La Jornada Semanal, 27 de junio de 1999
La guerra que nunca fue
Tras 79 días de bombardeos desde 10,000 metros de altura o desde barcos distantes, la Operación Fuerza Aliada que nunca fue una guerra declarada, terminó con la aceptación por parte del presidente Milosevic de las condiciones de la OTAN. Tanto Milosevic como los aliados se declararon vencedores del conflicto. Pero ¿qué es lo que ganó cada bando? La OTAN destruyó una inmensa cantidad de blancos civiles y militares en una campaña que fue aumentando en intensidad y en la que los aliados no tuvieron una sola baja en combate. Bajo esta presión, el líder serbio aceptó firmar un documento mucho menos oneroso para su república que el fatídico acuerdo de Rambouillet. De hecho, el acuerdo negociado por Victor Chernomyrdin el 2 de junio es básicamente el mismo que el que Milosevic había propuesto en febrero, con la diferencia de que entonces dijo que no aceptaría que tropas de la OTAN fueran parte de las fuerzas de la ONU que entrarían a Kosovo y ahora ha aceptado que el KFOR o fuerza de intervención en Kosovo incluya a países miembros de la OTAN. Muchos expertos aseguran que Milosevic hubiera aceptado esto sin necesidad de bombardeo alguno. Como ya se ha hecho público, el célebre Apéndice B del acuerdo de Rambouillet no sólo estipulaba que las fuerzas de la OTAN ocuparían Kosovo, sino que tendrían derecho a usar cualquier vía de comunicación en toda la República Federal de Yugoslavia (inciso 8), contarían con derecho irrestricto para realizar maniobras y llevar a cabo todo tipo de operaciones sin tener que pagar derecho de uso a las autoridades (incisos 9 y 10) y sin estar sometidos a las leyes locales (incisos 6.b y 7, los cuales contradicen al inciso 2) por un tiempo indefinido; es decir, era una renuncia formal a la autonomía de un país soberano. Además se contemplabaÊun referéndum para dentro de tres años, que determinara el estatus de Kosovo (capítulo 8, inciso 3). Es importante señalar que ni siquiera el Ejército de Liberación de Kosovo aceptó este tratado sino hasta que fueron amenazados por la secretaria de estadoÊnorteamericana Madeleine Albright. El nuevo acuerdo no incluye estos puntos y garantiza que Kosovo seguirá siendo una provincia serbia, cuya autonomía será supuestamente protegida por las tropas de la OTAN. Por su parte, Milosevic triunfó al lograr la desmilitarización del Ejército de Liberación de Kosovo, el presunto objetivo inicial cuando envió tropas a esa región. Además, el exilio forzado de casi un millón de albanos tendrá como posible consecuencia la disminución de esa etnia en la zona (su verdadero objetivo), ya que seguramente no todos volverán.
Hora de contar cadáveres
Serbia ha quedado en ruinas; carreteras, puentes y servicios básicos como agua, drenaje, electricidad y telecomunicaciones están destruidos. Paradójicamente, la destrucción infligida a las tropas no resultó tan grave como se pensaba. Incluso en las áreas intensamente bombardeadas, las fuerzas serbias en Kosovo iniciaron su retirada el 11 de junio, con buena parte de su material aparentemente intacto. Las pérdidas humanas serbias se estimaban en 5,000 militares y cerca de 2,000 civiles. El descubrimiento de fosas comunes, cámaras de tortura, aldeas arrasadas, caravanas de vehículos incinerados y demás evidencias de masacres en todo Kosovo, confirma lo que todo el mundo sabía: que el ejército y diversas fuerzas especiales serbias cometieron innumerables atrocidades antes y durante el bombardeo que supuestamente debía contenerlos o disuadirlos. También han aparecido pruebas de que el 24 de marzo, día en que comenzó el bombardeo, se desató una ``orgía de rabia y psicosis'', como escribe Steve Erlanger (The New York Times, 20 de junio de 1999), de las fuerzas serbias y los serbios de Kosovo. Numerosos testimonios han demostrado que, si bien hacía años ya tenían lugar enfrentamientos, con el bombardeo los serbios comenzaron a atacar a la gente (ídem). Esto es tan sólo una evidencia más de la ineficacia de la política de los misiles favorecida compulsivamente por Clinton. Resulta repugnante la urgencia con que los medios contabilizan cadáveres reales y especulan con otros imaginarios, para alcanzar una cantidad que justifique el demencial uso de la fuerza por parte de occidente. Para el 17 de junio la estimación ha alcanzado los 10,000 muertos, una cifra nada improbable (y quizás conservadora) pero sospechosamente conveniente: 5 veces mayor que el número de víctimas serbias e igual al número de muertos en Sebrenica en julio de 1995. No obstante, es mucho menor a las 100,000 víctimas de las que hablaba el secretario de defensa William Cohen.
Culpas sin consecuencias
La campaña de información ``abierta'' que condujo la OTAN consistía en ``confesar'' su culpabilidad sin asumir las consecuencias cada vez que una bomba caía en un objetivo equivocado, ya fuera una caravana de refugiados, la embajada china, un tren lleno de civiles o una inofensiva residencia en la vecina república de Bulgaria. Al hacerlo insistían siempre que el reducido ``daño colateral'' era un precio justo a cambio de tantas otras bombas que sí habían dado en el blanco.
El precio justo
Entre las más aterradoras lecciones que ha dejado esta guerra destaca la inverosímil afirmación de Albright: si se hubiera bombardeado a tiempo a los alemanes, la segunda guerra mundial -y por tanto el holocausto- no hubieran tenido lugar. Difícilmente podemos sorprendernos de la ignorancia y el cretinismo de quien hace algunos meses, comentó al respecto de la muerte de medio millón de niños en Irak como consecuencia de la guerra y las sanciones: ``Es una elección difícil pero creemos que el precio es justo.''
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