La primera versión de aquel atleta de raza blanca cuyo cuerpo carece de vello para marcar una diferencia respecto de los monos entre los que se crió, ocurre precisamente en la primera década de nuestro siglo, cuando el estadunidense Edgar Rice Burroughs creó el mito de un hombre desnudo que respondía al patronímico de Tarzán y que vivía exiliado en la jungla, donde reinaba gracias a su condición humana. La segunda versión sucede acorde con Sam Weisman, autor de la película George de la selva (1997), en la que el mítico atleta es un bufón enamorado que fatiga con idéntico desparpajo espacios urbanizados (San Francisco, California). Por último, la tercera versión de aquel que fue rey de la selva y de los rascacielos acontece en los dibujos ``animados'' creados por Walt Disney y sus puntuales herederos. En la novela inicial de la que sería larga serie de 40 títulos, Tarzán de los Monos, Burroughs (en aquellos tiempos todavía oculto bajo el seudónimo de Norman Bean) hacía mención a una original inocencia perdida mediante la recreación del buen salvaje de Rousseau.
Por el contrario, en el filme de Weisman, Tarzán no glorifica a los blancos sino muestra su irremediable decadencia; ya no es el buen salvaje sino el ``salvaje'' abocado a la degradación física y mental. Disney y sucesores -tercera versión- recrea un personaje de rock, cuyas trepidantes aventuras están más allá del bien y del mal. Otro de los conceptos básicos de la inicial versión es que provocó en los lectores un sentimiento que cabría calificar de pre-turístico: cementerio de los elefantes, ciudades abandonadas, reino de las mujeres guerreras, cuevas de arañas y desde luego la jungla con sus rumores.
En cambio, el discurso cinemático de Weisman desbarata aquella turística inclinación cuando presenta a un ridículo elefante que se comporta como perrito faldero; a gorilas con vocación por la cocina, a irreal tucán comunicativo. Disney y compañía, en la nueva versión del extenso texto novelístico, manipula con su habitual destreza propagandística esa disposición en tercera dimensión.
Las primeras versiones del cine mudo -ocho transvases a partir de Tarzan of the Apes (1917), dirigido por Scott Sidney, hasta Tarzan the tiger (1929), de Henry Mc Roe, sí se ajustan a las directrices caracterológicas definidas en la obra literaria. En oposición a este cine silencioso, Weisman desvirtúa a aquel que evocaba una América mítica. Contrariamente a ese desacato, Disney y asociados sí recuperan la versión ideal del agitado personaje pero en un tono surf.
Si bien es cierto que en los años treinta y cuarenta, el buen salvaje se convierte en star, cuya personalidad debió ceñirse a las presiones de la moral y la censura. Reprimir toda pulsión erótica y cambiar su desnudez por un grueso taparrabos de cuero es algo que puso de moda Johnny Weissmuller, en 1932, y desde luego Jane, su compañera, se volverá cada vez más maternal. Obviamente la cabaña se convertirá en un bungalow, ¡con recámaras separadas!, incluso para Chita. Idénticas exigencias obligaron a Weisman a transformar su Tarzán de acuerdo con el posmoderno american way of life. Disney y acompañantes sí recrean con la finalidad del dibujo animado al hombre mono de la tercera y cuarta décadas, es decir, roquero y conmovedor.
Pasemos a la versión primera y a los actores que encarnaron al personaje para rememorar que fueron atletas incapaces de expresar una sola emoción dramática (Weismuller, campeón olímpico de natación, o Bruce Bennet, también atleta). Ahora bien, el musculoso protagonista de la película de Weisman es lamentable. ¿Y qué decir del estelar desprovisto de carne y hueso creado por Disney, que es patético o deshumanizado?
Aquel que contempló los paisajes selváticos creados por los decoradores de la Metro (11 filmes) o de la RKO (12 películas) no podrá jamás olvidar los riscos agudos, los peñascos y los puentes colgantes. Weisman sólo es capaz de recrear una jungla de rascacielos y como puente colgante el Goldengate. Disney, en cambio, siempre fiel a sí mismo recrea con ``esmerada'' y ``colorística'' prontitud los fondos que ayer (novela) y hoy (cine) fatigó el intrépido habitante de la selva.
Así concluyen las tres versiones del mito que está al servicio de una humanidad que aún no se decide abandonar mentalmente la ``selva primigenia'', razón por la que la cinematografía sigue recreándola con variables niveles desde el cine mudo, silente y de animación.