La Jornada Semanal, 27 de junio de 1999
La interferencia de la historia en la poesía contemporánea es uno de los temas menos tratados, tal vez por ser uno de los más difíciles de plantear. Si se atiende al marco teórico del planteo, algunas consideraciones ideológicas no son muy iluminadoras. Me refiero a los manidos argumentos de ``fin de la historia'', a propósito del análisis de época de Francis Fukuyama, o a los de ``fin de la utopía'' o de la ``nueva condición'', la posmoderna, que derivan de los análisis de un pensamiento francés de carácter sociológico a partir de la publicación de La condición postmoderna, de Jean-Francois Lyotard. Si bien los argumentos tienen un carácter realista, en la medida en que atienden a situaciones reales, derivadas de una lectura de la realidad, también es cierto que la misma realidad ha superado sus posibles lecturas, sobre todo cuando éstas son deudoras de un deseo de intercepción del movimiento mismo de la realidad a partir de hechos ``reveladores''. Un ejemplo: la Guerra del Golfo, una guerra difundida por los medios en un grave nivel de abstracción; una guerra, a juzgar por la transmisión de información, donde nadie moría, puede llevar a un pensador como Jean Baudrillard a refrendar, en hechos históricos ``visibles'', toda una teoría del simulacro y de la simulación, características de nuestra época según el pensador francés. En la reciente guerra de Kosovo, la transmisión por los medios de las imágenes de los hechos bélicos impide hablar de un nuevo método de ocultamiento de la verdad de la guerra.
Lo anterior permite comprobar, simplemente, que la utilización de la imagen no es estratégica sino táctica, del mismo modo que lo que siguió -el ``nuevo orden mundial''- luego de la Guerra del Golfo, con sus consecuencias socioeconómicas a nivel mundial, permitió comprobar que las guerras no son abstractas ni virtuales sino efectivas, allí dondeÊocurren o en su desplazamiento temporal, más allá de lo que la imagen mediática desee ocultar o mostrar.
La poesía de este siglo ha intentado asumir el impacto de la historia de distintas maneras. La tierra baldía (1922) de T.S. Eliot registra su presente histórico por la utilización de un método de composición, el del collage, que le permite, al mismo tiempo, ofrecer una imagen de desintegración formal de la imagen del mundo, y cuestionar la comunicación humana desde un ángulo radical. Pero el aporte de Eliot no se detiene ahí: el poema en su conjunto es una crítica de una visión lineal, la del Occidente histórico, y del conocimiento que esa visión conlleva. A esa visión opone Eliot la dimensión de la sabiduría en su manifestación mítica a través de la introducción de discursos -también recortados- que están en la base del Occidente moderno, como los de Tiresias o los del Rey Pescador, base a su vez del aparato simbólico que sustentara la saga del Santo Grial.
Cincuenta y siete años más tarde, el poeta chileno Raúl Zurita publica Purgatorio (1979). El libro ofrece un alto nivel de conciencia poética por el dominio de la forma y por el conocimiento de la historia de la poesía occidental que Zurita manifiesta: experimentalismo, audacia, compromiso social mediante la crítica a un estado de cosas del mundo. Detrás de Purgatorio está viva la experiencia chilena de la dictadura de Pinochet. Zurita elige un marco espacial privilegiado para ``purgar'' el momento histórico: el desierto de Atacama. Ahí, en el desierto, ocurrirá la revelación de la historia en una conciencia sabedora de que, luego de una devastación, ya nada -empezando por la escritura poética- puede seguir igual. El lenguaje poético, su sintaxis, el lugar del yo poético, el marco referencial al que ese lenguaje alude deben transformarse -y en Purgatorio se transforman- en la escritura.
Preguntarse qué hubiera sido de la poesía de Eliot sin la interferencia histórica que precipita La tierra baldía -la primera guerra mundial- o la poesía de Zurita sin la catástrofe de la dictadura de Pinochet son preguntas inútiles. Pero si entre las responsabilidades de un poeta se cuenta la de dar testimonio de su tiempo y de su lugar -dándole a esas nociones el alcance que se les quiera dar-, no parece impertinente evaluar la condición histórica de la palabra poética, sobre todo si esa condicionante puede modificar la manera de ver, la de pensar y la de hablar de los seres humanos. Eternity is in love with the productions of time (la Eternidad está enamorada de las obras del tiempo), decía Blake. Es de esperar que nuestra ``nueva condición'' -antiutópica, antihistórica, posmoderna- no nos haga dudar de lo que sabía Blake de la eternidad.