Eduardo R. Huchim
El éxito en la elección vecinal

En un entorno de abstencionismo como el que rodeó a la elección vecinal del pasado 4 de julio, resulta anticlimático hablar de éxito en relación con ese complejo proceso en el que votó casi 10 por ciento de los potenciales sufragantes, 573 mil ciudadanos en números redondos.

Sin embargo, el éxito consiste en la realización misma de esos comicios, porque hasta hace algunos meses parecían una misión imposible, pues entre la creación del organizador, el Instituto Electoral del Distrito Federal (IEDF), y la fecha de la elección mediaba un tiempo extremadamente corto. El Instituto hubo de prepararlos en un lapso de sólo cuatro meses, con una desventaja adicional: esta preparación se efectuó simultáneamente con la instalación del Instituto, que comenzó a operar en febrero, 15 días después de que sus consejeros fueron elegidos por la Asamblea Legislativa del Distrito Federal.

Los primeros asuntos de los que el Instituto se ocupó se relacionan con la integración de su secretaría y sus direcciones ejecutivas, con la expedición de un Estatuto del Servicio Profesional Electoral y con una serie de asuntos apremiantes más vinculados con la construcción del órgano que con la elección vecinal en sí, cuyo inicio organizativo puede datarse en marzo.

La complejidad de este proceso se expresa en hechos como los siguientes:

a) La ley obliga a efectuar la elección con una lista nominal de electores, que a su vez obliga a contar con una cartografía que no existía --debe recordarse que la división territorial existente era por distritos y secciones, pero no por colonias--, por lo cual el Instituto se vio precisado a elaborarla en un lapso no mayor de dos meses, con el apoyo del Instituto Federal Electoral.

b) Las elecciones locales capitalinas se efectúan con 40 órganos distritales, pero la vecinal se organizó con sólo 16, instalados apenas en abril, que hubieron de absorber cargas de trabajo que normalmente se reparten entre varios. Los casos más dramáticos fueron los órganos distritales de Iztapalapa y Gustavo A. Madero, que realizaron el trabajo de siete y seis distritos, respectivamente, y hubieron de instalar casi 2 mil mesas receptoras de votación en el primer caso y mil 680 en el segundo. Vale decir que las casi 2 mil mesas de Iztapalapa equivalen al doble del total de las instaladas en Nayarit (986 casillas), donde hubo elecciones el mismo 4 de julio.

c) Los comicios vecinales no fueron una sola elección, sino mil 313 elecciones, una por cada comité vecinal, lo cual equivale a elegir simultáneamente más de la mitad de los municipios de todo el país.

Los obstáculos que esas circunstancias representaron fueron superados por el Instituto, que logró la instalación de 95 por ciento de las mesas de votación, a pesar de que los trabajos siempre fueron contra el tiempo y a pesar de que los recursos fueron siempre escasos. Es preciso mencionar, empero, que el día de la votación hubo fallas que se reflejaron en la desesperante lentitud con que llegaban los datos al Consejo General del Instituto, lo cual dio una imagen de desorganización que no se correspondía con la realidad. Lo que hubo fue una falta de fluidez en la información de los asistentes electorales a los distritos y de éstos al Consejo General, motivada fundamentalmente por la carencia de instrumentos de comunicación, ya que por la escasez de recursos no fue posible dotar a aquéllos de teléfonos celulares o radios, además de que por la misma causa los órganos distritales no dispusieron de líneas telefónicas suficientes para recibir y retransmitir la información.

Ahora bien, importa tratar de explicar el abstencionismo, que evidentemente se debió al desinterés ciudadano en los comités vecinales, agudizado por la escasa difusión que tuvo el proceso. Por el lado del Instituto se destinaron 35 millones de pesos aproximadamente a la difusión, pero lo previsto era casi cuatro veces más, si bien no fue posible concretar esto último por falta de recursos. (Esta escasez no se aborda aquí por razones de espacio, pero vale la pena apuntar que si el problema presupuestal no se resolviera en lo inmediato, podría estar en riesgo la elección capitalina de 2000.)

Adicionalmente, la propaganda de las planillas fue pobre en cantidad y calidad porque sus candidatos carecieron de financiamiento público --es decir, dependieron exclusivamente de sus propios recursos-- y por mandato de ley no pudieron emplear colores ni lemas y sólo se identificaron por número.

Si a todo lo anterior le añadimos la lluvia que con diferente intensidad cayó el 4 de julio en la ciudad de México, el cuadro para el abstencionismo queda claro. Importa destacar, con todo, el notable espíritu de participación que se reflejó en el número de candidatos que contendieron en las casi 3 mil 800 planillas: 42 mil 994 ciudadanos, que equivalen a diez veces el número de candidatos propietarios para diputados federales y senadores de todo el país en los comicios de 1997.

Como puede verse y sin soslayar el abstencionismo y las fallas habidas y ya explicadas, aun así es razonable hablar de éxito, así sea nublado, en las elecciones vecinales pasadas.