La Jornada Semanal, 18 de julio de 1999
María de las Heras,
Uso y abuso de las
encuestas
Elección 2000: Los escenarios,
Editorial
Oceano,
México, 1999.
Ningún fenómeno científico ha penetrado e influido tanto en la política democrática en la última década como la técnica de las encuestas y el estudio de la opinión pública. Sin embargo, a pesar de lo extendido de esta práctica, las encuestas continúan careciendo de carta de naturalización entre muchos de quienes las patrocinan, las difunden y, evidentemente, las interpretan o, simplemente, las leen.
Apenas un grupo reducido, aunque creciente, de especialistas están compenetrados lo suficiente de este nuevo lenguaje de la democracia para saber entender con fineza las encuestas, las imágenes que expresan en momentos precisos de la realidad social y las tendencias políticas que explícita o implícitamente reflejan.
Si hace dos décadas el número de encuestadores y empresas de opinión pública podían contarse con los dedos de la mano, la explosión en número, calidad y sofisticación de los profesionales en opinión pública en los últimos diez años ha sido sorprendente. La política electoral ya no puede concebirse sin un conocimiento -al menos básico- de la opinión pública. Este avance se debe, en parte, a una sofisticación cada vez mayor en la literatura internacional sobre esta materia y, de manera destacada, a toda la experiencia acumulada en el campo de la práctica y en el terreno de la teoría por los mexicanos especialistas en esta área.
Este progreso no puede concebirse sin el trabajo -tanto en la vertiente práctica como en la reflexión teórica- de María de las Heras, quien en el universo de los encuestadores en México ha demostrado una energía excepcional en el levantamiento de encuestas: desarrollando sus propios métodos, perfeccionándolos, comparando y contrastando con base en una intensa labor de campo con pruebas y errores, dentro de un proceso dialéctico entre la teoría y la práctica.
Un reto para la democracia moderna consiste en darle un uso adecuado a las encuestas; no sólo en el sentido utilitario de, por ejemplo, planear y dirigir una campaña electoral, sino incluso en el más amplio y trascendental de cómo interpretar el presente y anticipar el futuro de la política: para, en otras palabras, hacer una política más democrática, más apegada a la sociedad; para evitar el fenómeno contra el cual nos previene María de las Heras cuando señala que ``el problema es que a la opinión pública la han convertido en un tirano cuyo pensamiento es difícil de conocer''.
Es natural que exista un interés en la dirección y el desarrollo del cambio político; en realidad, esta curiosidad siempre ha existido en las ciencias sociales y en el quehacer político. Esto implica, necesariamente, ver hacia el futuro, hasta donde lo permita la incertidumbre que, por definición, trae aparejado el futuro. Este ejercicio implica riesgos, pero también enormes beneficios si se realiza con objetividad y, principalmente, con clara conciencia también de los límites, y no sólo los alcances, de las encuestas.
Uno de los principales riesgos es, sin duda, actuar como si las encuestas reflejaran una realidad que se puede extraer del continuum de la historia, de los procesos de más larga duración en la política. Si las encuestas sirven para ver hacia el futuro, es porque están fincadas en el presente y, significativamente, porque este momento es producto del pasado.
Un reto concreto -para quienes consideramos que una democracia consolidada requiere de un sistema partidista fuerte- es que los partidos políticos no releguen o minimicen su propia inserción en la sociedad a través de una dependencia excesivaÊde las encuestas, cuya lectura superficial en ocasiones lleva a los actores políticos a privilegiar campañas publicitarias por encima -o con la exclusión- de un trabajo organizativo y político más amplio y dedicado. Se tendría que recordar que la opinión pública es por demás voluble y caprichosa, cuando en realidad los patrones de comportamiento de la sociedad, su forma de actuar y su idiosincrasia son más constantes a través del tiempo de lo que una atención superficial de las encuestas sobre la opinión pública podría indicar.
Una de las conclusiones más importantes del libro de María de las Heras es que la competitividad de los partidos en el largo plazo depende de su trabajo político y organizativo con la sociedad y con sus bases, ya sea desde su posición en el gobierno o fuera de él.
La premisa fundamental del modelo ``Inercia y Circunstancia'' que desarrolla María de las Heras es que ``la base de las votaciones que obtienen los partidos políticos en una elección proviene de electores que presentan una fuerte predisposición inercial favorable hacia ellos, misma que se mantiene aparte de las circunstancias''. Las circunstancias son, evidentemente, importantes: es importante el candidato, su estrategia de comunicación, la presentación de los mensajes, etcétera, pero el punto de partida -el piso, pues- lo representa la vinculación preexistente entre un número más o menos determinado de electores (y votantes potenciales) y el partido en cuestión. María de las Heras lo explica bien:
Y cierra la fórmula diciendo:
El modelo de ``Inercia y Circunstancia'' no es sólo un modelo para entender los resultados de las elecciones actuales o para que los partidos puedan planear en el futuro la mejor estrategia de campaña; también es útil para interpretar la evolución del sistema de partidos políticos en los últimos diez años. Son los factores funcionales y sociales los que explican la relación duradera entre electores y partido, y son los electores vinculados (o no) a los partidos los que expresan la fuerza (o debilidad) estructural de los partidos.
Y así, si bien es cierto que un número de electores determina su voto durante las campañas, queda demostrada la importancia fundamental que hay en la identificación del votante con un partido. Incluso la información que el elector recibe, procesa y asimila como parte de la estrategia de comunicación durante una campaña electoral ``depende de la fuerza de su identificación partidista''.
Lo que sucede, según María de las Heras, es que los propios partidos, sus dirigentes y sus candidatos han caído presa de las propias encuestas y su magia aparente. Han hecho, en síntesis, política de mercado. Dice María de las Heras: ``No hace mucho, los partidos políticos se preocupaban, lo primero, por su oferta programática, por sus alianzas sociales, por su organización y su estructura.'' Ahora han puesto un énfasis excesivo en campañas y mensajes, volviéndose rehenes de los caprichos de la opinión pública.
Llevado al 2000 -uno de los procesos electorales que seguramente será de los más competidos en la historia moderna del país-, este análisis es muy poderoso, pues implica un mensaje a los partidos políticos sobre la necesidad de trabajar, no en los ``factores circunstanciales'' que atraen votantes coyunturalmente, sino en los elementos más profundos que crean y forman ``electores inerciales''; esto es, votantes comprometidos e interesados en propuestas políticas bien definidas, enmarcadas en una organización de trabajo social y político permanente y sistemático. El libro de María de las Heras, Uso y abuso de las encuestas, contiene un mensaje democrático con el que coincido. Con esta obra se pueden ``repensar los métodos de medir la opinión pública y los modos de interpretarla''. Y, de este modo, uno de los fenómenos políticos más novedosos y dinámicos de las democracias modernas -las encuestas de opinión pública- puede ser comprendido mejor.
Oliver Sacks,
Con una sola
pierna,
Editorial
Anagrama,
Barcelona,1998,
(traducción de José Manuel Alvarez
Flórez).
En Un antropólogo en Marte, Oliver Sacks nos sorprendió por su estrecha relación y conocimiento de los pacientes que atendía o conocía. Y en Con una sola pierna nos vuelve a sorprender, ya que el paciente es el propio autor y médico. Las experiencias como enfermo y paciente son expresadas por Sacks con un especial sentido, que une humor y tristeza, y que remite al sentimiento íntimo de todo ser humano.
Este libro mantiene cierta similitud con El antropólogo inocente de Nigel Barley, quien se atrevió a contar las interioridades y vivencias agradables y desagradables de un atropólogo en pleno trabajo de campo y, en el caso concreto de Sacks, reconstruye las reacciones, sentimientos y sensaciones personales de un paciente que, a su vez, también es médico.
En esta ocasión, en Con una sola pierna, su mirada se dirige por primera vez sobre sí mismo: él es su propio paciente y relator de todo el libro. La trama de la obra podría parecer simple a primera vista: tras un accidente en una desolada montaña de Noruega, Oliver Sacks sufre una herida en una pierna. El descenso desde la cumbre, su recuperación e ingreso en el hospital tiene ciertas complicaciones. Lo que debería ser un rutinario periodo de recuperación se convierte en una verdadera pesadilla; Sacks comienza a experimentar la abrumadora sensación de que la pierna ya no le pertenece, que se ha convertido en una parte de su cuerpo ajena a él. Esta perturbadora experiencia será el punto de partida de una fascinante travesía por los misterios de la percepción del propio cuerpo, del sustrato físico de nuestra identidad, de los horrores y maravillas que habitualmente se ocultan tras la superficie de la salud.
Al relatar su muy personal vivencia -de una manera atractiva y accesible, como en todos sus libros anteriores-, Oliver Sacks permite que experimentemos con él la conflictiva realidad del paciente, por la cual en algún momento todos hemos pasado pero que, mayoritariamente también, no hemos tenido la capacidad de expresar o dar a conocer.
El conocimiento científico del autor se hace patente en el texto cuando escribe: ``Yo era por tanto, digamos, un amputado `interno'. Neurológica, neuropsicológicamente, éste era el dato relevante, yo había perdido la imagen o representación interior de la pierna. Había una interacción, una eliminación, de su representación en el cerebro, de aquella parte de la imagen del cuerpo, como dicen los neurólogos.''
Obviamente Sacks reconoce y enumera a los distintos científicos o médicos que han analizado sus padecimientos y enfermedad, desde Anton, el primero que describió este síndrome, en el siglo pasado, hasta el gran neurólogo francés Babinski que perfiló más el síndrome y acuñó el término ``anosagnosia'' para la peculiar falta de conciencia que caracteriza a estos pacientes, tema igualmente tratado por Sigmund y Anna Freud, que trataron el llamado síndorme de Potzl.
En consecuencia, también el autor hace sus cábalas y ``por un instante, me imaginé a mí mismo, el profesor doctor Anton Babinski-Potzl-Sacks, exponiendo un caso fascinante de este síndrome que no era sino... yo mismo. Luego, lo mismo que en la Montaña, comprendí de prontoÊque aquel `caso fascinante' era yo mismo, no simplemente un `caso' para que el doctor Anton-Babinski-Potzl-Sacks lo expusiese y destacase, sino un paciente muy asustado, con una pierna no sólo lesionada y operada sino doblemente incapacitada, en realidad inútil, porque no era ya una parte de mi `imagen interior' de mí mismo, había sido borrada de mi imagen del cuerpo y también de mi ego, por alguna patología gravísima e inexplicable''.
La soledad del paciente es otra de las experiencias que Sacks relata en su libro, así como las disputas con los médicos que no reconocen los cuestionamientos del paciente, ni sus vivencias personales. Como argumenta Sacks, por lo general el médico sólo busca la mejora desde un puntoÊde vista externo, sin hacer caso a muchas de las aclaraciones o reclamaciones personales del paciente.
La distancia entre lo que es el historial médico y la vivencia de la enfermedad es claramente detallada por Sacks en este texto: ``Recuperación sin incidentes, pensé, están locos. La recuperación es incidentes, una serie de incidentes maravillosos e impredecibles: recuperación es incidentes, o más bien advenimientos, el advenimiento de poderes nuevos e inimaginables; incidentes, advenimientos, que son nacimientos o renacimientos. ¡Qué absurdo tan grotesco! La recuperación (como decía un buen interno) era un peregrinaje, una jornada, en que uno avanzaba, si lo hacía, etapa tras etapa, o por estaciones. Cada etapa, cada estación, era un acontecimiento, exigía empezar de nuevo, era un comienzo o un nuevo nacimiento.''
La crítica al aislamiento y soledad que padece todo paciente, debido al carácter fundamentalmente solitario e íntimo de la enfermedad y al aislamiento que la rígida estructura vertical de la institución hospitalaria impone, es otro de los aspectos tratados por el autor.
En este sentido, Sacks dice, muy expresivamente: ``Sentí de pronto algo que había sentido con frecuencia e intensamente antes, pero que nunca había pensado aplicar a mi propio periodo de hospital: que necesitamos hospitales al aire libre, con jardines, emplazados en el campo y entre bosques, un hospital como un hogar; no una fortaleza o una institución; un hospital como un hogar, y hasta quizás como una aldea. Y esto fue lo que me produjo una sensación más intensa de la casta social de los pacientes, de su condición de descastados, de parias, marginados por la sociedad: la piedad, la repugnancia que inspiraban nuestras ropas blancas, la sensación de que había un gran abismo entre nosotros y ellos, que la cortesía y las buenas formas no hacían más que acentuar. Comprendí cómo yo mismo, cuando estaba sano, me había distanciado de los pacientes, de un modo absolutamente inconsciente, sin darme cuenta. Y sin embargo ahora, enfermo yo también, vestido y ataviado como un paciente, tenía una honda conciencia de que se me rechazaba, de que los sanos, los no pacientes, se mantenían a una cierta distancia de nosotros.''
Y de este modo claro describe el vacío, el abismo entre enfermedad y salud, tema medular y espléndidamente tratado en un libro que, al evitar tecnicismos y aproximarse al lector, se vuelve particularmente atractivo y comprensible para la gran mayoría, seamos enfermos o sanos .
Debate Feminista,
Sexualidad:
Pública/Privada,
Vol. 18, octubre,
México,
1998.
En su más reciente volumen, Debate Feminista pone en la palestra el análisis sobre las imbricaciones entre las dimensiones pública y privada de la sexualidad, además de presentar un compendio de investigaciones sobre este tema en México. En una época en la que el sexo y la sexualidad son temas centrales para cualquier persona, dada la diversidad de prácticas y categorías autoidentificatorias, la reflexión sobre estos asuntos se torna imprescindible para dar cuenta de la necesidad de impulsar una cultura de la ciudadanía sexual en la sociedad mexicana contemporánea.
Así, este número abre con un ensayo de Nora Rabotnikof en el que la discusión gira en torno a tres oposiciones binarias centrales entre lo público y lo privado, y la manera en que ambas dimensiones se entremezclan: 1) lo colectivo y lo individual; 2) la visibilidad vs. el ocultamiento; y 3) apertura-clausura.
Elena Beltrán Pedreira aborda, desde el feminismo, la distinción entre esfera pública y esfera privada, cuestionando la división patriarcal entre ambas. Además, Jorge Malem analiza las relaciones entre el derecho y la moral en el caso de la descriminalización de los comportamientos homosexuales y la prostitución.
En su excelente crónica, Carlos Monsiváis reflexiona sobre la noche popular defeña. Junto con parroquianos, curiosos y estudiantes de maestría, Monsiváis realiza incursiones etnográficas en antros gays como ``El Catorce'', para dar cuenta de las vinculaciones entre el relajo y el deseo en los espectáculos de sexo en vivo en los que lo privado se hace público. A la par, el cronista-etnógrafo hace la radiografía de las ``nuevas especies'' sexuales del espacio nocturno capitalino: chacales, strippers y guiguis.
En la segunda parte se abordan los múltiples significados sociales, culturales y subjetivos de l@s mexican@s(1) en materia de sexualidad. En este sentido, Ivonne Szazs sintetiza los resultados de diversas investigaciones para revelarnos que nuestra sociedad se sigue manejando con base en significados tradicionales que exaltan, entre otras nociones: la sexualidad penetradora de los hombres como un símbolo de dominación y de reafirmación de la masculinidad; la negación social del placer y la valoración de la reproducción en las mujeres; el uso poco frecuente del condón entre los jóvenes varones urbanos; la alta proporción de hombres que reconocen la práctica de las relaciones coitales con otros hombres sin que por ello se reconozcan como homosexuales; y, en general, el ejercicio de la sexualidad impregnada de tabúes y silencios.
Se presentan también trabajos de Castro, Amuchástegui, Liguori y Aggleton, Miano, Rodríguez y De Keijzer, entre otr@s investigador@s, que abordan diversos temas en diferentes contextos sociales como: el significado de la sexualidad, la reproducción y la anticoncepción para los varones de una comunidad rural morelense; los significados de la virginidad en las jóvenes de varios sectores; la prostitución masculina en baños públicos de la Ciudad de México; las características culturales de los muxes (homosexuales de Juchitán); y el cortejo en una comunidad cañera. Además, se incluye el interesante ensayo de Rossana Quiroz Ennis, ``Sobre la etimología de la tortilla'', en el que reflexiona acerca del lesbianismo de las chilangas.
En suma, este número de Debate Feminista expone un amplio panorama de la diversidad sexual en México, la cual se puso de manifiesto en el pasado Foro de la Diversidad Sexual y Derechos Humanos, impulsado por la Asamblea Legislativa del Distrito Federal (del cual Carlos Bonfil y Alejandro Brito hacen una reseña en este volumen). Así, lejos de ser un evento estrictamente privado y heterosexista, la sexualidad es diversa y está sujeta necesariamente a un debate público con altas implicaciones políticas.
En un contexto sociocultural local en el que, por ejemplo, la homosexualidad y el lesbianismo -entre otras identidades sexuales disidentes- son válid@s como identidades privadas, pero no pueden ser expresad@s públicamente, deben ser debatidas las políticas sexuales implícitas en la dialéctica público/privado que posibilita u obstaculiza la expresión o represión de esas identidades.
(1)Aunque violenta la gramática castellana, el
uso de la arroba en este texto pretende ser un recurso alternativo
para incluir en el lenguaje escrito a ambos géneros, simplificando la
escritura y evitando, en este caso, el uso engorroso de frases como
``los(as)''; además de que evita el dilema de la jerarquización
genérica: ¿``los(as) mexicanos/as'' o ``las(os) mexicanas(os)''? Sin
embargo, es necesario reconocer que la efectividad de este recurso, en
la escritura, se anula cuando del lenguaje hablado se trata.
Hoy por hoy, el lema feminista sesentero: ``lo personal es político'',
cobra renovada vigencia en la agenda sobre los derechos sexuales y
civiles de l@s ciudadan@s mexican@s.
Luigi Amara,
El cazador de
grietas,
CNCA, Fondo Editorial Tierra Adentro,
México,
1999.
Cuenta De Quincey en un ensayo famoso que el llamado a la puerta en Macbeth, justo después del asesinato de Duncan, acentúa el pasmo producido por el mismo asesinato. Es decir que Shakespeare planea la intrusión de la realidad para darle relieve a un acto que nos ha sacado, por un momento, de dicha realidad. Aprehendemos la totalidad del pasmo justo en el instante en que éste se acaba. Un cazador de grietas, en apariencia, no soporta la blancura impertérrita de un ámbito; es probable, pero sabemos, o sospechamos, que el verdadero objetivo de esa inquietud, que pide o caza una imperfección, es situarnos plenamente en un cuarto blanco y acentuar su impolución.
Luigi Amara es lector de De Quincey, y sabe bien que las acciones suelen entenderse muy bien cuando vienen acompañadas de una reacción. Sin embargo, después de leer El cazador de grietas es imposible hablar de acciones, o incluso de entendimiento. Al contrario, en el centro de este singular libro está la inacción (que no la pereza, aunque el mismo Luigi insista en ello) y el soliloquio acompasado de quien nos revela las bondades del sosiego. ¿Cuál es, entonces, el llamado a la puerta en el segundo libro de Luigi Amara? No obstante el hecho de que un poema titulado ``Hibernal'' tiene un literal llamado a la puerta, me parece que el elemento crucial que nos entrega un libro positivamente perturbador (al menos para nosotros los estentóreos), cercano y bello, es el contraste entre la nada misma que se persigue y el necesario archipiélago de palabras que la motea, sí, pero la enuncia y la enaltece.
Sería difícil darle crédito a un proselitista de lo nimio, a un orador que promulgara el silencio. Luigi predica -si acaso esta palabra se ajusta a un libro que es casi una recreación del anonimato- con el ejemplo. La verdadera tensión de El cazador de grietas, su manera de quedarse con nosotros perdurablemente, es su afán de silencio. Su economía de medios, su sencillez, su estricta menudencia, reflejan una coherencia casi moral con el remanso cantado.
Desde el epígrafe mismo sabemos que estamos ante el fenómeno inusitado de la montaña yendo a Mahoma; y no estrictamente yendo, pues siempre ha estado ahí al alcance de la sensibilidad, sino manifestándose ante sus ojos serenos. El movimiento es centrípeto y el escenario minimalista: basta una habitación vacía para que la fruición del polvo suspendido en un rayo de luz nos conecte con el mundo y nos revele su índole divisible y placentera; basta un caminar acompasado y sin designio (pues el designio construye encierro, según palabras del poeta) para ingresar -al pasar- al universo de ``lo que se ve'', que ya es mucho, como escribió su admirado Robert Walser; basta rozarse con el silencio: el personaje que habla con El cazador de grietas quisiera a veces que el silencio fuera una voluntad de su oído, y de alguna forma lo es, porque sabiendo escucharlo lo recrea, y sabiendo acotarloÊ-con un cerco tenue, con palabras de acentuación grave, con una apenas modesta evasión de la forma- nos lo da nítido, delineado y para nuestro deleite y consumo personal. No moverse, o moverse sin proyecto y al compás del instinto, es optar por la gimnasia de los sentidos y por las acrobacias del pensamiento.
No se crea que este es un libro ausente de júbilo, escrito por un protomonje finisecular alejado del mundanal ruido para adorar al dios de las pequeñas cosas. Después del ejercicio de sustracción recomendado por el mismo Luigi (y del cual son ejemplares las obras de Valerio Magrelli, de Joan Brossa y del primer Pound), después de quitar y quitar las capas superficiales que anteceden tácitamente a todo poema, aparece la nuez, el corazón de lo buscado, y ese hallazgo es gozoso e incluso se hace acompañar, en una ocasión rara dentro del libro, de un sonoro gong. Aunque es patente la existencia de una provincia mental capaz de gestar las cuatro consabidas paredes, o una gota de agua a través de la cual el mundo real se deforma satisfactoriamente, no hay reclusión física posible en el discurso del libro, ni cenobita que nos convenza. ¿Para qué huir del mundo si éste, finalmente, no puede hacer otra cosa más que entregársenos con cierta inverosímil docilidad? Hedonismo, sí, pero el que produce la limpidez mental, el centro blanco pero imantador, el motor aristotélico. Por eso este libro no lo leí acompañado de cigarros, whisky y mullidos cojines -como planeaba hacerlo-, sino en una silla más bien rígida, sobre una mesa de vidrio e instalado, muy naturalmente, en las lonjas del placer mental.
Por último, quiero hablar sobre el aforista y el jugador de squash, ejercicios ambos practicados por Amara. El aforista es el escritor de máximas o adagios, generalmente con carga moral, con la capacidad suficiente de fijar en tres o cuatro renglones un pensamiento redondo, edificante y proverbial. Conoce el ensayo de largo aliento y suele ser lector de mamotretos, pero destila gotas de concentrado licor no pocas veces cargadas de sutil ponzoña. El jugador de squash conoce su blanco ámbito a la perfección, tiene reflejos felinos y sus instrumentos son una pequeña raqueta y una pelota de goma que traza rápidas líneas en sus trayectorias. Busca ángulos insospechados y rebotes difíciles para vencer al contrincante. Ambos comparten brevedad, condensación, contundencia, instinto y un puñado de eficaces líneas sobre fondo blanco. Ambos son enemigos del etcétera y se trenzan naturalmente, como ya se sospecha, con el poeta. Las tres personas confluyen en una sola, que fuma una pipa verde, ejercita el asedio, combina lecturas como Papini y el Alarma, juega Progol religiosamente cada semana y adereza su ejemplar y perdurable amistad con la esgrima de la filosofía, la conversación polémica y el uso constante de una sentencia que es más un axioma que un aforismo: zafo ir por las chelas.
Ensayo (literario)
El museo en sí, Guy Davenport, traducción y notas de Gabriel Bernal Granados, Ed. Aldus, México, 1999, 253 pp.
La espuma del cazador. Ensayos sobre literatura y política, Evodio Escalante, Col. Diversa núm. 10, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1998, 242 pp.
Una historia de la lectura, Alberto Manguel, trad. José Luis López Muñoz, Grupo Editorial Norma, Colombia, México, 1999, 477 pp.
Ensayo (político)
Los riesgos de la sucesión presidencial. Actores e Instituciones rumbo al 2000, José Antonio Crespo, Col. Estudios Comparados, Centro de Estudios de Política Comparada, A.C., México, 1999, 137 pp.
Ensayo (sociológico)
Estereotipos, prácticas y representaciones. Cultura y trabajo en México, Rocío Guadarrama Olivera (coordinadora), UAM Iztapalapa/Juan Pablos Editor/Fundación Friedrich Ebert, México, 1998, 545 pp.
Narrativa
Deportada, Lily Lebovits, traducción de Fabienne Bradu, Ed. Verdehalago, México, 1999, 126 pp.
El gato, Julio César Sánchez Narváez, Villahermosa, México, 1999, 120 pp.
Juan del Jarro, Norberto de la Torre, H. Ayuntamiento de San Luis Potosí/Verdehalago, México, 1999, 107 pp.
La casa verde, Mario Vargas Llosa, edición definitiva, Ed. Alfaguara, Madrid, España, 1999, 525 pp.
La vida que se va, Vicente Leñero, Editorial Alfaguara, México, 1999, 329 pp.
Las murallas, Méndez Vides, Editorial Alfaguara, México, 1999, México, 1998, 153 pp.
Livodia, José Manuel Prieto, Editorial Mondadori, Madrid, España, 1999, 316 pp.
Tierra de nadie, Eduardo Antonio Parra, Col. Biblioteca Era, Ediciones Era, México, 1999, 141 pp.
Veronika decide morir, Paulo Coelho, México, 1999, 219 pp.
Viajera que vas..., Helen Krauze, Editorial Diana, México, 1998, 276 pp.
Poesía
Esquirlas, Salvador Ortiz, Ed. Obranegra, México, 1999, 29 pp.
Leer poesía, Gabriel Zaid, Col. El día siguiente, Ed. Océano, México, 1999, 343 pp.
Parajes y paralajes, Rodolfo Mata, Editorial Aldus, México, 1998, 79 pp.
Grito en el cielo, Fernando Andrade Cancino, Ediciones Juan Pablos/IMAC (Instituto Municipal del Arte y la Cultura), México, 1999, 123 pp.
La poética genealógica, Tomás Di Bella, Gobierno del Estado de Baja California/Instituto de Cultura de Baja California/Verdehalago, México, 1999, 137 pp.
Hay que tener paciencia para mirar un lirio blanco. Otras versiones de Issa, Agustín Jiménez, Verdehalago, México, 1999, 61 pp.
Del mínimo infinito (poemas 1977-1998), Víctor Toledo, Col. Atarazanas, Instituto Veracruzano de Cultura, México, 1998, 170 pp.
Revistas
Luna Córnea, número 16, 1998, 242 pp.