La Jornada lunes 5 de julio de 1999

Astillero Ť Julio Hernández López

Anoche, más allá de los resultados electorales preliminares que apuntaban al triunfo del PRI en el estado de México, a su derrota en Nayarit y al fracaso de las elecciones vecinales, los datos políticos importantes, trascendentes, son cuando menos los siguientes:

A) El PAN ganó en la entidad mexiquense más motivos para presionar con fuerza al gobierno federal y, en ese juego de vencidas, bien podrían ser sacrificados los intereses hankistas en una concertacesión que ayudase inclusive a reconciliar el voto legislativo federal blanquiazul con los intereses zedillistas (la privatización eléctrica y otros temas económicos, por ejemplo).

B) El PRD reconfirmó en Nayarit la tesis de que sus candidatos propios son incapaces de ganar elecciones por sí mismos, y que sólo pueden avanzar a partir de alianzas de un pragmatismo extremo, en el que sus principios e intereses acaban diluidos en mescolanzas raras.

C) En la capital del país ha quedado demostrado que la semilla democrática que pareció instalarse esperanzadoramente en 1997 no ha prendido y, acaso, ha sido maltrecha y frustrada. Sean las responsabilidades específicas de quienes sean, el gobierno cardenista no puede eximirse del nivel de responsabilidad política que le corresponde en el fracaso de las elecciones vecinales.

Montiel, pieza negociable

Los indicios disponibles anoche colocaban al priísta Arturo Montiel a la cabeza de los resultados electorales. Tales datos no estaban, sin embargo, colocados en una tesitura de confiabilidad que permitiese ir apuntándolos como irreversibles. Tal condición de precariedad no proviene ni siquiera del mero hecho de que los datos conocidos sean preliminares y referidos a un universo restringido sino, sobre todo, por la serie de irregularidades denunciadas y de impugnaciones anunciadas.

Según la percepción de los grupos opositores al Revolucionario Institucional, en aquella entidad se habría puesto en funcionamiento un mecanismo de adulteración del voto, en el que se habrían concentrado los conocimientos tradicionales de alquimia que en tal entidad han tenido destacados ejecutantes.

Frente a tales suposiciones de fraude electoral le toca al principal oponente, el panista José Luis Durán Reveles, decidir si opta por la resignación o la rebeldía. La diferencia entre el priísta y el blanquiazul era anoche cerrada, de tal manera que el perredista Higinio Martínez quedaba virtualmente fuera del escenario central que acaso será de conflicto.

En abono de la posible postura panista de insubordinación estarían no sólo las razones propias de la elección de ayer sino también, y acaso de manera determinante, o cuando menos complementaria, los enojos (ciertos o falsos, estratégicos o circunstanciales) mostrados por los legisladores federales panistas, y la dirección nacional, luego de que el PRI trampeó el jueves pasado en la sesión senatorial en la que debería dictaminarse sobre las propuestas de reforma electoral que la Cámara de Diputados había aprobado meses atrás (con su mayoría no priísta), pero que evidente y anunciadamente se toparían con el rechazo priísta en el Senado, en el que el partido de los tres colores tiene a su vez la mayoría.

Las fullerías de los senadores priístas (que pretendieron eximirse de la responsabilidad política de negarse a aprobar nuevas reformas políticas mediante maniobras menores relacionadas con el quórum) generaron una irritación panista que, dadas otras experiencias, no necesariamente parecieron genuinas y sí, en cambio, intencionalmente exageradas para crear las condiciones que podrían desembocar en chantajes, negociaciones y reconciliaciones.

A partir del incidente del Senado, los panistas se declararon guerrilleros cuando menos hasta que alguna concertacesión lo permita: no aprobarán el caro propósito presidencial de privatizar el sector eléctrico, y tan indignados estaban el pasado jueves que se abstuvieron (terrible dolor les debe haber causado tal decisión) de asistir a una reunión de la Cocopa con el nuevo secretario de Gobernación, Diódoro Carrasco.

En ese esquema de presión, chantaje, negociación, reconciliación, el triunfo de Arturo Montiel es altamente negociable. Al famoso enemigo de las ratas se le identifica con el hankismo que está detrás del madracismo que es hoy el principal adversario (¿enemigo?) del zedillismo-labastidismo. Así que, datos esta- dísticos aparte, la última palabra no está dicha en el caso del estado de México. A menos que la concertacesión sea justamente en el sentido de no mover el agua en la entidad conurbada con la capital del país, y que los puntos de la negociación vayan a ser otros.

El PRI le ganó al PRI en Nayarit

Una escisión priísta estaría en vías de desplazar del poder en Nayarit al viejo priísmo cetemista. La contienda fraternal ha hecho albergar a algunos opositores de corazón la esperanza de que una nueva gubernatura arrancada al PRI sea un paso adelante en la democracia.

La realidad es que la candidatura de Antonio Echevarría no significa mayor cambio que el de las siglas con las que el mayor poder económico de la entidad habría competido y ganado la gubernatura. Si el PRI, meses atrás, hubiese ofrecido la postulación al citado Echevarría, igualmente habría tenido un gran número de votos y estaría enfilado hacia el poder. Como le fueron cerradas las puertas del priísmo, don Antonio consiguió que otros partidos lo hiciesen candidato.

La historia, por más que algunos apasionados del pragmatismo pretendan encontrarle justificaciones, muestra el subdesarrollo político de algunas entidades, el arrendamiento de siglas encandiladas por el poder económico, y la sustitución de programas y principios por ambiciones y comodidades.

Para el PRD, el dato es muy importante: parecería que, salvo el caso de Cuauhtémoc Cárdenas en el Distrito Federal, el resto de los perredistas de origen no tiene buenas perspectivas electorales. Alianzas pragmáticas, al costo que sea, con los resultados que fuesen, parecerían ser el único camino viable hacia el triunfo electoral.

Abstención y desorganización en el DF

En la capital del país quedaron claramente manifiestas las insuficiencias políticas que impiden organizar a la gente, promover cambios de fondo, establecer mecanismos de participación ciudadana real.

Ya se encargarán las instancias formales de asignar las responsabilidades que correspondan al desairado proceso de elección de comités vecinales, pero más allá de ese deslinde institucional es conveniente tener presente que el ánimo político, cívico, de los habitantes de la capital del país no es nada positivo, ni siquiera porque desde 1997 le gobierna un equipo diferente, proveniente de una elección abierta en la que el PRI fue ampliamente derrotado.

Los datos de los comicios vecinales de ayer serán utilizados de manera condenatoria por los adversarios del cardenismo, pero sería incorrecto desestimar esos juicios críticos sólo por obedecer a intenciones electorales enfrentadas. Los crónicos enemigos del PRD y de Cuauh- témoc Cárdenas seguirán desarrollando la estrategia que su jefe les marca desde Dublín, pero ello no debe ser motivo para la ceguera y la sordera: los comicios de ayer muestran un espíritu alicaído, ciudadanos desanimados, conciencias sin motivación.

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