El estado del conflicto en la UNAM es cada día más preocupante y ya no puede evitarse el temor de un trágico final. No es fácil conjurar el recuerdo del 68 ni negar que la violencia se repite cada vez más en nuestro medio. En especial, las concentraciones de apoyo realizadas recientemente evocan la confrontación del tamaño de los ejércitos que podrían entrar en combate. Y hay algo más doloroso: no falta quién quiera justificar esta situación como una forma de mejorar la educación.
El enfrentamiento universitario ha causado que durante los últimos meses hayamos leído y escuchado muchas reflexiones acerca de cuestiones como las siguientes: Ƒes correcto hablar de huelga en este conflicto?, Ƒel financiamiento de la UNAM es obligación exclusiva del Estado?, Ƒla autonomía universitaria es real?, etcetera. Sin embargo casi no se ha hablado de la función básica de una universidad: la educación. El tamaño del conflicto y sus particularidades muestran la importancia de la UNAM y a la vez parecen sugerir que tal relevancia no proviene de su función educativa.
Si se juzga por lo ocurrido hasta el momento, es imposible negar que la educación universitaria anda mal. Se podía haber esperado que los problemas de una institución educativa pudieran ser resueltos de manera académica sin recurrir a los procedimientos observados. Como hemos sido testigos no sólo ocurrió algo indeseable, sino también hemos visto publicados desatinos como propuestas académicas y se ha hablado de la ocurrencia de hechos delictivos. Es claro que hay que reformar nuestra universidad pues está cobijando gente y medios que no le son propios.
Hay algo indiscutible: la UNAM, con defectos y virtudes, es un producto de nuestra cultura y un gran acervo de la experiencia educativa en nuestro país. Por lo tanto, como todo valor cultural, es necesario protegerla pero también hay que aprovecharla. Sabemos que nuestra universidad tiene sus propios medios para proponer soluciones, dirimir discusiones y llegar a acuerdos. Tal vez esos medios requieren ser perfeccionados pero es un gran desperdicio no aprovecharlos. En el caso del conflicto que nos ocupa no hay porqué no hacerlo, quizá sólo como punto de partida para encontrar la solución.
Todo conflicto crea resentimientos y hace más profundas las divisiones. Más aún, cuando las pasiones se exaltan la razón y los procedimientos académicos no funcionan. En este conflicto hemos llegado al punto en el que cualquier discusión es infructuosa. Pero debemos reconocer que el mismo conflicto ha puesto el dedo en muchas llagas y no conviene cerrar los ojos frente a ellas, sino encontrar el ambiente apropiado para sanarlas y hacer un esfuerzo para seguir adelante en forma que se propicie la concordia en la comunidad universitaria.
Es necesario añadir que durante la primera etapa del conflicto la presencia de la opinión de los profesores en las publicaciones acerca del conflicto fue muy escasa. Es cierto que los maestros aparecieron en las listas de firmantes de desplegados, que fueron mencionados como miembros de academias, nuevas o antiguas, o incluidos en otras formas de apoyo gremial. Empero la presencia que esperábamos era otra, pues a ellos los identificamos de manera diferente. Nuestros profesores fueron fuente de conocimientos, guías del camino que emprendimos, consejeros y estimuladores de nuestra formación. No obstante, en la información que ordinariamente apareció en esos días esas características pasaron prácticamente desapercibidas.
En la preocupante situación que en este momento vivimos, es un aliciente notar que las opiniones de los profesores universitarios empiezan a darse a conocer más. Recientemente han aparecido varios desplegados con puntos de vista y propuestas concretas firmados por profesores como tales, esto es, como miembros del personal académico. Por lo que se refiere a su opinión podemos o no estar de acuerdo, pero esto es lo usual en la relación con los maestros. Así hemos visto en la prensa propuestas cercanas a las "posiciones oficiales" y otras con tintes muy personales. No faltan las sugerencias concretas (que muchos llamaríamos consejos) así como las opiniones abiertas. A guisa de ejemplo mencionaré la hecha por los respetados maestros Esteva Maraboto, Fix Zamudio, León Portilla, López Austin, Peimbert, Pérez Tamayo, Rossi, Sánchez Vázquez y Villoro, publicada el pasado miércoles en este diario.
La propuesta mencionada plantea un camino posible para destrabar el conflicto y se distingue por la forma de invitar a la terminación del paro y por el compromiso explícito y personal de esos maestros. Es claro que hay otras posibilidades, aunque no parece prudente seguir en estos momentos manteniendo la parálisis de nuestra institución con el pretexto de encontrar "la mejor solución". Lo urgente es abrir la universidad y hacer un esfuerzo especial para restablecer la vida académica normal, pues sólo así podremos continuar propiciando una buena preparación para los estudiantes. Con ésta, aparte de lo que en sí significa y que ellos deben haber buscando al inscribirse en la universidad, se podrá preparar y organizar la reforma que requiere nuestra institución.
* Profesor de la UNAM