n Leonardo García Tsao n
Tarantiniños
Algún estudioso de la cultura pop tendría que ponerse a medir el tiempo transcurrido entre la aparición de algo novedoso y el instante en que docenas de imitaciones y refritos aparecen después; eso se ha vuelto trillado, rutinario y rancio. Con su ocurrente hibridación de las influencias más diversas, el cine de Tarantino dio la impresión de estar inventando algo nuevo, ante el evidente entusiasmo de públicos y cineastas jóvenes del mundo entero que no conocían sus fuentes.
No ha transcurrido ni una década después del estreno de Perros de reserva, y la fórmula tarantiniana ya se ha vuelto el clisé más notable de los 90. Hace poco vimos Juegos, trampas y dos armas humeantes, la versión británica de ese catálogo de tics de moda, y ahora se ha estrenado Viviendo sin límites, segundo largometraje del realizador estadunidense Doug Liman.
La originalidad no es el objetivo en la vida de Liman. Si Swingers (1996), su ópera prima, era como un recalentado del Diner (1982), de Barry Levinson, aderezado con varios plagios/homenajes a Scorsese, Viviendo sin límites es la versión preparatoriana de Pulp Fiction.
El punto de partida es un supermercado donde trabajan Ronna (Sarah Polley) y Claire (Katie Holmes); la primera está a punto de ser corrida de su departamento por falta de dinero, por lo que acepta tratar de conseguirle pastillas de éxtasis a un par de clientes, Adam (Scott Wolf) y Zack (Jay Mohr), a través del traficante Todd (Timothy Olyphant). Eso tendrá las complicaciones de rigor que, a su vez, se conectarán con otras subtramas ųun viaje accidentado a Las Vegas, una investigación policiaca de insinuaciones homosexuales--, contadas en capítulos separados como exigen los tiempos, pues el cineasta actual ya es incapaz de resolver una narración con varios personajes en tiempos paralelos (hasta Hilary y Jackie, una historia de dos hermanas muy unidas, es narrada inútilmente en dos partes). Liman cumple el ritual de manera tan mecánica, que un espectador medianamente atento podrá adivinar la forma en que las historias se van a entrecruzar.
En los 80, la premisa del yuppie en peligro ųque encontró su paradigma en Después de hora (1985), de Scorsese-- fue el punto de partida de docenas de comedias negras. La actualización de los 90 es el joven delincuente en peligro. Por querer conectar droga, o robarse una lana, o hacer una transa menor, los nuevos héroes de la comedia negra tarantinesca están obligados a enfrentar los efectos de una sobredosis, la persecución de unos matones y/o el asedio policiaco, mientras comentan sus preferencias de la cultura pop. Liman juguetea con sus personajes de una manera superficial, en aras del chiste fácil y sin ninguna consecuencia de peso dramático. Muy ilustrativo de ello es el forzado episodio de Las Vegas, en el cual el inglés Simon (Desmond Askew) se mete en problemas de muy hipotética comicidad, justificados únicamente por su idiotez.
Por supuesto, la resolución formal recurre al catálogo consabido de gimmicks (en este caso, un gato que habla por medio de subtítulos), efectos, cortes rápidos, y tomas rebuscadas bajo una atmósfera de estudiada sordidez, con el acompañamiento incesante de una mezcla de éxitos rockeros. Es un cine cuyas pretensiones de modernidad ya nacieron viejas.
Viviendo sin límites
(Go)
D: Doug Liman/ G: John August/ F. en C: Doug Liman/ M: BT; canciones varias/ Ed: Stephen Mirrione/ I: Katie Holmes, Sarah Polley, William Fichtner, Desmond Askew, Scott Wolf, Jay Mohr/ P: Paul Rosenberg, Mickey Lidell, Matt Freeman. EU, 1999.