Carlos Bonfil
El violín rojo

Un violín de acabado perfecto, producto del virtuosismo artesanal de la Italia del siglo diecisiete, encierra en su fabricación un secreto casi fantástico ųel tipo de historia pasional con tintes trágicos propia de un relato de Balzac o de Allan Poe, una Piel de zapa o un Retrato ovalado. En ese objeto se encuentra el poder de la fatalidad. Un violín diabólicamente perfecto, de color rojo, y con la capacidad de atravesar casi incólume cuatro siglos y varios continentes, sólo puede ser una nueva caja de Pandora.

La idea es sugerente: cada poseedor de ese instrumento musical será víctima de fuerzas extrañas que primero lo embriagan y poco después lo someten y aniquilan.

El violín rojo, tercer largometraje del joven quebequense François Girard (realizador de Treinta y dos cortos sobre Glenn Gould, exhibida un solo día en la Cineteca Nacional hace varios años), es una producción ambiciosa: cinco años de preparación; cinco idiomas (alemán, italiano, chino mandarín, inglés y francés) como contrapunto a la unidad musical que simboliza el violín mismo: cinco locaciones distintas (Italia, Austria, Oxford, Shanghai y Montreal) para cinco episodios en cinco épocas cuidadosamente ambientadas. Sorprende en el cine de Quebec, a menudo intimista, esta visión panorámica que pretende cubrir, a vuelo de pájaro, cuatro siglos de historia. Con resultados no siempre afortunados. La división de la cinta en episodios muy cortos vuelve esquemáticas o apresuradas varias de sus propuestas temáticas. El episodio de la revolución cultural china y su represión de cualquier manifestación artística occidental, es decir, "decadente" para la ideología maoísta, no logra un desarrollo suficiente, aunque sí ofrece las mejores actuaciones; la historia de un virtuoso del violín, erotómano incorregible, que alcanza sus mejores momentos musicales después del orgasmo, cuando no durante el acto sexual mismo, sugiere una ecuación genio musical e incontrolable arrebato erótico que se prolonga innecesariamente y sin mucho sentido, con personajes temperamentales hasta la caricatura (Jason Flemyng, Greta Scacchi), y una desmesura que recuerda a la del Ken Russell de Mahler. Otro episodio, el del niño de talento precoz y salud frágil que un maestro de música (Jean-Luc Bideau), rescata de un monasterio austríaco para llevarlo a las cortes europeas, es la historia más sobria y emotiva, la que mejor revela el talento narrativo de la pareja Girard-McKellar, y su aprovechamiento de la banda sonora y del estupendo solo de violín de Joshua Bell.

El violín rojo registra en un episodio central, situado en la época actual, en una exclusiva casa de subastas de Montreal, los intentos de varios coleccionistas por apoderarse del famoso violín, valuado en casi dos millones de dólares por su antigüedad, su perfección técnica, superior a la de cualquier Stradivarius, y por la leyenda que lo rodea, y de la cual cada uno de los otros episodios es ilustración y moraleja. Este episodio elabora una trama de suspenso no siempre plausible. Un experto en instrumentos musicales antiguos (Samuel Jackson) se afanará por recuperar el violín original a fin de acabar con su leyenda oscura o para reactivar su poder de encantamiento. Hay una aproximación al thriller estadunidense en el manejo de la intriga y el suspenso que aumentan hacia el desenlace, con Jackson en dominio total del episodio, sin ningún otro personaje capaz de disputarle un instante el territorio. Sin embargo, es claro que la originalidad de la cinta no reside en la exploración de un género, el thriller, que Hollywood maneja con eficacia mayor y sin recurso a cartománticas ancianas ni a explicaciones sobrenaturales. Lo interesante en El violín rojo es justamente su sugerencia de una historia fantástica y perturbadora, pero esta no tiene espacio para desarrollarse cabalmente. La divina por episodios genera confusión de géneros y la dispersión del impulso inicial.

François Girard ofrece una cinta paradójica e interesante, donde la visión de conjunto (el violín, testigo itinerante de sucesos históricos) seduce más que cualquiera de sus partes, y donde el tema mayor es la fiebre del conocimiento, la sensualidad carnal y los castigos terrenales o divinos que pesan sobre ellas. Para el cinéfilo, El violín rojo llega a ser la obra desigual de un director talentoso e inquieto capaz sin duda de logros mayores; este amante de la arquitectura, la música y la danza filmó anteriormente El dormitorio, espectáculo del grupo canadiense Carbono 14, y una cinta estupenda sobre Gleen Gould. Para el espectador amante de la música, su nueva experiencia será un verdadero deleite.