Miguel Concha
Alma de ombudsman

Acaba de publicar la Editorial Aguilar otra obra del doctor Luis de la Barreda, que lleva por título El alma del ombudsman, y que bien podría llamarse simplemente Alma de ombudsman, pues con la erudición que lo caracteriza el presidente fundador de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal narra en ella, con un lenguaje llano y ameno, no exento de ironías y salpicado de sabrosas referencias, los primeros cuatro años de vida de la comisión y su fructífera experiencia al frente de la misma. El título, sin embargo, bien pudieron habérselo sugerido sus acertadas reflexiones a propósito de la eficacia de las recomendaciones de los organismos públicos de derechos humanos, ''prueba de fuego'', como dice él, de su lucha contra la impunidad y la arbitrariedad, de los ombudsman mexicanos y de la sociedad entera. ''Pero hay que reiterarlo vigorosamente ųdice en efecto en la p. 310 de su libroų, la importancia de la causa amerita, justifica y aun obliga al ombudsman a empeñar todo su prestigio, toda su autoridad moral, todo el respaldo de que goza socialmente, en una palabra, su alma de defensor de los derechos humanos, para conseguir que las recomendaciones se cumplan, todas, totalmente''.

Como lo ha hecho en los cinco informes que hasta el momento lleva presentados, el relato testimonial hace justicia, sin ambages, a todas las personas que desde dentro y fuera de la comisión han contribuido al éxito de sus tareas, y la han convertido en un reconocido ejemplo de todas las virtualidades que en beneficio de la dignidad humana puede y debe desplegar el ombudsman en esta etapa ''complicada y zigzagueante'' de transición a la democracia en el país. Con la perspicacia y generosidad que igualmente lo caracterizan, el doctor De la Barreda va describiendo con agudeza las cualidades sustanciales de todos sus colaboradores, hombres y sobre todo mujeres, a quienes rinde un merecido homenaje, y con particular magnanimidad las de los miembros del Consejo. Muchas son las vivas lecciones que sin lugar a dudas pueden aprenderse leyendo con fruto este singular libro, que yo identificaría como ''la parábola del ombudsman'', pero de entre todas quiero resaltar una de la que con razón mucho se ha vuelto a hablar hace poco, como si de los cambios legislativos dependiera sólo su existencia, y no de la propia integridad moral, profesional y social: la autonomía.

''La cualidad más importante del defensor público de los derechos humanos ųdice con autenticidad el ombudsman del D.F.ų es la autonomía, que requiere compromiso absoluto con la causa y máxima objetividad, la que obliga a rechazar la tentación de las dependencias que pueden crear las concepciones políticas, filosóficas, religiosas e ideológicas''. ''Esa independencia ųañadeų también necesita que se supere la presión del ambiente, que no se ceda a la influencia pasional del entorno''. ''El ombudsman ųdice tambiénų debe orientar su actuación hacia el respeto del Estado de derecho, hacia las metas de libertad, dignidad, igualdad y democracia. El defensor público de los derechos humanos sólo puede cumplir su función si actúa con absoluta autonomía frente a cualquier poder del Estado y, también, frente a todo partido, grupo, secta y organismo. No representa a fracción social alguna, sino a toda la sociedad y a cualquier persona víctima de una violación a sus garantías. Ha de atender tanto las quejas e inquietudes de organizaciones con conciencia de sus prerrogativas y con influencia en la opinión pública, como el reclamo del individuo ignorante de sus derechos y sin capacidad real para hacerse oír en los medios de comunicación''.

Y concluye: ''Si para llegar a la presidencia de un organismo público defensor de derechos humanos se requiere de un gran prestigio social y de una intachable autoridad moral, ese prestigio y esa autoridad sólo se mantendrán y se incrementarán si la institución actúa cumpliendo con el doble requerimiento de calidad profesional y libertad en la actuación. Tal libertad no puede jamás ser capricho, desbordamiento de la pasión o manifestación de una postura ideológica. Tal libertad es la que permita ir sin prejuicios al encuentro amoroso con la verdad, esa mujer evasiva y exigente''. (pp.306-307).