La Jornada Semanal, 27 de junio de 1999
Elena Poniatowska,
Las
soldaderas,
Era/Conaculta,
México, 1999.
A punto de bajar del vagón de ferrocarril, la soldadera se detiene y recorre el andén con la mirada. Voltea a la izquierda y fija la vista. El fotógrafo activa el obturador, capta el instante y crea una imagen paradigmática de la Revolución Mexicana.
Sólo otras dos fotografías sobre el proceso revolucionario han alcanzado tan amplia divulgación: los zapatistas almorzando en el restaurante Sanborns durante su breve estadía en la Ciudad de México, o la de Francisco Villa apoltronado en la silla presidencial, con Emiliano Zapata a su lado. Reproducidas una y otra vez con fines propagandísticos de índole política o comercial, las tres imágenes condensan una representación visual del movimiento armado con mayor arraigo en el imaginario colectivo.
La mujer que se asoma desde el peldaño de un vagón de tren y que conocemos tan bien es producto de una afortunada edición fotográfica que eliminó de la imagen a un conjunto de mujeres (algunos autores han señalado que tal vez se trate de un grupo de prostitutas) que rodean a aquella que se ha convertido en ``la soldadera'' por excelencia.
Al observar la imagen con detenimiento, llama la atención la amplitud de la falda que viste la mujer: la prenda cae casi con elegancia, a pesar de las manchas y las roturas que son el único y discreto indicio de que se trata de una fotografía de guerra. La violencia cotidiana, los desplazamientos forzosos y el desgarramiento de la sociedad provocado por la guerra civil están ausentes de la escena. La joven no está armada: no carga pistola o rifle y ni siquiera lleva cananas en el pecho. Su mirada es intensa a la vez que ambigua, lo que facilita que el espectador pueda atribuirle toda una gama de emociones y actitudes: desde cautela y miedo hasta arrojo y determinación. Más aún, los rasgos mestizos y el atuendo de la joven mujer no permiten identificar su procedencia regional y la imagen tampoco ofrece elementos para determinar la facción revolucionaria de la soldadera ni la fecha de la fotografía. La escena pudo ocurrir en cualquier momento entre 1911 y 1914 (de acuerdo con las fechas consignadas en el negativo), en algún punto de los miles de kilómetros de vías férreas que surcaban el país a principios del siglo XX.
La ausencia de especificidad histórica en la imagen permite al espectador construir su propia visión de la soldadera, de acuerdo con sus particulares ideas y prejuicios sobre la Revolución Mexicana y sobre las mujeres de sectores populares. En esa falta de contextualización histórica radica, en buena medida, la fuerza de la imagen.
La placa original de la célebre fotografía (hasta ahora sólo conocida en ámbitos especializados) se publica completa en Las soldaderas, recopilación fotográfica a cargo de Heladio Vera y con un ágil prólogoÊde Elena Poniatowska. El medio centenar de imágenes bellamente desplegadas en el volumen de editorial Era y Conaculta se seleccionó de entre los doce mil negativos sobre el movimiento armado reunidos por Víctor Agustín Casasola y que se encuentran en la Fototeca Nacional del INAH.
Las soldaderas se enmarca en el proceso de estetización del movimiento revolucionario y de su soporte fotográfico, iniciado a fines de los años setenta. Las fotografías -que hasta entonces se habían reproducido principalmente en impresiones de mala calidad- ingresaron al libro de arte, mismo que, gracias a ediciones como ésta, alcanza una distribución que rebasa la circulación restringida usual en este tipo de publicaciones.
Dicha estetización de las imágenes fotográficas de la Revolución Mexicana favorece su mistificación y no siempre contribuye a una mejor comprensión del proceso revolucionario. No obstante, la transformación de estos registros fotográficos en objetos artísticos no demerita su valor como documentos históricos. Las imágenes de Las soldaderas son testimonios contundentes de la participación amplia y diversa de soldaderas en el movimiento armado. Fue tan extendida su presencia en los ejércitos, que los mandos superiores dictaron órdenes para eliminarla de tajo o al menos restringirla porque juzgaban que los contingentes de mujeres entorpecían la marcha de la tropa y causaban desorden entre los soldados.
Pese a la importancia de las soldaderas en los ejércitos revolucionarios, el tema apenas ha merecido la atención de los especialistas. En el mejor de los casos, se le ha tratado como un aspecto secundario de la lucha armada, sin interés para las discusiones generales sobre la Revolución Mexicana.
No se trata, desde luego, de enlistar nombres y actos de protagonistas revolucionarias para hacer una historia de bronce en femenino, paralela a la muy criticada pero persistente historia de los grandes hombres de la revolución y sus acciones heroicas, sino reflexionar en torno a las definiciones culturales de masculinidad y feminidad, sus cambios y permanencias en tiempos revolucionarios, sin pasar por alto la diversidad regional y social que caracterizó a la Revolución Mexicana.
Las soldaderas revolucionarias adquirieron visibilidad literaria gracias a Hasta no verte Jesús mío (1969), la novela de Elena Poniatowska que relata la vida de Jesusa Palancares, personaje inspirado en Josefina Bojórquez, quien anduvo con los ejércitos revolucionarios en su juventud. La dura vida de Palancares, durante y después del movimiento revolucionario, no deja lugar a dudas de que ``las soldaderas se llevaron la peor parte de la revolución'', según afirma la autora en Las soldaderas, en un prólogo rico en referencias literarias y cinematográficas, que se nutre en las pocas investigaciones históricas sobre el tema.
Al cumplirse treinta años de la publicación de Hasta no verte Jesús mío, Poniatowska reitera la relevancia de las soldaderas, a quienes la historiografía mexicana continúa ninguneando. ``Si no fuera por las fotografías de Agustín Casasola, Jorge Guerra y los kilómetros de películas de Salvador Toscano, nada sabríamos de las soldaderas porque la historia no sólo no les hace justicia sino que las denigra.''
Y de no ser por la eficaz prosa que Poniatowska dedica a las soldaderas (``bultitos de miseria expuestos a todas las inclemencias, las del hombre y la naturaleza), esas mujeres permanecerían en un limbo de olvido más profundo y más oscuro aún que en el que se encuentran. No obstante, la emotiva escritura de Poniatowska y las impecables impresiones de Las soldaderas tienden a la estetización mitológica del contenido histórico y de su representación fotográfica.
Abba
En esta primavera nuestro regalo no fue un ramo de rosas sino un disco del vicario de Cristo, Juan Pablo II. Los predecibles chascarrillos (``The Mamas and the Papas van a grabar Sueños de Vaticano''), la instantánea reprobación jacobina, la cenicienta señal de la modernidad en una religión signada por su renuencia al diálogo con la modernidad social, apenas si ocultan el carácter insólito del suceso. Después de todo no deberíamos sorprendernos: si Beastie Boys organiza desde 1995 el Tibetan Freedom Concert en contra de la opresión china sobre el Tibet, Juan Pablo II responde en el terreno del pop con un disco.
Componen Abb Pater, cuyo significado reitera en los espejos lingüísticos del latín y el arameo el vocablo padre, no casualmente el significado del término ``papa''; hay cánticos, oraciones, bendiciones, incluso canciones que entreveran extractos de las homilías de Juan Pablo II transmitidas por Radio Vaticano en estas dos décadas, con música de Leonardo De Amicis y Stefano Mainetti. A que no puedes oír sólo una: Monseñor Norberto Rivera, sumado a esta euforia popera y papera, podría cantar una versión de la rola de Oasis, ``She's electric'' cambiando el estribillo: And if he's electric, can I be electric too?
Como breviario cristiano, el escucha puede emocionarse con la pausada -y no exenta de solemnidad- dicción de este intérprete. Están aquí el Padre Nuestro en varias lenguas; el ``Salmo 26'' y la primera parte del Sermón de la Montaña. Mi lectura se limita al disco promocional repartido por Sony, que únicamente ofrece cinco piezas. Sorprende en este volumen la unidad, no sólo en las melodías -la melodía dominante en el ``Salmo 26'' reaparece en la parte última de ``Beatitudine'', sino también en la trama que urden las canciones. La pieza inicial, ``Attende Domine'', presenta al Papa recitando una homilía que enuncia el carácter bondadoso del Padre Celestial preconizado por Jesús. En seguida, sin apenas transición, se habla del Padre para acceder a la oración del Pater Noster.
En vez de una doctrina del perdón, que Jorge Luis Borges destacara distintiva en Cristo, Juan Pablo II ha elegido una imagen elocuente pero reductiva de la religión: un Padre amoroso y caritativo, una doctrina de la compensación. La redención de Juan Pablo sólo parece posible si antes se delega en el Padre Eterno toda responsabilidad histórica. Temo que la caridad, la conmiseración, la inocencia... poco pueden en un mundo caótico. Y es en este mundo en el que, por cierto, SS busca insertar su mensaje. Frente al carácter terreno, de hombres maduros preconizado por Nietzsche, el Papa nos viene con un mensaje chiquiador.
Si el mensaje poco difiere de las lecciones de los gurús mediáticos, en el aspecto musical tampoco rebasa los códigos de la música bien intencionada. Lo acepto: me conmueve el Pater Noster; claro que yo también hice mi Primera Comunión. Aunque pronto la melodía toma un sospechoso parecido con la enfática y alborozada música de himnos seculares onda We are the world -lástima que aquí no estén Bruce Sprinsgteen ni Ray Charles. Si bien nos informan que De Amicis y Mainetti son músicos clásicos, sus melodías proponen un tibio new age con ribetes étnicos. Los acordes del Pater Noster remiten al pop mainstream; por otro lado, la melodía del ``Salmo 26'', pese al arreglo orquestal que privilegia los instrumentos de cuerda con todo y aislamiento de la sección grave -pa' que se sienta la gravedad del asunto-, y enfatiza la sensación de religamiento mediante el unísono orquestal, en nada escapa a las melodías predecibles. Apenas si poseen interés los fraseos de la flauta, contrapunto a las estrofas del Sermón de la Montaña en ``Beatitudine'', las vibraciones al inicio del Pater Noster, las insinuaciones bucólicas...
Abb Pater es un disco proselitista que convierte al complejo universo cristiano en un medallón con niños de voces suaves y delicadas, melodías dulzonas, mensajes paternalistas y condescendientes. ¿Dónde quedó ese misterio, ese arrebato que sintieron Wilde, Huysmans, los decadentistas del siglo de ayer, como propio del catolicismo? Un producto, a fin de cuentas, en modo alguno distinto a los que ofrece Televisa. Mas que el Papa cante, digo, si la Doña berrea, ¿por qué otro octogenario ilustre no iba a hacer lo mismo? Me sorprende que no invitaran al célebre Luis Dell Ano como productor. Sean con Dios, hijos míos.
Carlos Monsiváis, Marta Lamas,
Pablo
Fernández Christlieb, Guillermo
J. Fadanelli,
Masculino/femenino a final de
milenio,
Díler y Apis, A.C.,
México, 1998.
Está cerca el fin del milenio, pero los rasgos de lo masculino y lo femenino son todavía perceptibles. Sin mucho riesgo de equivocarse, aún es posible distinguir si una persona es hombre, mujer o travesti, así los varones usen aretes y cabello largo, las féminas entren a cantinas, usen el cabello cortísimo y vistan ropas masculinas, o los hombres travestis hagan de su apariencia un arte. Cierto: la correspondencia entre características físicas, comportamientos, orientaciones sexuales y roles muestra caso por caso su complejidad.
Masculino/femenino a final de milenio aborda esa complejidad en tres textos brevísimos y una entrevista. En el primero de ellos, Carlos Monsiváis dice que a estas alturas sólo una minoría conspicua, a la que no caracteriza ni la inteligencia ni la simpatía, se atreve a las definiciones tradicionales de lo masculino y lo femenino. Recuerda que al principio los travestis copiaban todo a las mujeres, pero tal parece que ahora sucede al revés. Puede ser, pero, como se dice en el prólogo, habría que analizar caso por caso.
Hace ya varios años la cuestión de ``género'' metió ruido. Para todos quedaba claro que sólo había hombres, mujeres y algunos hermafroditas, independientemente de su preferencia sexual. Hoy se habla de identidad y de enfoque de género sin que el común de los mortales sepa qué quieren decir esos conceptos. Si acaso perciben que, en muchos textos, a los sustantivos se les agrega la vocal definitoria entre paréntesis o se escriben dos veces (niños y niñas; compañeros y compañeras) o bien se escribe @ en lugar de la vocal. A la hora de corregir, los editores optan por sustantivos neutros (docente, en lugar de maestra o maestro), aunque en ocasiones hay que anteponer el artículo (el, la).
Si esto es complicado por la talacha que implica, hay que añadir que, según Marta Lamas, en la naturaleza existen cinco sexos biológicos: hombres (personas con dos testículos); hermafroditas masculinos o merms (personas con testículos y caracteres sexuales femeninos), hermafroditas o herms (con un testículo y un ovario); hermafroditas femeninas o ferms (con ovarios y caracteres sexuales masculinos), y mujeres (personas con dos ovarios). ¿Cómo hacer para no discriminarlos en nuestra habla y escritura? ¿Habrá que elevar a categoría el estudiantil y revolucionario al pueblo en general?
Hablar de género es todo un rollo. Y éste sería un reproche al libro: su brevedad. De un punto se pasa rápidamente a otro. Definir el sexo biológico no es suficiente; se debe abordar la diversidad sexual. Si se acepta que la homosexualidad es una opción igual que la heterosexualidad, entonces aparecen por lo menos doce combinaciones, también de acuerdo con Marta Lamas, que van del hombre predominantemente heterosexual a la mujer predominantemente homosexual.
En el manual ¡Hablemos de salud sexual!, editado por la OPS y la Asociación Mexicana de Educación Sexual, se establece que, a diferencia de los animales, que dependen de ciclos hormonales para su reproducción -y por ello su vida sexual es más limitada- en el ser humano el erotismo es la garantía biológica de que hombres y mujeres seguirán interesados en copular, con lo que a la vez elevan las posibilidades del éxito evolutivo, pues el incentivo es el placer; es decir, en el humano no hay conducta de la que dependa la reproducción; no libera, como los animales, sustancias que indiquen la fertilidad, por ejemplo.
Es indiscutible la autoridad de las instituciones anteriores, pero Díler, entrevistado por Fadanelli, cuenta que en 1994, en el zoológico de Rotterdam, Holanda, dos flamencos machos se pusieron a vivir juntos. ``Al poco tiempo quisieronÊfundar una familia. En su deseo de ser padres fueron cachados dos veces tratando de robar huevos a sus vecin@s, así que los trabajadores del zoológico optaron por proveerlos de un huevo fertilizado. Los padres se esmeraron y al poco tiempo vieron nacer a su bebé flamenco, al cual cuidaron con orgullo el tiempo razonable. Se sabe que seis meses después, uno de los padres devino buga (heterosexual) e inició otra familia...'' Luego entonces, entre los animales también hay erotismo.
¿Qué sucede? Lo que siempre ha ocurrido, que en gustos se rompen géneros y que sobre sexualidad no hay nada (definitivo) escrito. Por lo pronto, en la discoteca Histeria, una de las copatrocinadoras del libro, además de los tradicionales servicios sanitarios para ``Damas'' y ``Caballeros'', se ofrece otro para ``Hombres G'', que comparten travestis, transgéneros y transexuales. Una de las primeras acciones sociales, creo, para efectivamente trascender las encasilladas fórmulas de masculino y femenino. Algún día habrá un servicio que diga ``Público en general''
Juan García Ponce,
De viejos y nuevos
amores,
Volumen 2, Literatura,
Joaquín Mortiz,México,
1998.
Ya en 1965 Juan García Ponce había publicado ensayos y semblanzas (Cruce de caminos, Universidad Veracruzana) de sus héroes en la plástica y en la literatura. En 1981 obtiene el IX Premio Anagrama de Ensayo por La errancia sin fin, libro en el que trenza con malicia y conocimiento las obras de Borges, Musil y Klossowski. Ahora entrega sus viejos y nuevos amores, y es de llamar la atención el hecho de que los fantasmas, las obsesiones y las preferencias del escritor permanezcan en su ánimo y sin perder la fuerza inspiradora que han ejercido sobre él. Las relecturas y las novedades que encuentra en esas relecturas, son transmitidas al lector con entusiasmo juvenil, como si acabara de descubrir al Nabokov de Lolita, al Faulkner de Santuario, al Bataille de Historia del ojo. Esos serían algunos de sus viejos amores, y los maneja así, con la confianza que da el trato cotidiano, y les sigue descubriendo cualidades, para que el nuevo lector se asome a esos mundos o para que el viejo lector vuelva a ellos.
Los nuevos amores también son importantes. En este caso, el autor nos cuenta, sin descubrir la trama, dos libros de John Hawkes, escritor norteamericano recientemente desaparecido y apreciado sólo por un público reducido; leyendo los ensayos de García Ponce uno advierte la importancia de Hawkes y se aclara, en buena medida, la falta de lectores en su propio país a una obra que debe mucho al Marqués de Sade y a Leopold von Sacher-Masoch, entre otros perversos incurables.
Otra nueva pasión la constituye la obra del narrador inglés Julian Barnes, cuya novela (se le ha señalado como novela para novelistas) El loro de Flaubert ha sido recibida por público y crítica con igual admiración.
Hay también la ``Vuelta gratuita a dos poemas'', que son homenajes a López Velarde y a Xavier Villaurrutia, y el elogio a Octavio Paz. Mención aparte merece la estupenda (y divertida) crítica a William Styron. De viejos y nuevos amores levanta un mapa de las obsesiones literarias de un escritor, que es una forma de penetrar en el universo personal del artista que continúa reflexionando en torno a la práctica de la escritura y es, sobre todo, documento de fidelidad y persistencia amorosa a los autores y a las obras que le han procurado placer estético a lo largo de décadas, y que lo han ayudado a balizar la trayectoria de una obra que tiene ya valor por sí misma dentro de la literatura mexicana contemporánea.
Elmer Mendoza
Un asesino
solitario,
Tusquets,
México, 1999.
La propuesta de De Quincey de considerar al asesinato como una de las bellas artes ha tenido en este siglo seguidores impetuosos. No se diga en el mundo real, que, con disimulada envidia, siempre desea superar a la ficción en los mismos territorios imaginarios que se poblaron de todo tipo de asesinos y criminales desinteresados, como los extravagantes personajes de La soga, filme creado por la mente de Alfred Hitchcock y llevado a la pantalla en un solo plano secuencia.
Sin embargo, hoy que el crimen se ha convertido en una presencia cotidiana merced a los noticiarios, la idea del opiómano inglés resulta escalofriante: las pantallas televisivas nos ofrecen a diario desde el asesinato de un ladronzuelo víctima de la policía hasta las imágenes de una guerra irracional, cruel, inexplicable y en donde la belleza se encuentra muy, pero muy lejana.
Esta peligrosa colindancia de la vida cotidiana con el crimen hace que la literatura se convierta en refugio, como bien nos lo enseñó Truman Capote en A sangre fría, célebre novela de no ficción que es -y quizá por ello sea más estremecedora- recreación pura: el autor inventa tanto el habla de sus personajes como los modos, las formas de ser de los dos asesinos.
Algo semejante ocurre con Un asesino solitario, la novela del narrador culichi Elmer Mendoza. Más allá de la portada -concebida por y para el marketing- que alude directamente al asesinato de Luis Donaldo Colosio en Lomas Taurinas, lo que nos queda es el ejercicio literario, la invención de un habla, de un dialecto.
En ese terreno, el de la construcción de un personaje a partir de su discurso, la historia de Macías ``El Europeo'' tiene un muy distinguido antecedente dentro de la narrativa en el violento protagonista de El complot mongol de Rafael Bernal. El guarura creado por Mendoza también trabaja en solitario y posee un alma tan ``gandalla'' que incluso puede perder a la mujer que ama y a su mejor amigo sin el menor remordimiento. Por algo nació y creció en la Colonia Popular de Culiacán, un semillero de batos bien macizos.
Pero lo que hace redondo al personaje -porque él es el narrador de la historia de este fallido atentado contra el candidato Barriento, asesinado poco después en Mexicali- es su muy particular jerga, una mezcla del español dialectal del Noroeste con el habla chilanga, con todo y sus muletillas, sello de distinción que en manos de Elmer Mendoza se transforma en retrato.
Más que la cultura del narcotráfico, lo que se cuela por debajo de la puerta del texto de Elmer Mendoza es la violencia que subyace hoy en México y de cuyo crecimiento todos somos testigos.
Si la diferencia entre novela negra y novela policiaca es, para algunos estudiosos, la relación que se guarda con el crimen, Un asesino solitario encaja a la perfección en el género inventado por las oscuras portadas francesas. Sin embargo, su aliento va mucho más allá -incluso a pesar del final digno del Pantera o de Tarantino, cineasta a quien Mendoza admira- al poner al descubierto los horrores del asesinato político convertido, de un tiempo a esta parte, en espectáculo público. Dibujar los mecanismos sentimentales y las motivaciones de un asesino, darle voz a esa violencia que nos carcome, retratar las amplias capas de eso que los marxistas bautizaron alguna vez como el lumpenproletariado, es sin duda un gran acierto de la novela de Elmer Mendoza. Pero, sin duda, el mayor hallazgo es la recreación de un lenguaje que, algunas veces se nos olvida, es principio y fin de toda literatura.
Las coincidencias existen, es cierto, pero fueron más que nada la fuente de inspiración de un escritor que desarrolló una ficción a partir de un hecho real mucho más rocambolesco -en cuanto que aún no tiene solución- y trágico: días antes de su muerte, Luis Donaldo Colosio corrió por el malecón mazatleco y asistió a un mítin en Culiacán. Este hecho, simple anécdota para el marasmo histórico, provocó otro disparo: el de la imaginación de Elmer Mendoza. Y el resultado fue Un asesino solitario.
Ensayo (cinematográfico)
Violencia y cine contemporáneo. Ensayo sobre ética e imagen. Olivier Mongin, trad. Marco Mayer, Ed. Paidós, Barcelona, España, 1999, 191 pp.
Ensayo (filosófico)
Sobre usos y abusos de la moral. tica, sida, sociedad, Mark Platts, Instituto de Investigaciones Filosóficas/Paidós, México, 1999, 173 pp.
En busca de Klingsor, Jorge Volpi, Col. Biblioteca Breve, Editorial Seix Barral, 1999, 444 pp.
Ensayo (histórico)
La escuela de los annales. Ayer, Hoy, Mañana, Carlos Antonio Aguirre Rojas, Col. Biblioteca de Divulgación Temática, Ed. Montesinos, Madrid, España, 1999, 234 pp.
Ensayo (literario)
El concepto de ficción.Textos polémicos contra los prejuicios literarios, Juan José Saer, Col. Autores latinoamericanos, Editorial Planeta, México, 1999, 302 pp.
México en 1932: La polémica nacionalista, Guillermo Sheridan, Vol. Vida y pensamiento en México, Fondo de Cultura Económica, México, 1999, 506 pp.
Ensayo (médico)
Oncología. Manual de interpretación clínica, José Luis Gutiérrez Herrera, tomo 4, Serie Apoyo a la docencia, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla/Hospital Universitario de Puebla/Dirección General de Fomento Editorial , México, 1999, 185 pp.
Ensayo (orientación vocacional)
Qué es un diseñador: objetos, lugares, mensajes, Norman Potter, trad. Cruz Pardo Riaño, Ed. Paidós, Barcelona, España, 1999, 235 pp.
Ensayo (político)
El origen de la política. ¿Hannah Arendt o Simone Weill?, Roberto Esposito, trad. Rosa Rius Gatell, Paidós, Barcelona, España, 1999, 133 pp.
Visión crítica de la globalidad, Cuadernos de la globalidad, Centro Latinoamericano de la Globalidad/CIDE, México, 1998, 437 pp.
Ensayo (sociológico)
Nuevos acercamientos a los jóvenes y la lectura, Michle Petit, trad. de Rafael Segovia y Diana Luz Sánchez, Col. Espacios para la lectura, Fondo de Cultura Económica, México, 1999, 196 pp.
Cultura escrita y educación. Conversaciones con Emilia Ferreiro, José Antonio Castorina, Daniel Goldin y Rosa María Torres, Fondo de Cultura Económica, México, 1999, 262 pp.
Narrativa
Las obsesiones de Sofía, Guadalupe Loaeza, Col. Nueva Imagen, Grupo Patria Cultural, México, 1999, 389 pp.
No consta en archivos, Mauricio-José Schwarz, Editorial Colibrí, México, 1999, 228 pp.
Rondas de cama. La madera de las cosas, Edmée Pardo, Editorial Cal y Arena, México, 1999, 119 pp.
Jardín errante, Alberto Vital, Col. La creación literaria, Siglo Veintiuno Editores, México, 1998, 384 pp.
Single & Single, John Le Carré, trad. de Carlos Milla Soler, Plaza & Janés Editores, Madrid, España, 1999, 347 pp.
El Gatopardo, Giuseppe Tomasi di Lampedusa, trad. Fernando Gutiérrez, Col. Ave Fénix, Plaza & Janés Editores, Madrid, España, 1999, 310 pp.
Poesía
En el país de la lluvia, Julio Eutiquio Sarabia, Col. Letras mexicanas, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla/Fondo de Cultura Económica, México, 1999, 84 pp.
Nupcias y Urnas, Catorce Poetas de Bélgica, selección y trad. de Eduardo Mitre, edición bilingüe, Ediciones el Tucán de Virginia/Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México, 1988, 210 pp.
Uruapan es un río, relatos y poemas, Luis Mendoza Bolio, edición del autor, Mexico, 1998, 163 pp.
Revista
Crítica, Revista Cultural de la Universidad Autónoma de Puebla, bimestral, No. 74, con textos de Henry Miller, Alberto Abreu Arcia, James Atlas, Iliana Godoy y Víctor Arellano, entre otros. México, 1999.