¡Oh sorpresa! Un amigo querido me dice que cree en Dios, incluso en el Dios de los cristianos, pero no en el diablo. ¿Cómo es posible? Le pregunté, recordándole la fórmula célebre de Baudelaire, según la cual el logro más formidable de Satanás es haber logrado que todo el mundo se convenciera de su inexistencia. ¿Cómo es posible, si todos los días, a cada hora salen pruebas de su existencia? Todo lo que vemos en la pantalla de la televisión, lo que leemos en nuestros periódicos, guerras, genocidios, limpieza étnica, crímenes, vicios, corrupciónÉ ¿Todo eso sería la obra del hombre, del solo hombre, de la naturaleza humana. De esa naturaleza creada por la Naturaleza, o por Dios a su imagen y semejanza?
¿O bien, como dicen algunos, Dios y Luzbel (``Luz bella'', me decía el peleonero don Ezequiel quien luchó contra El toda su vida) serían una sola y misma persona? ¿Los diez mandamientos que nos transmitió Moisés y que vomitaba Hitler porque eran ``una enfermedad que debilita al hombre'', tendrían entonces la misma fuente que nuestra inclinación hacia el odio, el resentimiento, la violencia?
No, le dije a mi amigo, estás equivocado al creer en un Dios que no ves, que no tocas. No se puede concebir la relación en la cual crees, entre el hombre y un Dios, si no aceptas, atrás, ciertamente en la penumbra, un tercer actor, el arcángel caído, el gran Dragón, el Portaluz (Lucifer).
Jesús enseñó que el Príncipe de este mundo (el nuestro) es el Diablo. Este mundo es su reino, mientras que el de Jesús no es de este mundo. Misterio, gran misterio que los teólogos y los santos varones de todas las religiones jamás han podido resolver. ¿Qué es el hombre que hace el mal cuando quiere hacer el bien y que, a veces, hace el bien cuando quiere hacer el mal?
Nunca como en este siglo XX que termina, como en nuestros días de guerras balcánicas y africanas, de guerras que no son menos terribles por ser olvidadas, nunca se ha manifestado de manera más --iba a escribir ``espléndida'', espléndida como la luz de los 100 mil soles sobre Hiroshima y Nagasaki--, nunca se han manifestado de manera más atroz nuestra impotencia a hacer el bien y la super-potencia del Malo. Algunos sacan de esto la conclusión que Dios ha muerto, o que jamás ha existido, o que se ha callado, retirándose del mundo, abandonándolo a Satanás después de reconocer su derrota. Desde que el hombre existe, llámese Job o Maní, rumia esos sombríos pensamientos.
Don Ezequiel, el ranchero de Coalcomán y de Petatlán, quien gustaba tanto del baile y sabía bailar tan bonito su caballo, me decía que todo eso es tontería y estupidez. Que Dios finge desinteresarse del reino del mundo, que parece ser no-intervencionista, cuando ahí está, donde y cuando menos se le espera, en el corazón del ateo como del creyente, del ateo que puede ser el verdadero creyente, de los justos que sin saberlo y sin glorificarse hacen el bien cada día.
Estaré menso, pero le hago confianza, le tengo fe a don Ezequiel y conservo con fervor sus palabras, viejas de 30 años. Por lo menos mientras Satanás no apague mi fe. Puede hacerlo, si Dios le da licencia.