LETRA S
Julio 1 de 1999
En la promoción de la tolerancia social, una tarea pendiente es el análisis del pensamiento y de las estrategias políticas del conservadurismo. En este artículo se revisan las propuestas de la escritora Christine Bard, quien esboza una historia del prejuicio antifeminista en Francia. Dicha reflexión puede ser a la vez contribución y estímulo para estudios de índole semejante en México.
Documentar el antifeminismo
"La historia de la oposición de los hombres
a la emancipación de las mujeres tal vez sea
más interesante que la propia emancipación"
Virginia Woolf
FRANCIS DUPUIS-DERI
Hace ya algunos años, la feminista norteamericana Susan Faludi presentaba en su libro Backlash el retrato del antifeminismo triunfante en Estados Unidos durante la época Reagan. Quedaba por elaborar el análisis del antifeminismo en Francia. Ese vacío ha quedado colmado con la publicación de Un siècle d'antifeminisme (Un siglo de antifeminismo), una excelente obra colectiva dirigida por Christine Bard1, historiadora de la Universidad de Angers y cofundadora de Clío, una revista dedicada al estudio de la historia de las mujeres. Para presentar las múltiples facetas del antifeminismo a lo largo del siglo que termina, Christine Bard se ha rodeado de especialistas que exploran el antifeminismo en la política, en la literatura o en el cine, en los sindicatos, en el mundo académico o en los medios de comunicación.
Diosas y monstruos
Una primera evidencia en la lectura de Un siècle d'antifeminisme es que en política dicha actitud se manifiesta tanto en la derecha como en la izquierda, aun cuando la extrema derecha tenga hoy el monopolio del antifeminismo declarado. Contrariamente al sexismo o a la misoginia, el antifeminismo tiene como particularidad enderezar sus ataques específicamente contra el discurso feminista y contra las propias feministas. Y lo hace evidentemente a partir de todos los mitos y estereotipos relacionados con las mujeres. De esta manera, y aun cuando el feminismo sea una de las raras ideologías políticas no violentas, los y las antifeministas han llegado a desacreditarlo al asociarlo con la idea de extremismo y de radicalismo, utilizando para ello "el mito de las mujeres incapaces de controlar sus impulsos violentos, peligrosos, sanguinarios. El antifeminismo ha influenciado así a la opinión pública, la cual ve en el feminismo una 'guerra de sexos' (un poco al estilo de quienes responsabilizan al obrero por la 'lucha de clases'). Sin embargo, las feministas rechazan el recurso a la violencia, la cual asocian con la cultura masculina que denuncian."
De igual modo, el discurso antifeminista que se expresa por ejemplo a través de las películas, los medios y las caricaturas, casi siempre representa a la militante feminista como una antítesis de la feminidad. Pero así como cambian las modas femeninas, también cambia la caricatura de la mujer. Christine Bard, quien también ha publicado Les Garçonnes, explica que "hace cien años el estereotipo representaba a una militante feminista muy delgada: el ideal femenino valoraba entonces las redondeces". Hoy ese ideal ha cambiado radicalmente, y mientras la moda femenina valora la esbeltez, el ojo de la cámara o el lápiz del caricaturista buscan una mujer robusta y masculinizada para representar al militantismo feminista. Para Christine Bard, el mensaje sigue siendo el mismo. "A la feminista se le presenta como un monstruo contra natura, soltera, sin hijos, con costumbres sospechosas, y animada por el odio hacia los hombres: una ambiciosa egoísta que busca sobre todo hacerse notar."
Identidades falsas
Christine Bard y sus colaboradores no niegan algo aparentemente paradójico: la existencia de mujeres antifeministas. Ahí también el discurso feminista juega con la identidad. "Para hombres y mujeres, el antifeminismo puede ser una forma de mostrar su conformismo de género: 'ser hombre, un hombre verdadero', o una mujer 'muy femenina'. Sin embargo, precisa Christine Bard, 'resulta revelador iniciar una conversación con una mujer que no se dice feminista. Muchas dirán no soy feminista, pero... y enseguida explicarán que están a favor de la igualdad en los salarios, de que se compartan las faenas domésticas, de aumentar el número de diputadas, etcétera. No son entonces necesariamente los objetivos del feminismo, sino el propio vocablo 'feminista', lo que se ha desacreditado. Un sondeo realizado hace poco en Francia revela que alrededor de 70 por ciento de las mujeres interrogadas consideran que el feminismo es útil todavía. Por otro lado, no hay que olvidar que aun cuando muchas mujeres no quieran llamarse feministas, ha habido en el pasado hombres feministas, como Víctor Hugo, y todavía hoy sigue habiéndolos."
Fuera de los juegos de palabras y de imágenes, cuyo objetivo es desacreditar al movimiento en su conjunto, el antifeminismo marca también su influencia en las luchas económicas, políticas y jurídicas. De esta manera, participan también del discurso antifeminista los padres divorciados que lamentan que sean casi siempre las mujeres quienes obtienen la tutela de los hijos. "Se puede entender muy bien la aflicción de un padre al no poder ver a sus hijos tan seguido como él quisiera, pero el hecho de que (en Francia) la madre obtenga dicha tutela en un 80 por ciento de los casos, no significa que a la justicia la controlen las feministas. Supongo que los jueces son pragmáticos y reconocen que por lo general la madre pasa con sus hijos más tiempo que el padre."
Estado crítico
Erika Flahault, una de las colaboradoras de Bard, firma el artículo "La triste imagen de la mujer sola", en el que exhibe el antifeminismo de las revistas femeninas que presentan dossiers sobre el tema de la mujer sola, víctima del feminismo, obligada a transformarse en una supermujer para poder sobrevivir en el mercado laboral. El problema, explica Christine Bard, no es el feminismo, "sino más bien el hecho de que aún estamos muy lejos de la igualdad efectiva. Es preciso saber que 58 por ciento de los hombres en Francia no realizan ninguna tarea doméstica. Muy a menudo las mujeres se ven obligadas a aceptar un trabajo de medio tiempo y están por ello mucho más expuestas que los hombres al desempleo. Las feministas deben luchar en varios frentes, pero también hacer retroceder al sexismo en el terreno de la vida cotidiana."
Es difícil no preguntarse, leyendo Un siècle d'antifeminisme, si Bard y sus colegas no piensan que el feminismo es una ideología perfecta que no puede ser criticada..., pues toda crítica parecería formar parte del discurso antifeminista. Al respecto, Christine Bard es contundente: "El feminismo es un movimiento extremadamente diversificado y por supuesto hay en él debates entre feministas de tendencias diferentes. Por lo general no es difícil distinguir entre la crítica constructiva y la crítica destructora, rencorosa, despreciativa, que se formula de una manera sexista."
Si el feminismo es un movimiento político que surge de la constatación de múltiples injusticias (económicas, jurídicas, políticas, etcétera), el antifeminismo es entonces el movimiento reaccionario que intenta socavar la credibilidad y la legitimidad de la lucha feminista. Su estrategia: desacreditar la palabra "feminista", a los militantes y sus logros. Simone de Beauvoir decía: "Una se vuelve mujer" a través de la socialización; de igual modo, no se nace antifeminista, se llega a serlo, por el desprecio de los ideales de igualdad y de justicia, o simplemente por intereses personales, ya sean de identidad, económicos, domésticos, o sexuales.
1 Christine Bard trabaja desde hace varios años en la historia del feminismo en Francia. Su libro más reciente es Un siècle d'antifeminisme (Ed. Fayard, 1999, Paris).
Tomado de la revista Voir, junio 1999.
Traducción: Carlos Bonfil.