Adolfo Sánchez Rebolledo
Fox, el iluminado
El 10 de julio, Vicente Fox se dirigió a sus partidarios al registrarse como aspirante panista a la candidatura presidencial en un mitin al pie de la plaza de toros en la Ciudad de los Deportes. Las palabras dichas en esa ocasión por el guanajuatense constituyen un recuento cabal de intenciones y propuestas, un resumen inigualable de cierta forma de ver la vida y el futuro de México construida a partir de vivencias arcaicas y retazos de modernidad.
El discurso expresa los límites de una retórica esculpida a golpes de frases hechas y lugares comunes traducidos al código sentimental del lenguaje publicitario. Fox rompe con el viejo estilo panista intentando inaugurar una forma personal de comunicación, que de antemano se presenta como un esfuerzo superior de trivialización. Qué lejanas resultan las expresivas elegancias conservadoras de un Gómez Morín o, para no ir tan lejos, la eficaz vehemencia argumentadora de un Fernández de Cevallos, el contemporáneo incómodo.
Fox nos ofrece una retahíla de promesas sonoras inmersa en una visión milenarista del futuro: ``Partiremos en dos el curso de la historia nacional'', afirma. Esta idea, compañera inseparable del voluntarismo, es el tema esencial de Fox: ``El 2 de julio del año 2000 empezaremos un México mejor...''. No dice --pues no le toca a él, sino a los muy numerosos amigos que le acompañan--, que él es el verdadero Salvador, aunque la campaña está diseñada para anunciar la buena nueva: ``Escribamos una página, limpiemos el color de nuestro país, y escribamos una historia de éxito para los mexicanos'' y así todo el camino. Vicente Fox prefiere presentarse a sí mismo como un hombre campechano, con ideas sencillas pero claras; sin embargo, su discurso demuestra que tras esa apariencia estudiadamente bronca y campirana respiran los viejos rescoldos mesiánicos, un soplo que viene, lo ha dicho él mismo, de la cristiada, esa moderna epopeya de la derecha nacional que es una de sus fuentes de lectura e inspiración.
Como trasfondo moral y cultural de este fundamentalismo se halla la memoria del catecismo católico renovada gracias al influjo avasallante de los manuales de autosuperación personal, pero la eficacia la obtiene, en el mejor de los casos, de la novedad de esa combinación, jamás de la exactitud o la profundidad de los conceptos. Siguiendo las tendencias de la moda, el mundo foxiano se divide a la manera maniquea entre los que tienen Exito, con mayúsculas, y los perdedores, exactamente como ocurre en el mercado convertido en el verdadero rostro del Destino.
En esta visión profética del México finisecular que es característica de Fox, el pasado es apenas una sombra que oculta todos los males, el manto que mantuvo a oscuras a la nación inerme hasta el advenimiento del Mesías-Fox. En esa visión exenta de matices la historia mexicana debe entenderse sencillamente como un rosario de fracasos, fraude, corrupción: ``¿A dónde iremos a parar si México sigue así? ¿Queremos ver la misma película de estos 70 años''. Fox no rescata a nadie. No hay una sola línea de luz en ese infierno que es la historia del siglo XX, confirmando así la veta más negadora del pensamiento conservador. Fox no salva a ninguno de la quema. ``Llegó la hora del buen gobierno'', asegura el futuro candidato panista.
La superficialidad de las propuestas da el tono escolar al discurso foxista, incapaz de superar el estado de generalidad más absoluta. ``Ha llegado el momento de que nos comprometamos, dice por ejemplo,... A disfrutar (sic) a diario y en cada mesa el pan de la tranquilidad y el trabajo honesto''. Pero el discurso está planeado para que tenga resonancias efectistas, no consecuencias de gobierno: ``Nuestra generación sabe Hacer compromisos'' (sic); Nuestra generación (quién, cuándo, dónde, me pregunto) enfrenta grandes desafíos. Debemos entrarle fuerte y a fondo'', pero la oratoria también admite advertencias que deben leerse a tiempo: ``... el reto es terminar con el crimen; seremos firmes, habrá verdadera autoridad''. ¿No es este tema de la ``verdadera autoridad'', una de las formas asumidas por el nuevo autoritarismo que sin pudor alguno reniega de la derecha?
La aparente vacuidad de sus promesas deja en el limbo la naturaleza de sus propuestas políticas junto al mesianismo que las fundamenta reforzado por el tono melodramático de las palabras. Fox quiere que la próxima generación diga con orgullo: ``La grandeza de esta nación fue ganada por mujeres y hombres valientes que conocían su deber y poseían un sentido de honor y responsabilidad'', pastoreados, claro está, por Fox, el iluminado.