Lo mejor de nuestro futuro
Guillermo Castro H.
La lectura de la antología El pensamiento social latinoamericano en el siglo XX (UNESCO, Caracas, 1999) halaga la memoria de mi generación de estudios de posgrado en el Centro de Estudios Latinoamericanos de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, al traernos de vuelta tanto a quienes allí fueron nuestros maestros ųcomo Sergio Bagú y Agustín Cuevaų como a muchos que fueron objeto permanente de estudio y discusión entre nosotros. Aun así, en la perspectiva de la historia de la cultura en nuestra América hay aquí un gran ausente: José Martí (1853-1895).
Los tiempos de la historia, en efecto, rara vez coinciden con los de la cronología física. En este caso particular, la historia se organiza en dos grandes etapas. La primera, de fundación, va de la Carta de Jamaica que redactó Simón Bolívar en 1815, a 1845, cuando se publicó el Facundo de Domingo Faustino Sarmiento. Del uno al otro se establece la necesidad de constituirnos en agentes de nuestro propio destino y entender que éste tendría que ser construido y ejercido en el mundo de las naciones que emergía del siglo XIX.
La segunda etapa es la de nuestra madurez. El siglo XX de nuestro pensamiento social y político se inició en enero de 1891, con la publicación en México y Nueva York del ensayo Nuestra América, de José Martí. Allí se afirma que no hay batalla "entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza", y desde allí todo lo demás se define en cuanto confirma o contradice el programa cultural y político que Martí nos propone.
Esa unidad de origen explica buena parte de las características de ese pensamiento a lo largo de este siglo. De ellas, ninguna le es tan singular como su constante empeño en entender y explicar a nuestra América desde sí misma, y no como mera extensión perfectible de otras realidades. Desde allí, ese pensamiento tiende naturalmente al diálogo entre disciplinas, y se vincula de manera estrecha al proceso de construcción de nuestra identidad, al que aporta una problemática propia, una historia nacida de sus logros y preocupaciones, y un rico acervo de experiencias comunes.
Todo eso confirma, para estos tiempos de crisis e incertidumbre, lo que planteó en 1988 Agustín Cueva sobre los desafíos que enfrentaba la sociología latinoamericana. Nada, decía, la obligaba a comprometerse con los grandes problemas de su tiempo. "Si desea, supongamos, agazaparse indefinida o permanentemente en los intersticios de la más pura empiria, puede hacerlo tranquilamente. Mesías de los años 60, el sociólogo latinoamericano puede terminar siendo, si lo decide, el auxiliar de burócrata del próximo milenio. No por eso la sociedad va a dejar de pensarse a sí misma, de mirar desde cierta altura sus problemas, de escrutar el sentido de las luchas que ocurren en su seno, de medir la dimensión de sus anhelos. La totalización se hará a través de la filosofía, la economía y la propia poesía, como ya ha ocurrido en Latinoamérica. Y desde luego, a través del pensamiento político".
Y así ha sido. En su sección "Temas de hoy", la Antología nos muestra esa totalización de nuevo en marcha, ahora a partir de la crítica al estilo de desarrollo vigente en la región, y la demostración de la necesidad de sustituirlo por otro capaz de ser sustentable en la medida en que sea, a la vez, justo en lo social, democrático en lo político, productivo en lo económico y previsor en lo que hace a nuestra relaciones con el mundo natural.
Se trata, en otros términos, de buscar respuesta renovada a la pregunta que ha dominado el desarrollo del pensamiento latinoamericano desde Bolívar: Ƒcómo construir sociedades democráticas y justas, capaces de ejercer su soberanía y aspirar al desarrollo pleno de sus capacidades, a partir de un pasado colonial autoritario que se prolonga de múltiples maneras en el presente, y de cara a un mundo que encuentra su sostén mayor en la organización de la desigualdad a escala planetaria?
Aquí corresponde a nuestras universidades una especial responsabilidad: formar los profesionales que demanda un desarrollo nuevo, forjándolos en el estudio "de los factores reales del país" porque, como advirtió Martí, "el que pone de lado, por voluntad u olvido, una parte de la verdad, cae a la larga por la verdad que le faltó, que crece en la negligencia y derriba lo que se levanta sin ella".
La verdad toda, entera, y con todos. He allí, a la vez, la herramienta y el modo de utilizarla como profesionales al servicio de aquella "preocupación vital por el destino de nuestros pueblos", en la que Agustín Cueva veía el mérito mayor a que podemos aspirar como hombres y mujeres de cultura, en el tiempo y el lugar que nos han correspondido sobre la Tierra. Esto es, también, lo más valioso que la Antología nos ofrece, en el encuentro con nuestras mejores posibilidades de futuro. cl
Panamá, julio de 1999
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