Margo Glantz
Las ratas, la universidad y los sobrevivientes

Primo Levi se suicidó en abril de 1987. El año anterior se había publicado su último libro Los hundidos y los salvados que como dice Mario Muchnik, su editor en español, es la parte culminante de una trilogía sobre los campos de concentración que incluye Si esto es un hombre, terminada en 1947 y publicada en 1957, y La tregua (1963). Es evidente que ese tema fue recurrente en Levi, cuya principal misión en la vida como sobreviviente de Auschwitz fue contar esa experiencia tan extrema que, como él decía, era imposible de creer. Por eso dice, al comenzar el prefacio del libro que comento: ``Las primeras noticias sobre los campos nazis de exterminio empezaron a difundirse en el año crucial de 1942. Eran noticias vagas, pero acordes entre sí: perfilaban una matanza de proporciones tan vastas, de una crueldad tan exagerada, de motivos tan intrincados, que la gente tendía a rechazarlas por su misma enormidad''.

Los alemanes mismos lo habían previsto y por ello trataron de aniquilar todas las pruebas, quemando los archivos, destruyendo hornos al abandonar los campos, desenterrando los cadáveres de las fosas comunes y obligando a los prisioneros a quemarlos y, además, complaciéndose en advertírselo cínicamente a sus propios prisioneros, como cuenta Simón Wiesenthal, un sobreviviente, en las últimas páginas de su libro Los asesinos están entre nosotros.

De allí, el temor de los sobrevivientes a no ser creídos: ``Casi todos los liberados, de viva voz o en sus memorias escritas, recuerdan un sueño recurrente que los acosaba durante las noches de prisión y que, aunque cambiara en los detalles, era en esencia el mismo: haber vuelto a casa, estar contando con apasionamiento y alivio los sufrimientos pasados a una persona querida, y no ser creídos, ni siquiera escuchados. En la variante más típica (y más cruel) el interlocutor se daba vuelta y se alejaba en silencio''.

Y, sin embargo, la única misión del sobreviviente es contar, contar aunque no sea creído, ser testigo de la abominación, regresar del infierno y relatarlo. Que Levi lo haya hecho y que después de hacerlo se haya suicidado plantea un dilema, por lo demás desgraciadamente vigente, y Levi lo comprendió así. En sus libros da cuenta de algo increíble, aun menos verosímil que el hecho irrebatible de la existencia de los campos de concentración, el hecho de que el campo de exterminio sigue siendo el paradigma del siglo XX y no sólo fue un abominable suceso histórico felizmente terminado, sino, como dice el propio Levi:

``Este libro querría responder a la pregunta, más apremiante, a la pregunta que angustia a todos aquellos que han tenido ocasión de leer nuestros relatos, ¿hasta qué punto ha muerto y no volverá el mundo del campo de concentración...? ¿Hasta qué punto ha vuelto o está volviendo? ¿Qué podemos hacer cada uno de nosotros para que en este mundo preñado de amenazas, ésta al menos, desaparezca?''

La filosofía del campo de concentración, la idea de que hay hombres prescindibles, desechables, está vigente. Y como dice aterradoramente Giorgio Agamben, en su libro Homo sacer (Hombre sagrado): ``Ahora ya no es la ciudad, sino más bien el campo de concentración el paradigma político fundamental de Occidente''. En otras palabras, ¿qué es el neoliberalismo sino un sistema que elimina la vida de quienes no le son útiles? Creo que Levi lo comprendió así, y creo entender por ello su suicidio: si el campo es el paradigma del siglo XX, ¿de qué le sirvió sobrevivir?

¿Y no vivimos en México en carne propia esta verificación? ¿No ha ganado las elecciones un político que entre sus slogans de propaganda estaba el de negarles derechos humanos a las ratas? ¿No estima la Coparmex que la universidad debe desaparecer y que los estudiantes dignos de serlo deberán estudiar en el extranjero para evitar la contaminación? ¿Se deberá imponer la pena de muerte masiva para vaciar de ratas las cárceles o arrasar a la universidad para resolver el problema de la educación superior en el país?