Desde Montevideo, el presidente Zedillo convocó a un debate serio y riguroso sobre los caminos del desarrollo. En especial, sobre aquellos que podrían llevar a México a tener lo que no tiene: justicia social, desde luego, pero también unas cuotas de pobreza mínimas y, de ser posible, en vías de eliminación.
Muchos mexicanos asisten hoy a panoramas de inequidad y empobrecimiento inadmisibles. A partir de ello, de considerarlos inaceptables, seguramente estarían interesados en tomar parte en ese debate y en buscar conclusiones que unan el máximo de voluntades, conscientes de que sin esto último es bien poco lo que puede hacerse en la material. Hay, pues, materia prima dispuesta para una convención como la reclamada por el Presidente.
Sin embargo, los términos usados por el convocante no son propicios para que la invitación sea recibida y dé lugar a una participación comprometida. Iniciar un debate sobre nuestro desarrollo y los medios para hacerlo mejor, más dinámico y equitativo, a partir de una división entre honestos y deshonestos intelectualmente, entre hipócritas y sinceros, es simplemente imposible. Nadie tiene aquí, ni en ningún lado, la patente para calificar el grado de honestidad con que se concurre a una discusión como la convocada. Mucho menos se puede aspirar a que por la vía de la expiación alguien abandone la nave de la hipocresía y se trepe al barco de los justos.
De otra parte, recurrir a la memoria o a la falta de ella, para descalificar de entrada al adversario o al discrepante no nos lleva muy lejos. Según el Presidente, quienes explican la pobreza por el imperio de la estrategia neoliberal son víctimas de amnesia o, simplemente, se olvidan de modo interesado de que fue antes, durante el populismo autoritario y el Estado intervencionista, cuando la pobreza surgió y se apoderó de nuestras realidades. Por ese sendero corremos el riesgo de no terminar nunca: los populistas dirán que fue el régimen anterior, el oligárquico, el que hizo surgir la pobreza, mientras que los oligarcas de espíritu y herencia que queden replicarán que más bien fue en la Colonia cuando el pobrerío se apoderó del paisaje mexicano. Los historiadores nostálgicos podrán decir entonces que, como todo el mundo sabe, los aztecas tenían lo suyo, para luego proponer que, en realidad, los mexicanos somos injustos, inequitativos, šcorruptos!, por naturaleza.
Se dice ya que la embestida presidencial tenía en realidad destinatarios específicos: los precandidatos del PRI que arremetieron de mala manera y poco rigor contra la política económica y el "modelo" imperantes. De ser ese el caso, es mejor callar: no se necesita viajar tanto para darle una repasada a los amigos y compañeros de partido. Pero por el rumbo de la amnesia no vamos a ningún lado.