 17 años Patrimonio de la Humanidad, su conservación es un logro ejemplar para otros ámbitos cuyas semejanzas y diferencias constituyen una reflexión pertinente en cuanto a la problemática que ocupa por igual a gobiernos, iniciativa privada y sociedad civil. A continuación presentamos una entrevista con Eusebio Leal Spengler, historiador, arqueólogo, miembro de la Real Academia de la Lengua y del Comité Central del Partido Comunista Cubano. Es, también, el cronista de la ciudad y el responsable de la restauración de La Habana a partir de interesantes instrumentos económicos organizados de tal manera que hacen de este trabajo un proyecto autofinanciable.
Invertir para conservar
ųComo historiador y conservador de La Habana, Ƒen qué consiste tu trabajo de recuperación de su Centro Histórico?
ųBueno, he trabajado muchos años en La Habana Vieja, primero desde la óptica limitada de conservar sólo el patrimonio cultural. Formados en la escuela de historia, arqueología, antropología, veíamos la cosa siempre desde el punto de vista de nuestras profesiones, pero hubo un momento en que todo lo trascendió, y cuando hablo de todo, digo la situación social, la crisis económica tan conocida, en la cual estamos sumidos hace varios años. Se requirió un enfoque nuevo de la restauración y fue cuando adquirió su verdadera dimensión para mí, que fue de carácter social: no puede haber restauración de patrimonio en nuestras ciudades del continente si ello no va unido a un enfoque de desarrollo social, de la familia y de las personas que habitan los centros históricos.
''Conservar el patrimonio cultural es carísimo desde el punto de vista económico, a tal extremo que muchos Estados lo ven sólo como un gasto y no como una inversión. Desde este punto de vista, nuestro trabajo ha sido realizar una inversión, pero no para demostrar que era rentable el patrimonio, sin venderlo, sin privatizarlo, sino que había una inversión superior a la economía, una inversión de carácter espiritual, moral, a largo plazo. De ahí surgieron programas tan ambiciosos como aulas para niños en los museos, casas para los ancianos; búsqueda de la creación de puestos de trabajo, la necesidad de levantar junto al museo la escuela primaria y el hogar de la mujer y del niño. Esto significa que hoy hablamos un lenguaje más amplio, más plural y más comprensivo de las verdaderas cuestiones sociales que son el signo del siglo.''
ųA partir de 1993 cuentas con las facultades para gestionar la restauración a partir de instrumentos económicos organizados para este fin. ƑCuáles son estos instrumentos?
ųHasta ese momento, la restauración se concebía como mera ejecución de proyectos que nosotros elaborábamos desde el punto de vista técnico, pero costeados y sostenidos por presupuestos estatales. Confiábamos, un poco idealmente, en que tendría un peso sustancial la cooperación internacional. Hoy, obtener esa colaboración es para mí un ejercicio moral; es pedir, pedir, pedir... para que nos den algo y eso que tenemos derecho a ello. Ahora descansamos fundamentalmente en nuestro propio esfuerzo. La ley que nos dio un esquema de autonomía consolidó una personalidad jurídica y permitió realizar actividades económicas que tuviesen como finalidad obtener fondos para la restauración. Propusimos restablecer la red hotelera en el Centro Histórico con los hoteles que una vez fueron prestigiosos cuando La Habana Vieja tuvo su esplendor, no ya como centro, sino como corazón de la ciudad. Lo mismo se hizo con los cafés, los restaurantes y los servicios públicos. Empezamos a crear un programa de restauración de todos los edificios viejos y de todo aquello que era posesión, un poco gravosa, del Estado en el Centro Histórico. Como habíamos trabajado años en el diseño, preparación y apertura de los museos, ya eso no teníamos que hacerlo. Faltaba llenar los espacios y, desde luego, que ese mecanismo económico nos abriera el camino de la autogestión y del autofinanciamiento del Centro Histórico. Se nos autorizó cobrar un impuesto de 5 por ciento sobre la renta bruta de cualquier actividad pública o privada que se realizase en el Centro Histórico. Eso nos permitió tener un fondo que, además, se incrementa con las contribuciones del trabajo por cuenta propia, las donaciones, la venta de un sistema de bonos de la oficina del historiador de la ciudad y, todo eso, atrae un desarrollo cada día más sólido. Partimos de la nada. En 1993, en octubre, sólo éramos propietarios del suelo que pisábamos. Ahora, cinco años después, la oficina gestiona valores anuales del orden de 50 millones de dólares y maneja sus inversiones en el campo inmobiliario, en la administración de edificios para oficinas y para apartamentos. A la vez que con esos beneficios se restauran viviendas de las personas, creamos más de cinco mil puestos de trabajo en La Habana Vieja, renovando las escuelas, los centros médicos, el centro de atención para la mujer y el niño, hogares para ancianos, lugares para niños discapacitados y centros deportivos.
Actuar para preservar el futuro
ųTu libro Viaje en la memoria, colección de apuntes para un acercamiento a La Habana Vieja, Ƒqué resume?
ųEs en realidad un discurso de presentación de nuestro proyecto. Un discurso que realicé con la asistencia de un sinnúmero de colaboradores como arquitectos, estructuralistas sociólogos, abogados, arqueólogos, historiadores y antropólogos sociales. Viaje en la memoria es una combinación para defender la poesía contenida en la ciudad. No podemos, a fuer de aplicar soluciones racionales, perder la espiritualidad que es el elemento esencial del trabajo restaurador. Siempre se vio la restauración como algo que debía preservar el pasado y a mí me interesa la restauración como una forma de preservar el futuro. No hay que olvidar que el árbol más grande y frondoso vive de lo que tiene debajo, es decir, de la historia, la experiencia, la raíz, de la tradición a veces impalpable, eso que se llama el patrimonio intangible.
''Viaje en la memoria es una presentación, una combinación, un grito, un clamor pidiendo ayuda para nuestro trabajo, que no es sólo nuestro sino de todos los que quieran conocerlo.''
ųƑEl barroquismo en La Habana es un estado de ánimo?
ųSí. Para mí, el barroco no es sólo ''formas", sino también un estado de ánimo. Sabemos que en otras ciudades y en otras expresiones de la cultura en este continente, el barroco se patentiza más en las formas, pero en La Habana es sobre todo la sensualidad del alma. Por ejemplo, en Puebla entras a las iglesias y percibes inmediatamente que las formas inundan todo.
''Y qué decirte de Guatemala y Perú. Sin embargo en La Habana, que es una ciudad-puerto, una isla larga y angosta, el barroco es como una paloma que se posa, como el rumor de una visita que ha llegado y que sigue su camino dejándonos su huella. Empero, creo que el signo distintivo de la ciudad es el eclecticismo, en el cual se han reunido tantas visiones del mundo para tratar de conformar la nuestra. Si tú supieras, todavía andamos en pos de descifrar ese misterio. El eclecticismo no es una posición ambigua, sino el intento de dar una explicación propia, en América, de lo que nos llega de todas partes.
ųƑCómo era La Habana de 1959 en sus proporciones e imagen urbana, en la distribución y calidad de la vivienda, en la infraestructura y tejido social?
ųLa ciudad era un espejo de muchas complacencias. No podemos olvidar que hay un gran contraste entre la ciudad y el campo. Y aunque las ciudades provinciales cubanas eran muy dignas, basta visitar Santiago, Santa Clara, la pequeña ciudad de Pinar del Río; toda las grandes ciudades conservaban las huellas y las estratigrafías de un gran esplendor social que no había acabado; Matanzas, Cárdenas y qué decirte de Cienfuegos. Pero el campo cubano, la pequeña aldea de la producción azucarera, el ingenio y el batey, expresaban profundos contrastes. La propia ciudad capital, que lucía desproporcionadamente bella y altiva en relación con el interior del país, tenía una dramática periferia de chabolas y barrios de miseria, que yo conocí. Más allá de la riqueza, había un gran cinturón creciente de pobreza. De no haber triunfado la Revolución, La Habana quizás tendría hoy más de 4 millones de habitantes y estaría rodeada de un inmenso cordón de miseria. La urbe del 59 era también la ciudad del modernismo; de las grandes avenidas iluminadas, de los carteles lumínicos, de los bares famosos, de los prostíbulos incontables, de los barrios de prostitución, de las casas de juego, los centros de apuesta, los casinos. Era la ciudad sobre cuyo monumento a Martí se habían levantado, una noche oscura, los marinos estadunidenses y habían aparecido retratados en la prensa orinándose allí. Era la base de la armada de Estados Unidos en el Caribe. Era la ciudad del Capitolio esplendente, del palacio presidencial. En 1959, la victoria de la Revolución colapsa, casi de inmediato, esta ciudad y la pone en crisis consigo misma. La ciudad de pronto se vio inundada por el ejército rebelde, conmovida por la alfabetización y el frenesí revolucionario. Ahora se me agolpan los recuerdos de la nueva urbe; la mañana de la crisis de octubre en que la ciudad amaneció en aquel estado virtual de expectativa de bombardeo estadunidense; la noche de la caída del águila del monumento a las víctimas del Maine, que era algo así como el símbolo de la supuesta ayuda de ese país a la independencia de Cuba... Después sobrevino el gran desarrollo de obras en Cuba y La Habana queda como ensimismada, como planteándose una espera que fue demasiado larga, sin percatarnos de que la ciudad tiene también un papel emblemático, es también una bandera; que es la ciudad de la Revolución socialista, del antimperialismo, de los grandes congresos.
''El desmerecimiento de la ciudad fue acentuándose cada vez más hasta llegar a ser cubierta por esa especie de velo de romántica decadencia que comienza a romperse ahora por distintos lugares y a aparecer ese renacimiento o esa restauración o rescate de que tú hablabas y que no sólo es una forma de vivir, sino una manera de ver o de amar a la ciudad.