Algo ocurre con las obras planteadas para todo público en horarios que se acostumbran para el teatro infantil, porque en general no son apreciadas por los niños. Así, me parece, ocurrió con el texto de Adriana Menassé que Carlos Converso actuó, apoyado por sus inteligentes marionetas, y que resultó muy sofisticado para los pequeños. En cambio, la propuesta de Berta Hiriart, Salir al mundo, satisface a todos los espectadores. La obra de la autora y directora se dirige a que los padres varones reflexionen en lo que se ha dado en llamar la paternidad responsable -que va más allá de casa y sustento y requiere de la comunicación total- sin olvidar al público menor, que responde con alegría al divertido y tierno discurso. Con una encantadora escenografía de Mónica Raya, el vestuario de Alejandra Dorantes y el concurso de la música en vivo de Jacobo Lieberman, un grupo de actores simpáticos y profesionales (Pablo Gershanik, Andrés Loewe, Jorge Zárate y Ana Bellinghausen) presentan uno de esos raros espectáculos infantiles que unen gracia, vitalidad y profesionalismo.
Hago hincapié en esto, porque hace muy poco me correspondió ser jurado de las audiciones que para el Teatro Escolar citadino (lo que me impidió escribir acerca de otras escenificaciones, tanto para niños como adolescentes, igualmente gustosas) se llevaron a cabo, incluyendo algunas que están en cartelera. En términos generales, la idea que se tiene de lo que se debe ofrecer a los menores es francamente patética. Por fortuna hubo las excepciones necesarias para que los alumnos de las escuelas públicas queden a salvo y vean buen teatro.
Otro Hiriart, esta vez Hugo, ha incursionado esporádicamente en otro empeño igualmente difícil. Me refiero al teatro de marionetas para adultos. La repugnante historia de Clotario Demoniax se repone, ahora dirigida por Pablo Cueto. No pude ver la anterior escenificación, pero entiendo que Cueto eligió sólo la primera parte llamada ``amaneceres'', lo que deja la trama bastante desasida, sin un desenlace que, justamente y como su nombre lo indica, desanude los destinos de los diversos personajes. El abrupto final hace suponer que el Teatro Tinglado, como se nombra a este grupo -que a mi parecer no es tal, porque algunos de sus actores están en otros montajes- continuará presentando otros episodios del texto de Hiriart que, como muchos otros suyos, muestra su gran placer por la narración de aventuras.
Nada en el programa de mano ni en la publicidad que se hace hablan de la fragmentación del texto, lo que es una lástima porque el espectador se desconcierta y el no-desenlace echa por tierra un buen trabajo del director y de los actores que alternan con títeres de diferentes diseños planeados y realizados por el director y por Mireya Cueto. Los títeres se convierten en actores y vuelven a su ser original manipulados por los miembros del elenco. Narración dentro de la narración, con las historias que Clotario cuenta a su ingenua desposada y en que esta misma llega a participar. Buenos gags como el ángel en el libro, que es el de la Independencia y que toma vuelo, vestuario -de Erika Cerdeño Lance- que recuerda el de las marionetas tradicionales, muy cercano al de la Commedia del'Arte, se suman a las actuaciones de Jorge Zárate (a punto de convertirse en ajonjolí), Haydeé Boetto, Alejandro Benítez y Emmanuel Cossa. Todo está hecho con intención y gracia, pero el problema de la continuidad de la trama sigue pesando sobre la totalidad de la escenificación.
También teatro de muñecos para adolescentes y adultos, Las tentaciones de San Antonio, que Juan José Barreiro logró escenificar en la por largo tiempo prohibida capilla del Centro Helénico, peca de grandilocuente y totalizador. San Antonio en el desierto intenta resumir a la humanidad toda -madre castrante como símbolo de las represiones sociales y del origen de la vida, acompañada siempre por la muerte- sujeta al debate entre el bien y el mal, igualmente represores en tanto religión. (Por cierto, San Antonio se muestra tonto al dudar de Dios teniendo a cada lado al arcángel y a Luzbel, que serían las pruebas palpables de tal existencia). Si bien los muñecos y la escenografía resultan interesantes en su diseño y realización, la manipulación de ellos, sobre todo en el caso de Giovana Cavasola, es torpe y pesada, tan insegura como los repetitivos diálogos -que parecen improvisados- y con lo que se resta también belleza visual a la propuesta.