La Jornada Semanal, 4 de julio de 1999



Angel Jaramillo Torres

entrevista con Juan Villoro

La casa pierde y todos ganan

Angel Jaramillo somete a nuestro compañero y amigo, Juan Villoro, a un estrecho interrogatorio que abarcó temas tan variados como el de la moral, la crítica de costumbres, la florida prosa de los comentaristas deportivos, el ilustre ``Púas'', don Alejandro Rossi, Nabokov, las Lolitas, las epopeyas del ``área chica'' y muchas ``golosinas secretas''.

Quiero empezar con una confesión: de tus cuentos en La casa pierde, el que más me gustó fue ``Campeón ligero''. ¿Te agradan las tragedias pugilísticas?

-El aspecto que me interesaba explorar en este cuento es el de una tragedia que tiene, para su protagonista, un sesgo extrañamente positivo. Es decir, se trata de un boxeador que cree que cometió un asesinato; tiene un enorme sentimiento de culpa y se convierte en boxeador, en gran medida, para purgar esta culpa. Obviamente él no sabe que así ha sido, pero la realidad se le presenta de este modo. El boxeo tiene que ver más con soportar el castigo que con propinarlo. Cualquiera que se haya metido en el mundo del boxeo sabe que el verdadero secreto de los boxeadores es recibir los golpes, no tanto darlos. Entonces este boxeador, llamado Nacho Barrientos, impulsado por la culpa se convierte en un fajador, como se dice en el argot boxístico. No es un estilista pero obtiene arduamente sus triunfos. Un buen amigo suyo descubre que él no había cometido el asesinato del que se cree responsable y, tratando de liberarlo de una carga, le da el peor de los regalos: decirle que es inocente. En el momento en que Nacho Barrientos se sabe inocente, pierde toda posibilidad de aceptar el castigo en el cuadrilátero. Se vuelve, así, un hombre más sano pero también más común y, por lo tanto, deja de tener el aura del boxeador.

-¿A ti te gusta el boxeo?

-Me gustaba muchísimo. En una época iba a las peleas y leía mucho de boxeo. Lo seguí muy de cerca en la infancia y la adolescencia. Tuve ídolos, como el Púas Olivares, que fue un pugilista extraordinariamente carismático. Fui a la pelea en la que reapareció, ya como un fantasma de sí mismo; la arena México se enardeció por unos momentos, pero el Púas fue salvajemente noqueado. El boxeo me ha gustado mucho. Hoy en día lo veo poco; pero más bien este relato responde a las atmósferas que viví como aficionado en la adolescencia.

-En ``Torito'' de Julio Cortázar y en Las glorias del gran Púas de Ricardo Garibay, lo que impera es la reproducción del lenguaje coloquial. En tu cuento, sin embargo, vemos las cosas a través de los ojos y lo oídos de un periodista deportivo. Es más el lenguaje de Fernando Marcos que el de la Chiquita González.

-Yo quería situarme como un narrador que pudiera estar más cerca de mí que del boxeador. Un periodista deportivo con veleidades de escritor, que ha leído a Onetti, que escribió una novela y la extravió. Para mí era más fácil ver al boxeador filtrado por este testigo, porque yo conozco mucho mejor el mundo de los periodistas. Quienes escribimos sobre deportes somos suplentes de los deportistas; encarnamos, a través de la palabra, un destino vicario. Por sustitución nos acercamos al deporte que nunca pudimos protagonizar. Somos deportistas de papel. Creo que era más fácil acercarme al mundo del campeón de esta manera. Por otra parte, el lenguaje coloquial relacionado con el boxeo ha sido explotado, de manera inmejorable, en Las glorias del gran Púas y en el cuento que mencionabas de Cortázar.

-Tengo la impresión de que, al menos en algunos cuentos, aprovechas los relatos para hacer crítica moral o, digamos, crítica de costumbres: en ``El planeta prohibido'' hay una incisiva mirada hacia las costumbres de los tecnócratas, y en ``Corrección'' hacia el comportamiento en el mundo literario. ¿Qué valor le das a esta faceta crítica de la literatura?

-Alejandro Rossi ha hablado de la comedia de la conciencia, a propósito de algunos relatos suyos que se ubican en medios intelectuales, en los que se discuten ideas y se ejerce una crítica moral. También, de manera muy divertida, hay situaciones parecidas a las de las comedias de enredos, sólo que no dependen de líos de faldas o líos de espadachines, sino de posturas culturales encontradas, intrigas entre escritores, envidias. ``El planeta prohibido'' trata de un economista ya retirado que da clases, que participó en el gobierno mexicano y que está un poco decepcionado de su vida. Yo quería ver cómo este personaje encaraba las certezas que había tenido en su vida, cómo lentamente se empezaba a decepcionar de ellas. De repente él ya está en su futuro, es decir, se encuentra en los años del retiro, en algo que había planeado cautelosamente. La sensación de extrañamiento, durante el invierno que pasa en la Universidad de Yale, reforzada por estar en un clima inusual, entre nevadas y en el extranjero, lo lleva a una crítica de todo su sistema de valores. Conoce a un muchacho que, de alguna manera, es un discapacitado psicológico, con quien establece una relación de complicidad muy extraña. Algo curioso en quien se había concebido como un triunfador en la vida. Lo mismo ocurre en el ambiente literario del cuento ``Corrección'', donde obviamente hay mucha ironía respecto a la postura de los escritores ante la crítica, ante sus escritos, ante los plagios, las envidias literarias, toda la divertida ponzoña de nuestro medio.

-Ahora que mencionas a Alejandro Rossi, recuerdo que le dedicas el libro. ¿Es el mínimo homenaje a una influencia literaria decisiva?

-Alejandro Rossi ha sido más que una influencia literaria. Yo lo conocí cuando tenía cuatro años. Hemos compartido muchas cosas. En cuanto a influencia literaria creo que podría haber similitud en el aprecio por los detalles exactos en la literatura; es decir, en cómo un objeto, un tic, una manía, cierto rasgo de la ropa define a un personaje. En Alejandro Rossi esto es muy marcado. Yo tengo devoción por escritores como Nabokov, como Alejandro Rossi, que prestan mucha importancia a los detalles significantes. Por otro lado, las dedicatorias son también un acto de afecto. Lo que yo he aprendido en las conversaciones con Alejandro Rossi es tan importante como lo que he aprendido en sus libros. Naturalmente, yo quería que este libro fuera una continuación de las largas conversaciones que hemos tenido.

-A propósito de Nabokov, ¿por qué la presencia continua en tu literatura de estas Lolitas con handicaps físicos y emocionales?, ¿por qué este gusto por la belleza triste y contrahecha?

-Hay distintos tipos de mujeres en la literatura que yo he escrito. La verdad no tengo la capacidad de hacer un catálogo razonado de todas ellas ni de ser muy objetivo al respecto. Por un lado, hay figuras que son objetos del deseo, figuras un tanto espectrales que orbitan a los personajes sin que ellos lleguen a alcanzarlas. Son como musas, un tanto pálidas, y casi todas ellas peligrosas. Dan la idea de ser inaccesibles y más vale no acceder a ellas porque la realidad que proponen es sumamente peligrosa. Estos personajes aparecen en distintas historias mías. Por otro lado, hay un gusto por la belleza castigada, no la belleza canónica que nos ofrecen los anuncios de shampoo, sino la belleza vulnerable. Con esto no quisiera yo promover un gusto esperpéntico, pero sí creo que es mucho más atractiva la percepción física que se humaniza con algún defecto, con algún padecimiento, con alguna dolencia. Nos podemos vincular con la gente mucho mejor por sus heridas. No hay mejor sistema de comunicación que las dolencias y las heridas. Si alguien padece algo, si tiene una fisura, es mucho más fácil entrar en contacto con esa persona. Si es estatuaria, perfecta, probablemente se convierte en una figura autosuficiente que no requiere de nosotros. También hay figuras muy distintas, figuras dobles, como en el cuento ``La estatua descubierta'', en donde el protagonista vive una relación de total plenitud con su mujer y, de repente, descubre que ella se comporta de un modo raro cuando él no la observa. Le empiezan a llegar testimonios de ella que le intrigan. Se pregunta si no será más auténtica en otros lugares que con él. Comete el pecado de tratar de averiguar qué pasa y entonces se desata una historia, en donde una mujer irreprochable es, al mismo tiempo, terrible en otros sitios.

-Pasemos de las mujeres pálidas a los paisajes desolados. ¿Crees que hay ecos de Onetti en La casa pierde?

Yo quisiera que sí. El es el mayor constructor de atmósferas desoladas de la literatura en español. Me gustaría mucho ver su influencia en algunos de estos relatos. Pienso, por ejemplo, en ``El extremo fantasma'', y en ``La casa pierde''. Este último se ubica en una cordillera tan solitaria, que quienes la habitan son gente a la que se le acabó la gasolina. Es un sitio donde la gente se queda porque no tiene más remedio. Me gustaría que este espacio tuviera una carga de soledad onettiana.

-México en sus fronteras: el extremo norte sería el de ``La casa pierde'' y el extremo sur el de ``El extremo fantasma''.

-Así es. Yo he escrito mucho de futbol y suelo ser muy celebratorio como cronista; por eso quería, para variar un poco, escribir un cuento triste del futbol, un cuento de soledad existencial dentro de este juego colectivo que, aparentemente, sólo se cumple en la algarabía y en la fiesta.

-Aunque los mexicanos conocemos muchas tristezas en la cancha...

-Sí, pero nuestra capacidad de autoengaño nos lleva a reinventar el juego en las tribunas y a hacer un carnaval aunque el equipo pierda.

-En alguna parte de tus archivos existen unos sonetos que me parece versan sobre futbol. ¿Por qué no los has publicado?

-Tengo un soneto que sí publiqué en alguna ocasión. Se llama ``Góngora de remate''. Es la historia de un futbolista sumamente exagerado que caracolea y caracolea en la cancha y sostiene el balón en su empeine, como si fuera el mundo mismo. Es un Góngora del área chica que hace florituras de lo más barrocas.

-¿Nunca has pensado incursionar en el género poético?

-No, para nada. He escrito algunos sonetos, pero por el gusto de combinar palabras, de hacer rimas. Un poco como quien descifra un crucigrama sin ninguna apuesta literaria importante. Lo hago sólo para divertirme.

-Quiero aprovechar la ocasión para preguntarte sobre tu anterior libro, que no llegó a las reseñas quizás porque la literatura infantil no tiene el pedigree de la gran literatura, pese a que en México hay grandes exponentes del género. Pienso, desde luego, en Francisco Hinojosa, a quien le dedicas Autopista sanguijuela. ¿Por qué escribes literatura para niños?

-Lo primero que pienso no es qué deben leer los niños, lo cual sería un punto de partida pedagógico, propedéutico; más bien pienso en qué quiero contarles a ellos. Hay una serie de historias que yo quisiera narrar para un público infantil. Historias que, en ocasiones, son políticamente incorrectas; algunas de ellas incluso han tenido problemas de censura y de distribución. Por ejemplo, mi relato ``Las golosinas secretas'' tiene como villanas a tres mujeres gordas...

-¿Quién se indignó con ello?

-En un circuito de distribución de libros para niños, en escuelas de la Secretaría de Educación Pública, pensaron que este libro ofendía a los gordos. Autopista Sanguijuela trata de la sangre, por lo que en los circuitos de Estados Unidos se prohibió su distribución, ya que no se permite que los cuentos para niños toquen temas de la sangre. A pesar de que el libro trata de revelar que la sangre es lo más valioso que tenemos. Los comisarios de la inteligencia suelen ser muy severos con los niños, y si fueran fieles a todos los temores que tienen respecto a los niños, prohibirían las obras de los hermanos Grimm y otros clásicos de la literatura. Yo creo que lo importante es tomar el punto de partida opuesto y contar, con toda libertad, historias a los niños. Ellos son lectores sumamente inteligentes e impacientes. Es un gran reto mantener su atención y poder atraerlos y cautivarlos. Yo tengo una tendencia a contar de manera muy exagerada ciertas historias. Esto es intolerable para los lectores adultos, que prefieren más bien el suave escepticismo de la literatura, donde nada es ni muy real ni muy fantástico. En cambio, a mí se me ocurren tramas desaforadas que tienen más cabida en el mundo de los niños, que es un mundo muy desorbitado y al mismo tiempo muy riguroso. Todos estos retos me parecen muy sugerentes. Ha sido muy gratificante escribir para los niños.

-¿Algún niño te ha dicho que le gustan tus cuentos?

-Fíjate que El profesor Zipper y su fabulosa guitarra eléctrica ha vendido más que todos mis demás libros juntos. Tengo muchos más lectores niños que adultos. Quizá mi horizonte intelectual es ése, entre los ocho y los doce años.