La Jornada Semanal, 11 de julio de 1999
Limpieza étnica en reversa
Lo que la OTAN ha hecho tras la campaña bombardera de la ex Yugoslavia es volver al punto cero de las negociaciones, lo cual tan sólo puede conducir a una partición de Kosovo o bien a un estancamiento de la situación que es muy conveniente para Clinton, Blair y otros, quienes ya pueden pararse el cuello atribuyéndose una victoria humanitaria y legando el polvorín a sus sucesores. Pero esto sólo pospone las trágicas consecuencias de la intolerancia étnica para el futuro. La realidad es que resulta difícil imaginar a los kosovares albanos pagando impuestos a Belgrado, usando la moneda yugoslava o cumpliendo con cualquier deber como ciudadanos yugoslavos. Por eso algunos oficiales de la OTAN hablan ya de una secesión de facto, la cual está en contra de la línea estadunidense y que sin duda será motivo de futuros conflictos. De hecho, el lenguaje mismo utilizado por Clinton al anunciar el triunfo resulta muy sintomático: dijo que el bombardeo había logrado ``invertir'' (reverse) ``la inmoral campaña de limpieza étnica''. Como se ha podido ver, desde la entrada de las tropas extranjeras a Kosovo ha comenzado una depuración inversa, ya que ahora son los serbios quienes huyen aterrorizados de la provincia.
Misión cumplida o las virtudes de la cobardía
Los defensores de esta aventura militar argumentan que la guerra de Kosovo ha sentado un precedente humanitario, ya que es la primera vez que tropas internacionales intervienen en un país con el único objetivo de defender a un pueblo subyugado. En cualquier caso hay que tomar en consideración que, para llevar a cabo este noble gesto, Estados Unidos y sus aliados pisotearon la Carta de las Naciones Unidas, la Convención de Viena, la Convención de Ginebra, la Convención de la Haya para la protección de propiedad cultural en caso de conflictos armados (1954), la Convención para la prohibición del uso de técnicas militares u hostiles para la modificación ambiental (1976) y la propia Carta de la OTAN (1975), entre otros documentos de la ley internacional. Pero lo más importante es que olvidaron que no hay heroísmo sin sacrificio, que el valor consiste en arriesgar la vida por los demás, que salvar al prójimo a riesgo de su vida es una operación burocrática y no un acto altruista. Muy acertadamente, Nicholas von Hoffman denominó a esta campaña ``La guerra de los cobardes'': de un lado los líderes yuppies de la ``tercera vía'', incapaces de arriesgar la vida de un solo soldado por temor a las encuestas de opinión, y por el otro Milosevic, el carnicero de los Balcanes, que calculó que sería salvado por la compasión de la opinión pública mundial.
Hombres comunes, situaciones extraordinarias
El punto decisivo de la ``guerra'' tuvo lugar cuando la OTAN decidió intensificar los bombardeos y expandir la lista de blancos ``legítimos''. Para entonces la campaña de deshumanización del pueblo serbio ya había tenido efecto, por lo que no resultaba demasiado perturbador para el público enterarse de que técnicos y empleados de la televisión serbia habían muerto cuando los estrategas estadunidenses decidieron censurar ``la propaganda genocida serbia''. Para esto, los medios (incluyendo CNN, Time, New York Times, ABC y NBC, entre otros) tuvieron que repetir muchas veces que Milosevic era igual que Hitler y que todos los serbios eran cómplices, activos o indolentes, del holocausto kosovar. Los medios olvidaron convenientemente que cualquier pueblo orillado a circunstancias extraordinarias es capaz de cometer o permitir que se cometan actos de crueldad inverosímil. De hecho, las víctimas de este conflicto no han tardado demasiado en perpetrar el mismo tipo de atrocidades de que fueron objeto, y ni siquiera han mostrado mesura ante la descomunal presencia de tropas y medios internacionales, como el caso en que milicianos del ELK capturaron y torturaron en Prizren, el 18 de junio pasado, a quince personas (serbios, albanos y un gitano) hasta el punto de asesinar a un anciano. La actitud racista y criminal de muchos serbios no puede ser justificada, pero esto tampoco es una justificación moral para el homicidio y la agresión militar indiscriminada.
Las violaciones de los derechos humanos no serán nunca eliminadas ni corregidas mediante la destrucción y el asesinato aleatorio. Paradójicamente, la razón por la que fueron destruidos hospitales, escuelas, caminos y servicios no tuvo que ver con castigar a la población civil sino con motivarlos a la revuelta, con darles un empujoncito para que rompieran sus cadenas y se levantaran en contra de su dictador (aunque el tirano en cuestión llegó al poder democráticamente). Es decir que los satanizados serbios podían purificarse por el fuego ante los ojos de occidente si aceptaban la razón de los misiles Tomahawk y los helicópteros Apache (resulta interesante que se utilice equipo militar bautizado con palabras de pueblos que fueron víctimas de una limpieza étnica para tratar de combatir otra limpieza étnica). Como los serbios no respondieron a la incitación, Clinton les dio una oportunidad más de entrar en razón y en su discurso de la victoria anunció que su país no daría un solo centavo para la reconstrucción de Serbia, mientras Milosevic estuviera en el poder.
La era de la soberanía atómica
La pavorosa lección de este conflicto virtual no es, como se ha querido hacer creer, que la guerra light sin pérdidas humanas es una opción humanitaria, sino que las naciones sin armas nucleares no tienen derecho a reclamar su soberanía nacional. Al final, unas cuantas toneladas de armas inteligentes han hecho más daño a la paz mundial que medio siglo de guerra fría.
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