Guillermo Almeyra
Nación, nacionalismo y otros ismos

Algunas cartas de lectores me confirman dos cosas: que no soy claro y que sobre qué es la nación no hay claridad. Lo primero, a estas alturas, tiene difícil solución, pero sobre lo segundo es aún posible hacer un nuevo esfuerzo aclaratorio.

En primer lugar, los No: la religión común no forma por sí sola una nación y no hay pues nación islámica, cristiana, budista... Hay en cambio una nación árabe dividida en muchos Estados y territorios y con sus múltiples diferencias históricas, y naciones persa, afgana, paquistaní o senegalesa islamizadas. La cultura y la utilización de una misma lengua, pese a su enorme importancia, no bastan tampoco para dar los fundamentos de una nación: los países de la Amerindia tiene con respecto a los de inmigración europea más diferencias que las que éstos tienen con España y, sin embargo, no existe una Iberoamérica y, sí en cambio, se discute sobre la posibilidad de una nación latinoamericana jamás cuajada. El territorio común tampoco es una base constituyente suficiente de la nación, ya que los territorios toman la forma de Estados o se dividen entre éstos y cambian con la historia: toda la parte del sur de Estados Unidos robada a México es hoy, en efecto, estadunidense y nadie cree que allí haya una parte de la nación mexicana aunque buena parte de sus habitantes hablen español, sean católicos, coman tacos y el despojo haya sido relativamente reciente. Los pueblos, además, pueden o no constituir una nación y ésta puede o no llegar a tener un Estado (o estar dividida entre varios), tal como les sucedió a China o a Polonia en diversos momentos de su historia. Tal es el caso, a mi juicio, de los palestinos (nación sin Estado), contrariamente al de los israelíes (Estado sin nación, apoyado en una religión y en el nacionalismo). Los mitos, los héroes, las costumbres, la creatividad popular, la comida cotidiana, aunque son una amalgama cultural, tampoco hacen por sí mismas una nación: Ƒacaso Italia no es el país de las mil culturas y gastronomías locales, de 16 lenguas y de multitud de dialectos? Por último, el Estado-nación, esa invención moderna nacida de las guerras napoléonicas y de la revolución de 1848 ("la Primavera de los Pueblos"), es siempre el Estado del sector dominante de la nación dominante que oprime además a otras nacionalidades, culturas, religiones.

Para que la nación cuaje esa noción debe ser interiorizada por el pueblo que será su base. Eso requiere el nacionalismo, que es una elaboración ideológica de las clases dominantes, en lo económico y en lo cultural, pues une míticamente, como el Estado, a los que están separados y además contrapuestos por sus intereses. Los judíos, que eran rusos, polacos, alemanes, franceses antes del nazismo y que en su mayoría rechazaban el sionismo y la idea del Estado judío en Palestina, pasaron a ser israelíes (e incluso israelitas) como resultado del nacionalismo de rechazo provocado por el Holocausto. El nacionalismo puede ser subversivo y liberador si es instrumento de lucha contra la opresión o la explotación extranjera (los marselleses se descubrieron franceses al ir a combatir la invasión de los ejércitos de las monarquías europeas o el Risorgimento se hizo italiano en la lucha antiaustriaca y contra el Papa y los reyes, o los irlandeses siguieron siendo tales por su combate secular contra la opresión inglesa). Pero tiene igualmente un doble carácter negativo, pues fomenta la idea de la unidad nacional entre explotados y explotadores locales y, al mismo tiempo, excluye la posible unidad entre los explotados "de aquí" y los de "allá" (los explotadores, en cambio, se unen por sobre las fronteras geográficas pues dan prioridad a la frontera de clase). En ese caso se convierte en chauvinismo.

La mundialización fragmenta hoy los Estados, crea otros nuevos, fomenta los nacionalismos, los regionalismos, los racismos y, para colmo, aumenta la confusión, a la Huntington, al hablar de "guerra de culturas" de "civilizaciones" para esconder la guerra del capital contra la civilización misma y contra todas las culturas. En estas condiciones deben ser vistas tanto la nación como el nacionalismo: Panamá, por ejemplo, fue un país inventado para crear un canal, pero si el nacionalismo panameño reivindica el Canal y eso debilita al nacionalismo opresor estadunidense, aquél podría resultar "bueno" aunque dé margen, por ejemplo, a la explotación por los Noriega. Por eso no soy nacionalista, pero entiendo a Fidel Castro. Sé, por supuesto, que todo esto es elemental pero, como el espacio no da para más, aquí me paro.

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