Luis González Souza
UNAM: democracia o purgatorio
En estos días, tal vez el próximo lunes, el conflicto en la UNAM entrará a su fase decisiva. Bastante se ha avanzado en la solución del problema. Inclusive ya se inicio el diálogo entre los representantes del rector (Comisión de Encuentro) y del estudiantado combativo (Consejo General de Huelga), el pasado 5 y 6 de julio en el Palacio de Minería.
Sin embargo, todavía quedan por superar algunos escollos capaces de echar por la borda todo lo avanzado. Tales escollos, o retos finales, pueden resumirse en lo siguiente.
Uno, hacer de ese diálogo embrionario, un diálogo verdadero: con ganas no sólo de escuchar, sino aprender del interlocutor. Dos permitir que ese diálogo conduzca a una negociación limpia, transparente, de cara a la sociedad, con concesiones recíprocas, y no tanto equitativas como justas. Y tres, garantizar que los acuerdos resultantes sean cumplidos a cabalidad.
Todo ello con la mira siempre puesta en lo que supuestamente constituye el mayor consenso entre los universitarios: fortalecer a la UNAM. Fortalecerla en su identidad de institución pública, autónoma y nacional, lo mismo que en su capacidad para brindar la más alta educación a un creciente número de estudiantes. Nada que aliente su perversión en otra universidad-negocio, ni nada que la lleve a la agonía. Sí, en cambio, todo aquello que permita el mejoramiento de nuestra máxima casa de estudios conforme a su identidad de universidad de todos y para todos. Universidad por eso nacional: de y para la nación.
Esa identidad tan propia de la UNAM por sí sola alberga al ideal de la democracia. Es una institución que incluso alude a todos, no sólo a la mayoría de los mexicanos. Con mayor razón, el asunto de la democracia asoma en otras cosas. De hecho, aparece en el centro del diagnóstico de crisis como la que condujo a la actual huelga estudiantil. Y por lógica figura en el corazón de una solución digna y fructífera de esa huelga. (Paréntesis forzado por quienes dicen que la democracia no debe extrapolarse a la universidad, so pena de llevarla al ``caos populista''. A nuestro entender, la democracia antes que nada es una creación cultural, por lo mismo aplicable a toda relación de humanos, incluidos los universitarios, a menos que sean robots).
Igual que en todo México, la cuestión de la democracia hace las veces de epicentro en el conflicto de la UNAM. Y no es sorprendente, porque esa universidad sigue siendo el bastión de nuestro sistema educativo; porque éste determina en mucho el futuro del país, y porque, a su vez, ese futuro depende vitalmente de una transición exitosa a la democracia. Pero no es necesario ir tan lejos. Ni la UNAM habría caído en el purgatorio, ni la actual huelga habría estallado, si los principios y valores de la democracia rigieran la vida universitaria. Al menos desde 1968, en todos los corredores de la UNAM retumba el grito de ¡No más decisiones despóticas ni (contra) reformas autoritarias! Y por supuesto: ¡Nunca más cualquier tipo de represión contra las luchas universitarias!
No parece prudente seguir ignorando ese grito. Es hora de atenderlo en serio. Una nueva oportunidad está tan cercana como el próximo lunes, si las autoridades atienden la invitación del CGH a continuar el diálogo iniciado el lunes anterior. Y si ahí se muestra disposición a sortear los últimos escollos antes referidos y que pueden condensarse en un solo reto: lograr un diálogo democrático conducente a una negociación democrática para abrir paso a la transformación democrática de la UNAM. ¿Demasiada democracia? Sí, pero así lo obligan tantos años de purgatorio autoritario.
Ya no hay tiempo para diálogos-pantalla, ni para negociaciones-transa, ni para cambios gatopardescos. Después de esta huelga, la UNAM puede y debe ser distinta. No para empeorar, sino para mejorar. No para remozar el purgatorio del autoritarismo, sino para alumbrar una universidad tan nueva y vigorosa como democrática.
En mayor o menor grados, todas las demandas de los estudiantes tienen una causal antidemocrática y portan una carga democratizadora. Por lo tanto, deben ser atendidas. Unas de inmediato, otras después, pero siempre bajo cauces democráticos y con resultados tangibles. La UNAM ya no aguantará más tiempo en el purgatorio del burocratismo despótico. O se democratiza, o cae y muere en el infierno. Con franqueza, así lo creemos muchos universitarios