LETRA S
Julio 1 de 1999
El condón y la prolongación del orgasmo
CARLOS BONFIL
A menudo se escucha entre muchos jóvenes la opinión de que el condón impide disfrutar plenamente las sensaciones sexuales, de que inhibe la erección, o que usarlo es "como chupar una paleta con envoltura" o "bañarse con impermeable". Lo que comúnmente se desconoce es la capacidad humana de aprovechar al máximo las posibilidades de respuesta sexual. Lejos de disminuir las sensaciones placenteras, el condón puede contribuir a prolongar el goce erótico al tiempo que protege al organismo de enfermedades sexualmente transmisibles (ETS) que incluyen el sida.
Fases de la respuesta sexual
De acuerdo con
los sexólogos Masters & Johnson, la respuesta sexual presenta
por lo general cuatro fases claramente diferenciadas: la de excitación,
la llamada fase de meseta, la orgásmica y la de resolución.
Podemos considerar una etapa todavía anterior, la del deseo, en
la que llegan al cerebro todo tipo de estímulos y sensaciones placenteras
que el individuo
asocia con recuerdos y fantasías, o con la seducción que
sobre él o ella ejerce una persona. Para el investigador argentino
León Roberto Gindin, autor de La nueva sexualidad del varón
(Paidós, 1991), todo se produce en una región del cerebro,
llamada sistema límbico, la cual posee centros que controlan las
experiencias emocionales y sexuales. Dichos centros están conectados
con el hipotálamo y la hipófisis, zonas que regulan el placer
y el dolor. Al mismo tiempo, las células cerebrales producen unas
sustancias químicas llamadas endorfinas, que procuran sensaciones
placenteras. La atracción erótica --estimulación visual,
olfativa, táctil, gustativa-- desencadena estas sensaciones en la
fase de deseo, y provoca rápidamente en el hombre la respuesta de
la erección, y en la mujer la lubricación vaginal. Estos
son sólo algunos de los cambios fisiológicos que caracterizan
la llamada fase de excitación. Otras modificaciones incluyen
el enrojecimiento de la piel, una mayor sensibilidad en los pezones, el
aumento del volumen de las mamas, además de contracciones musculares
y variaciones en el ritmo cardiaco.
Después de esta excitación sobreviene la llamada fase de meseta en la que se intensifican las sensaciones de placer. La frecuencia respiratoria es mayor y el ritmo cardiaco puede llegar a 175 latidos por minuto (en lugar de los 70-90 normales) y elevarse la presión arterial hasta una máxima de 180 milímetros de mercurio. El hombre libera entonces gotas de líquido preseminal, en tanto que la erección del pene alcanza su plenitud, el glande se vuelve más turgente y los testículos se elevan aumentando su tamaño. En la mujer los labios de la vagina intensifican su coloración y se acelera la lubricación; el clítoris cambia de posición y disminuye aparentemente de tamaño, aumenta su sensibilidad y se retrae refugiándose bajo su capucha. Este órgano es, por lo demás, el único cuya función exclusiva es la obtención de placer, de ahí la práctica aberrante en países fundamentalistas de extirparlo en niñas y adolescentes para restringirles la posibilidad de goce sexual.
La fase orgásmica, punto culminante del proceso, dura entre 3 y 15 segundos y se caracteriza en el varón por la emisión de semen mediante la eyaculación, y en la mujer por una sensación de placer agudo que se disemina por todo el organismo. En esta fase se pierde parcialmente el control muscular y se manifiestan en todo el cuerpo contracciones involuntarias, los ritmos respiratorio y cardiaco se aceleran todavía más. Luego de la eyaculación, el hombre experimenta una dificultad evidente para reiniciar de inmediato la actividad sexual. A esto se le conoce como periodo refractario, y su duración varía de acuerdo con la edad y condición física del individuo. En la mujer no se presenta tal periodo, por lo que puede reanudar varias veces su respueta sexual.
La fase de resolución señala el regreso a la situación original, anterior a la fase de deseo. El pene pierde paulatinamente su rigidez, pudiendo durante tres o cinco minutos tener algún tipo de respuesta a una estimulación intensa, pero en un segundo tiempo, más prolongado, pierde el resto de esa rigidez. Esta resolución puede ser tan larga como lo hayan sido las fases de excitación y de meseta.
El condón y la prolongación del placer
Contrariamente a los mitos que circulan sobre el condón, su uso no inhibe fase alguna de la respuesta sexual. Sucede más bien lo contrario. Se ha comprobado que la mera colocación del condón puede ser altamente excitante si se le incorpora al juego sexual, y que una vez colocado, puede incrementar la rigidez del pene, prolongar considerablemente la fase de meseta, y con ello el tiempo e intensidad del orgasmo propio y de la pareja, lo que es una ventaja en los casos de eyaculación precoz. La buena colocación del preservativo y una lubricación adecuada permiten que el pene responda favorablemente a los estímulos del coito, sin obstaculizar para nada la eyaculación. La mercadotecnia del preservativo ha generado toda una variedad de presentaciones del látex para incrementar las sensaciones placenteras, desde el añadido de relieves caprichosos, hasta variantes extrafinas que sugieren la sensación de no estar siquiera usándolo. También se presentan tamaños extra-ancho para evitar una presión demasiado fuerte, o condones más pequeños para ajustarse mejor a las condiciones que así lo requieran. Antes de descalificar (y descontinuar) el uso del condón por considerar que inhibe la respuesta sexual, conviene cerciorarse de que su colocación sea adecuada, es decir, que se desenrolle en el sentido correcto y con una buena lubricación, y sobre todo descartar los temores acerca de su eficacia, siempre superior de cualquier modo al hecho de no utilizarlo.
Fuentes:
Vincent Vidal, La petite histoire du preservatif. Syros Alternatives, París. 1991.
León Roberto Cindin, La nueva sexualidad del varón. Paidós. 1991.