De seguro la actual situación no es la misma que la del 23 de marzo. Un encabezado del Times del día de la firma del acuerdo de paz para Kosovo lo expresó con precisión: ``Los problemas de Kosovo apenas empiezan''. Entre los ``problemas tambaleantes'' que quedan por resolver, Serge Schmemann observó la repatriación de los refugiados a ``la tierra de cenizas y tumbas que fue su hogar'', y el ``reto enormemente costoso de reconstruir las devastadas economías en Kosovo, en el resto de Serbia y en territorios vecinos''.
El autor cita a la historiadora Susan Woodward, de la Brookings Institution, y agrega que ``toda la gente que queremos que nos ayude a construir un Kosovo estable ha sido destruida por los efectos de los bombardeos'', que han dejado el control en manos del Ejército de Liberación de Kosovo (ELK).
Estados Unidos calificó al ELK como ``un grupo sin lugar a dudas terrorista'' cuando éste comenzó a llevar a cabo ataques organizados en febrero de 1998. Dichas acciones fueron condenadas ``muy duramente'' por Washington y tachadas de ``actividades terroristas'', lo que probablemente dio luz verde a Slobodan Milosevic para emprender la severa represión que llevó a la violencia de estilo colombiano que precedió a la aguda escalada que los bombardeos precipitaron.
Estos ``problemas tambaleantes'' son nuevos. Son los ``efectos de los bombardeos'' y de la horrible reacción serbia a los mismos, pese a que los problemas que precedieron al recurso de la violencia por parte de los estados iluminados fueran ya lo suficientemente intimidadores.
Pasando de los hechos al giro, los titulares proclamaron una grandiosa victoria de los estados iluminados y sus líderes, quienes forzaron a Milosevic a ``capitular'' y a gritar ``me rindo'', al aceptar ``una fuerza encabezada por la OTAN'', y rendirse ``en términos tan cercanos a la incondicionalidad como nadie lo hubiera esperado'', sometiéndose además a ``un trato peor que el acuerdo de Rambouillet que él rechazó''.
Esta no es exactamente la historia real, pero ciertamente es una historia que resulta mucho más útil que los hechos. De esto sólo surgió un tema serio de debate al cuestionarse si tan sólo el poderío aéreo puede servir a altos propósitos morales, cosa que algunos críticos pusieron en duda.
Analizando un significante más amplio, el ``eminente historiador militar'' británico John Keegan consideró que la guerra fue ``una victoria no sólo para el poderío aéreo sino para el nuevo orden mundial proclamado por el presidente George Bush tras la Guerra del Golfo''. Keegan escribió que ``si Milosevic es verdaderamente un hombre derrotado, todos los Milosevics potenciales del mundo tendrán que reconsiderar sus planes''.
Esta afirmación es realista, aunque no en los términos que Keegan debió tener en mente. Más bien, a la luz de los objetivos actuales y el significado del nuevo orden mundial, como es revelado en una importante memoria documental de los 90 que permanece sin difusión, pero que es una fuente inagotable de evidencias y hechos que ayuda a entender lo que se quiere decir con la frase ``Milosevics alrededor del mundo''.
Limitándonos sólo a la región de los Balcanes, las críticas no hablan de enormes operaciones de limpieza étnica y atrocidades terribles que ocurren en el rincón sureste del territorio de la OTAN, y que se ejecutan con apoyo decisivo y creciente de Estados Unidos, sin que sean una respuesta a un ataque por parte del mayor poder militar del mundo ni a la amenaza inminente de invasión.
Estos crímenes son legítimos dentro de las normas del nuevo orden mundial, y quizá son aún más meritorios que las atrocidades que ocurren en otras partes y que se conforman a los intereses particulares de los líderes de los estados iluminados, y que son regularmente implementadas por ellos cada vez que es necesario.
Estos hechos, que no son particularmente ocultos, revelan que dentro del ``nuevo internacionalismo... la brutal represión de grupos étnicos completos'' no sólo será ``tolerada'' sino promovida activamente, tal como lo hizo el ``viejo internacionalismo'' de la concertación de Europa, de Estados Unidos y de otros mu- chos predecesores distinguidos.
En un ejemplo anterior, Estados Unidos se vio obligado a firmar un nuevo acuerdo, tras el fracaso de los bombardeos de Navidad de 1972, para inducir a Hanoi a abandonar el acuerdo entre Washington y Vietnam de octubre anterior. Kissinger y la Casa Blanca anunciaron muy lúcidamente en su momento que violarían cualquier elemento significativo del tratado que estaban firmando, al presentar una versión diferente a la que mostraba en reportajes y comentarios. De esta forma cuando el enemigo Vietnam finalmente respondió a las serias violaciones estadunidenses a los acuerdos, se convirtió en el agresor incorregible que debía ser castigado nuevamente y que, en efecto, fue.
Esta misma tragedia/farsa ocurrió cuando los presidentes de América Central alcanzaron el acuerdo de Esquipulas (también conocido como Plan Arias), pese a la fuerte oposición de Estados Unidos. Washington de inmediato provocó una escalada en sus guerras con la violación del único ``elemento indispensable'' del acuerdo, para después proceder a desmantelar sus otras previsiones por la fuerza. Esto tuvo éxito tras unos cuantos meses en los que se continuó socavando cualquier esfuerzo diplomático hasta que se logró la victoria final.
La versión de Washington del acuerdo, que difiere enormemente de sus aspectos cruciales originales, se convirtió en la versión aceptada final. El resultado, entonces, pudo proclamarse en los titulares como ``la victoria del juego justo estadunidense'', ``unidos en la dicha'' habiendo rebasado la devastación y baños de sangre, y sobrecogidos por el éxtasis ``en una era romántica''. (Así lo escribió Anthony Lewis en el New York Times, al igual que otros que reflejaron la euforia general ante la misión cumplida.)
Es superfluo revisitar las repercusiones de los numerosos casos similares a éste. Hay muy pocas razones para esperar que una historia diferente se desarrolle en el caso presente. Con la salvedad crucial y típica, claro está, de que permitiéramos que ocurra un final diferente.
Posdata. Es irritante ver comprobadas nuestras más cínicas expectativas, pero horas después de que lo anterior fue publicado, en la red se desarrolló la historia esperada: Washington difundió su interpretación del acuerdo de paz para Kosovo (y la subsecuente resolución del Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas), que es radicalmente diferente al texto y muy similar a las condiciones del documento de Rambouillet a las que Estados Unidos había renunciado formalmente. Medios y comentaristas ya han adoptado la versión de Washington como los hechos. Los demás eventos han procedido su curso y seguirán haciéndolo, a menos que se dé la salvedad ya antes mencionada.
Traducción: Gabriela Fonseca