La Jornada Semanal, 27 de junio de 1999
Llegará un día en que los medios electrónicos dejen de pasar programas pregrabados para, simplemente, transmitir la opinión de los conductores en vivo. El éxito está asegurado de antemano. Veamos si no: durante las últimas dos semanas (y cualquiera que haya estado al pendiente de la televisión se habrá dado cuenta), ha dado más rating escuchar las rabietas y la ira de conductores, productores, actores de carácter -como Ernesto Zedillo, Ricardo Salinas Pliego, Cuauhtémoc Cárdenas y Rosario Robles-, cómicos, bailarines y escenógrafos, que una media hora con los Simpson.
Tomemos por caso el asesinato de Paco Stanley. Olvidándose de la noticia y de sus aristas, TV Azteca y Televisa aprovecharon la ocasión para arremeter contra el gobierno del DF, cuidándose mucho de no manchar la prístina imagen del gobierno federal, finalmente responsable de la lucha contra el crimen organizado. TV azteca obtuvo, por ello, algo que no ha obtenido por otras vías: 48% del rating, algo equivalente a la final de una copa del mundo. La lección, que no en vano ha sido comentada por casi todos los especialistas y los no especialistas en medios de comunicación -como Mario Ruiz Masseiu en El correo ilustrado de La Jornada- fue aprendida casi de inmediato por la gran mayoría de los medios de comunicación.
En la radio, Abraham Zabludowsky y Raúl Sánchez Carrillo lo aplicaron de inmediato: Sánchez Carrillo acusó al primero de drogadicto. ste reviró confesando que sólo era alcohólico y que, en cambio, su acusador era un triste policía que vivía como policía, hablaba como policía y pensaba como policía. Lo incomprensible es que la policía no se haya sentido insultada.
La secuela fue la cobertura que TV Azteca dio, para reivindicar la originalidad de la idea, a la visita a México de Carlos Salinas de Gortari. Este es un ejemplo perfecto: fuera de la entrevista exclusiva -que, por cierto, Salinas dio a varios medios-, TV Azteca cubrió las actividades de un hombre común que fue a una boda, llenando los vacíos con las anodinas opiniones de Javier Alatorre, Sergio Sarmiento y otros individuos dispuestos a dar su opinión para no aburrir demasiado al auditorio.
Mientras, o simultáneamente, para ser exactos, Joaquín López Dóriga entrevistaba a Cuauhtémoc Cárdenas, dándole un trato que ya hubiera deseado Francisco Labastida, pues una cosa es que la entrevista esté arreglada y otra muy distinta que el periodista lo trate bien a uno. Pero junto a esta absurda comprensión de Televisa por las causas del PRD, en la radio Rosario Robles sostuvo una batalla campal con Radio Red por el asunto de los bloqueos de calles de los estudiantes universitarios. Y, como en los otros casos, el único tema era una controversia de opiniones.
Tal vez nos estemos acercando a una televisión realmente moderna, que en lugar de ser un medio -es decir, quien pone en contacto a la gente común con los grandes acontecimientos- será la verdadera protagonista.
Imagine usted un sábado por la tarde con una programación como la que sigue:
16:00 Sobremesa con Sergio Sarmiento.
17:00 Boda de Javier Alatorre con Lupita D'Alessio.
19:00 ``La neta'', con Ricardo Salinas Pliego.
20:00 ``El matrimonio'', experiencias de Raúl Sánchez Carrillo.
Más allá de cualquier broma, la pregunta aquí es si realmente importan las opiniones de todos estos personajes. Si su indignación, su furia, su violencia, las opiniones personales que tengan de sus compañeros de trabajo o de los gobernantes, nos importan a nosotros.
En el fondo, la falta de talento periodístico y televisivo (tan marcada en TV Azteca, aunque igual de intensa en Televisa y en numerosas estaciones de radio), se suple hoy en día con la vacuidad de la opinión. Fundamentada o no, la opinión nunca sustituye a la clara cobertura de hechos y eventos, sobre todo si tomamos en cuenta que la opinión expresada en los medios electrónicos es igual o menor a no decir nada. Por lo menos, nada que uno pueda guardar en la memoria.
Pero en fin, los medios están apostando a la inmediatez y a sí mismos. Su protagonismo, del que ya hemos hablado aquí, apenas nos permite entender qué tanto están desfasados de la realidad. En el fondo, uno nunca tiene nada que decir cuando habla de sí mismo.