José Cueli
La autenticidad del toro: vencer la muerte

Resurge la feria del toro que descubrió al mundo Ernesto Hemingway en la Pamplona bravía con personalidad, estilo y espíritu propio. Se advierten idénticas evocaciones de sus caracteres tradicionales y la gracia peculiar del terruño. El temple de su gente que le da la belleza y orgullo que se sucede por generaciones, en una depuración acabada del pensamiento propio, del espíritu étnico, que se elaboró y se extendió por el mundo.

Allí se guarda como la nota dormida de las cuerdas de la guitarra, la verdadera belleza que terminan por amar, propios y extraños, por su sencillez dentro del drama de la vida y la muerte. Es la feria de Pamplona fuerte como los toros que corren por sus calles, seguidos de sus toreadores; clara y luminosa; dura y viril; saciadora de la necesidad de cercanía con la muerte, tal como si las piedras de su suelo, fuesen parte del cuerpo de sus pobladores y sus pasiones.

Es en este "rincón de los toros", en que resurge el drama del toreo. En el que se pierde la simulación y se tocan los lindes de la autenticidad. Esa que se ha perdido en la moderna concepción del toreo con faenas ventajistas a novillines inválidos y sospechosos de tener pitones manipulados. En la que destacan sólo los genios del ballet.

En el juego de los toros, en medio de la fiesta, aparecen la tosca y bravía fortaleza de los mozos toreadores, engarzados en muros y tablones en los que se recuestan recios para defenderse de las cornadas de los toros encorajinados, que llevan una muerte en cada asta, representante de lo instintivo, de las fuerzas brutas de la naturaleza incontroladas que fueron burladas a cuerpo limpio entre recortes y galleos.

Después el caminar victorioso o en camilla al hospital ųeste año no hubo muertosų en la bien abrigada de tejados, ciudad navarra, y salir a la alegría de la luz y salud del aire dentro de la severidad y gravedad del espíritu amigo de la muerte, conjuntamente con el gracejo retozón y burlesco del pueblo pamplónico.

Precisamente en esta época nuestra, en que lo que menos importa es el toro, y de lo que se trata es de imponer el toreo ballet a toritos aborregados. Pamplona afirma en sus encierros su personalidad que es algo inmaterial más recio que las veleidades humanas. Como la del hasta ahora triunfador de la temporada española José Tomás, que rehuyó a la competencia con Enrique Ponce, alegando tener lastimada la mano derecha. Lo que le permitió al de Valencia armar el alboroto y aromar de paella el fin de la fiesta, salir en hombros y emparejar los cartones.