Alberto Aziz Nassif
Tiempos de campaña y de promesas

México ha vivido muchas campañas electorales, pero quizá nunca antes había tenido una experiencia de alta competencia en donde la sucesión presidencial estuviera sometida a la incertidumbre. Es curioso ver a los precandidatos del PRI ofreciendo lo que como funcionarios no hicieron y seguramente no lo harán una vez que ganen el puesto. En esta ocasión, uno de los riesgos no calculados de la precampaña del tricolor es el proceso donde los precandidatos se fortalecen y se debilitan. Veamos hoy dos casos: uno es el de Labastida, que juega en el rol de precandidato oficial, del defensor, y el otro es el de Madrazo, que juega con la camiseta del retador.

En términos formales, una campaña es el tiempo de exposición de proyectos, de debate y de dar a conocer a los candidatos. Una campaña como la que se ha empezado a dar en México, en su fase actual de precampaña, expresa dos pistas: por una parte, el frente interno en donde cada precandidato trata de ubicarse con su partido; luego se encuentra el frente externo, en donde se establece la guerra de todos contra todos. Una característica que ha empezado a predominar en las campañas estatales recientes ha sido la famosa propaganda negativa o guerra sucia, lo que en Estados Unidos se conoce como ''going negative''. Esta estrategia ha sido un arma del PRI para ganar a sectores de voto volátil con base en una construcción de las debilidades de la oposición. Por el momento, la ruta del partido oficial ha tenido que dividir sus proyectiles entre el frente externo y el interno, con lo cual ha perdido contundencia.

El precandidato Labastida hace un esfuerzo importante por salir del lugar paradójico en el que se encuentra: haber sido posicionado como el bueno, el oficial y el seguro ganador, y a las pocas semanas descubrir que en realidad no ha despegado, que en la pista interna Madrazo está mejor ubicado, y que frente a la oposición no logra crecer, porque mantiene una costosa ambigüedad con el gobierno de Zedillo, su continuidad económica y política, y porque no hay una oferta novedosa ni mínimamente articulada. La última ocurrencia de Labastida es que él va a arreglar la seguridad pública y Chiapas, cuando esa fue su labor como secretario de Gobernación y no mejoró ni la seguridad y Chiapas lo descompuso más. Sólo queda ver si la sociedad compra las promesas.

El caso de Madrazo es inversamente proporcional al de Labastida; comienza desde una posición propia, desafiante del centro, del Presidente, y bajo la cobertura del regionalismo, primero afirma que él sí puede, como pudo sostenerse cinco años en la gubernatura de Tabasco, y luego se ubica como el crítico del modelo económico.

En ese juego de imágenes y mercadotecnia, lo que importa es obtener posiciones, y no tanto que se tenga sustento. La credibilidad que se necesita es la misma con la que se puede comprar en una feria una marca en vez de otra; al consumidor, en este caso el votante, no le interesa saber cómo está la fábrica y si el producto será bueno mañana, es una cuestión del momento. Los antecedentes de Madrazo son de cuidado, es el político para el que los fines justifican cualquier medio, y así ha gastado cantidades millonarias de recursos en promoción de sus candidaturas, y no le rindió cuentas a nadie; puede decir una cosa y hacer la contraria, y si esa distancia es normal en la mayoría de los políticos, en este caso es emblemática.

Lo que es similar en los dos casos, y que los hace diferentes de los precandidatos de la oposición, es que ambos defenderían una costosa continuidad para el país: la de los intereses que quieren mantener las cosas como están; el mismo modelo económico que ha empobrecido a más de la mitad de la población; la falta de un estado de derecho que nos ha sumido en una grave impunidad, y los obstáculos para que la democracia mexicana pueda avanzar y consolidarse, situación que tiene a la sociedad llena de incertidumbre.

Tal vez por eso México fue ubicado en el lugar 50, según el estudio de desarrollo humano de Naciones Unidas. Pero, por lo pronto, tiempos de campaña son tiempos de promesas.