La rebelión de las masas
Luis Benítez Bribiesca
Un hecho que, para bien o para mal, parece ser el más trascendente en la vida pública que se gesta en estos momentos de reajuste sociopolítico en México, es nada menos que la plena emergencia de las muchedumbres en el control social. Partidos políticos viejos y nuevos, líderes, organismos sindicales, grupos rebeldes, estudiantes disidentes. Todos y cada uno pretenden poseer la verdad y proponen cambios radicales en direcciones de lo más divergente. Ello ha creado una gran confusión social en la que el único punto de coincidencia parece ser la ruptura del orden y el desconocimiento de la autoridad. Como consecuencia, nuestra sociedad se enfrenta a un estado de incertidumbre y de angustia por la indefinición del rumbo que debe escoger.
En 1937, José Ortega y Gasset publicó La rebelión de las masas, un profundo y discutido ensayo sobre el fenómeno de toma de conciencia y de poder de las masas sociales que ocurría en Europa por aquellos años. A pesar de las distancias geográficas, temporales y culturales, hay grandes coincidencias con lo que ahora ocurre en México. Por ello su relectura puede ser ilustrativa en estos momentos en que la demagogia y la sinrazón campean por los ámbitos de aquellos que pretenden tomar el control de nuestra sociedad.
El gran peligro de la masa, decía Ortega, no es su clase social, sino su mentalidad. El hombre-masa existe en cada clase y es un sujeto sin identidad, sin angustia existencial, ignorante de su historia y con un profundo desprecio por la autoridad. Lo malo no está en que la gente aspire a mejores niveles de vida y justicia social, sino en imponer su mentalidad masificada mediante dogmas, sin estar intelectualmente preparados para ello.
Hoy asistimos a una democracia (o pseudodemocracia) en la que la masa actúa directamente sin ley, mediante presiones materiales. "El alma vulgar, sabiéndose vulgar, tiene el denuedo de afirmar el derecho a la vulgaridad y lo impone dondequiera", decía el filósofo español. Pero vulgaridad no es sinónimo de tontería; el hombre-masa es astuto, pero carece de autocrítica, lo que lo lleva al empecinamiento. Ya Anatole France apuntaba que un necio es más funesto que un malvado, porque el malvado descansa algunas veces; el necio jamás. Por eso el hombre masificado ha perdido la capacidad de oír, razonar y dialogar. Ahora se siente capaz de juzgar, decidir y sentenciar; él es la autoridad. Ciego y sordo, se siente con el derecho de expresar sus opiniones en cualquier ámbito de la vida pública. Ese es el sustrato fértil en el que surge la demagogia, una forma de degeneración intelectual que ha estrangulado civilizaciones enteras.
La tesis de Ortega de que la mediocridad encapsulada en la cultura de las masas invadiría Europa se ha cumplido en nuestro mundo globalizado. La imposición del mercado libre, el culto al éxito material, la idolatría de la autogratificación y la ilusión de la educación superior irrestricta son al mismo tiempo causa y consecuencia de la rebelión de las masas. Nuestro país está en plena efervescencia social y resuena con los ecos de la España de los 20 que motivó el monumental ensayo de Ortega y Gasset. Nuestros políticos y líderes suenan con el clásico timbre de los demagogos. Los grupos sociales pretenden ser, cada uno, poseedores de la verdad. La autoridad y la ley son objeto de escarnio. La imposición dogmática de posturas sociales es la regla. Los diálogos son una simulación; sólo hay monólogos de necios. Faltan las ideas y los ideólogos, pero además no existe disposición para escucharlos. Lo irremediable es que en la democracia, simplemente por número, no por propuestas, siempre gana la gran masa.
En esta sociedad confusa emerge una necesidad irrefrenable por reclamar derechos de todo tipo. Los derechos humanos, los de grupos marginados, de la mujer, de los niños, de los estudiantes, de los trabajadores, de los desempleados, de los discapacitados, etcétera.
Todo eso parece justo y adecuado siempre y cuando, paralelamente, se hablase de obligaciones. Sin embargo, los grupos sociales emergentes creen tener todos los derechos y ninguna obligación. Pero en esa carrera desenfrenada por conseguir todos los derechos, esquivando las obligaciones, la sociedad se atropella a sí misma.
A Europa le costó un siglo y dos guerras mundiales encontrar lo que parece ser ahora el nacimiento de un nuevo orden. En Estados Unidos, el país más poderoso del orbe, la masificación aún proyecta una sombra funesta sobre la cultura del american way of life, que con su gran influencia ha permeado todos los ámbitos, incluido el nuestro. Pero de la historia y de sus errores se puede aprender para no repetirlos.
El ensayo de Ortega es una poderosa voz de alarma que trasciende la Europa de principios de siglo y es vigente para las sociedades actuales. La solución parece estar en la educación y el rescate de los valores humanos. šFácil de decir, pero muy difícil de realizar! Recapacitar sobre esa crisis quizá pueda ayudar a que a nuestro país no le sea tan largo y doloroso este parto distósico en el que una nueva estructura sociopolítica y una nación digna podrán ver la luz.
Comentarios a:
[email protected]