Viajé rumbo a Tepic en un avión de la Compañía Aeromar dueño de dos hélices bastante tembelequeantes que, a la larga, resultaron muy eficientes. Al frente de la operación figuraba una azafata tristona que obsequiaba jugos de manzana en vasos desfondados, nueces variadas y galletitas con una especie de derivado de la caseína y de las mantecas vegetales. El vuelo de México a Tepic duró más de dos horas (tal vez el joven y, sin la menor duda, competente piloto escogió la ruta de Sebastopol) y el panzazo del aterrizaje dejó chicos a los pioneros de la aviación comercial. Tenía que cumplir la comisión señalada por el Seminario de Cultura Mexicana: dar una conferencia sobre Amado Nervo, poeta de estas tierras del Nayar (tardé semanas en escribir la charla, pues el tema presenta las dificultades creadas por los admiradores del tipo bobalicón y por los despistados que abominan de los poetas demasiado populares y memorizables) y uno de nuestros dioses mayores, nuestro ``as de ases'', como lo llamaba Ramón López Velarde. Nervo fue en su tiempo el paradigma del poeta filosófico y cultivó su imagen de espiritualidad extrema con un esmero nacido, en buena medida, de su autenticidad. Forjó una intrigante máscara, hecha de finezas espirituales tanto cristianas como orientales, de esoterismos y de ``elevaciones'', y la completó con una buena retórica. Más tardeÊla convirtió en su propio rostro (los lectores ya se habrán dado cuenta de que estoy saqueando la teoría de la máscara de Yeats) y fue más genuina y verdadera que la cara oculta y ya casi desvanecida. La ardua preparación de la charla acabó siendo muy agradable, ya que permitió una nueva visita al suntuoso e inteligente arte prosístico de Nervo. El restaurante del hotel estaba ocupado por políticos que anunciaban la previsible derrota del PRI en las próximas elecciones locales. Uno de ellos consideraba que los electores eran demasiado quisquillosos y exigentes, pues iban a castigar al PRI por una serie de pequeños errores: haber hundido al estado en la pobreza, haber saqueado las arcas gubernamentales y haber perpetrado la ruina de los planes agrícolas y ganaderos. Qué delicaditos son los nayaritas, afirmaba el alarmado cetemista, ``pues un poco de corrupción no hace tanto daño y de lo demás tienen la culpa el cielo y la globalización de las materias primas''. Dicho esto, puso cara de beatitud y se lanzó contra las abundantes riquezas del señor Echeverría, candidato de una coalición formada por el PAN, el PRD, el PT y (juro que no es ni broma ni política ficción) la CROC. En el Museo Regional de Tepic admiramos dos colosales piezas chinescas, hechas en un periodo cultural plácido e interesado en la representación alegre y sexual de seres ``humanos, demasiado humanos''. Todas las tradiciones del occidente están representadas en el pequeño y bien atendido museo: Aztatlán, Ixtlán, San Sebastián, Ixcuintla, Santiago, Tequilita y San Pedro Lagunillas. Los perritos, las parturientas, las maquetas de casas con danzantes y los guerreros armados de contundentes macanas y cubiertos con sencillas armaduras de cañas y tules, son algunos temas recurrentes de las culturas de occidente presididas por la misteriosa Teuchitlán. Ignacio Solares en la Normal del Estado y yo en uno de los salones del Ayuntamiento de Tepic, peroramos el mismo día y a la misma hora sobre la vida y la obra de Nervo. Esta circunstancia libró a Solares de escucharme y a mí de escuchar a Solares. Los tepiqueños, en cambio, quedaron a merced de las desatadas elocuencias. Acompañado por el articulista de El Informador de Guadalajara, Sergio López Rivera, anduve por San Blas y por los rumbos del Baluarte desde el cual avistaban la llegada del Galeón de Filipinas. Unos ostiones que, como el futuro, ya no son lo que eran, anunciaron la llegada del pescado zarandeado con sus aromas de leña de manglar. A la hora de la siesta nos pusimos a leer el libro en el cual Héctor Gamboa nos describe los últimos pasos de algunos escritores suicidas. La tarde anterior dedicamos recuerdos emocionados a la ciudad de Alí Chumacero, Acaponeta, y a sus aires cosmopolitas de pueblo minero con sus salones del far west, sus 80 pianos tocados por rusos, serbios y chilenos y sus fondas regenteadas por chinos inventores de ``bisquets'' y de ``chop sueys'' más californianos que cantoneses. Terminaron las jornadas diciendo casi en coro: ``amé, fui amado, el sol acarició mi faz. Vida nada te debo, vida estamos en paz''. Hugo Gutiérrez Vega
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Forma en estética (v y último)
Hemos mostrado, creo, por qué no puede hablarse de forma y contenido en estética. No basta con esto. Es preciso señalar el origen del error. La distinción es tan vieja y usual que tiene que aclararse su poder hechicero. Porque reducir la compleja diversidad de lo que percibimos y sentimos siempre es arriesgado. Pero en nuestro apresuramiento, basta que podamos usar una palabra para que creamos que tiene sentido claro y que, cuando la usamos, decimos algo con ella. Pero la incoherencia y la tautología trivial acechan.ÊAunque, por desgracia, no es fácil percibirlas. Es como cuando la gente dice que tal o cual problema social (que en México se lee poco o que crece mucho la población, por ejemplo) se resuelve con ``educación''. Pero si se aprieta un poco el ``argumento'' preguntando ``¿cómo?, ¿cuáles medidas concretas? o ¿por qué?'', no se obtiene nada preciso. La palabra ``educación'' se ha hecho, en este caso, mágica, como ``abracadabra'' y no dice nada, está vacía de información. Así pues, ¿por qué se ha hablado y se sigue hablando de ``forma y contenido'' en relación con el arte y la belleza? Por diferentes razones: 1) los conceptos tienen inercia; si alguien dice algo, ese algo tiende a repetirse acríticamente, sea sensato o no; 2) porque la distinción es útil, sirve para articular discursos, aunque sean confusos (los escritos de arte y crítica, sobre todo de pintura, suelen ser crípticos y enrevesados). Pero la más pertinente es 3) porque la distinción parece que afirma algo cierto y hasta obvio, esto es, al percibir las obras de arte creemos percibir en ellas cierta forma. Examinemos 3). Cuando vemos que se eleva el humo del puro, creemos percibir ahí ciertas formas. Después de todo es fácil dibujar con líneas el humo, por ejemplo, y ¿cómo podríamos dibujarlo si no tuviera forma?, ¿qué estaríamos dibujando?, ¿la nada? Pero aquí estamos a medio camino en la reflexión: eso es lo que parece, falta ver si es ciertoÊeso que parece serlo. Lo equivocado es que aquí nos quedamos siempre, no seguimos avanzando. Con esa apariencia nos quedamos para 2) articular algún discurso estético. Si siguiéramos adelante, repararíamos de inmediato en que cuando dibujo el humo no dibujo la forma sino la represento, la esquematizo, esto es, doy elementos que me permiten reconocerla. Pero ``elementos que representan X'' no es equivalente a ``forma de X''. Cuando, en el otro caso, creo ver, percibir la forma en los rizos que se elevan suavemente, ``como los cabellos de un ángel'', podríamos decir y me parece que la forma ``está ahí'', hay que decir que ahí no hay más que humo. ``Creer ver la forma'' no es suficiente, hay que poder aislarla, abstraerla de algún contenido, pero ¿cuál es el contenido del humo?, ¿su color grisáceo? No, no hay contenido posible ni, por consecuencia, abstracción posible. Cuando creo ver la forma del humo desatiendo este requisito y digo algo como: ``dado que estoy viendo la forma del humo, alguna manera habrá de abstraerla (aquí está el error crucial); por ahora no se me ocurre cómo, pero puesto que la veo, tiene que haber una manera de hacer la operación''. Pero no. Este ``tiene que haber un modo'' no funciona, en esto no hay ninguna ``necesidad''. Otra vez, si no me detuviera aquí y siguiera reflexionando podría comprobar que, de hecho, no hay ninguna manera de abstraerla. Lo que me parece un requisito menor, un ``ya veremos cómo'', es una total imposibilidad: no hay ninguna manera de abstraer esa forma y hacerla coherente. Así pues, mi arraigada creencia de que ahí hay una forma, y ``cómo no va a haberla si la estoy viendo'', es falsa. No, no hay forma ahí ni la estoy viendo, y tampoco cuando veo un perro, veo en él la forma de perro. Creo que la veo, pero no es cierto. Supongo que tiene que estar ahí, pero mi suposición es falsa. No tiene que estar y, de hecho, no está, porque esa noción, aplicada a ese objeto, es incoherente. Y punto, no hay de otra sopa. Pero entonces ¿por qué nos parece hermosa una fuga de Bach? Ese es otro problema. No puedo tratarlo aquí. Hay una respuesta, pero hay que explicar muchas cosas antes de intentar formularla, y me llevaría más del doble, cuando menos, de páginas que estos cinco artículos dedicados a forma y contenido. Pero la pregunta está ahí, y cuando alguien dice ``es hermosa en virtud de su forma'' se queda tranquilo, porque cree que ha respondido. Yo me daría por satisfecho si, después de leer estos artículos, ya no se quedara tranquilo y se pusiera a pensar en otra respuesta. En cambio, yo estoy tranquilo porque la distinción entre forma y fondo o contenido me irritaba desde la primera vez que la oí, hace ya muchos años. Me molestaba porque no la entendía. No entender es una manera de sufrir. Pero, en mi opinión, no entender y saber bien que no entiendes, es un momento, aunque muy poco lucidor y penoso, muy creativo, en el camino de la reflexión. Sócrates lo elevó a método cuando dijo ``sólo sé que no sé nada'', la docta ignorancia que podría parafrasearse a ``sólo entiendo que no entiendo nada'' si no fuera porque es contradictorio e incoherente porque es obvio que si no entiendes nada, tampoco entenderías que ``no entiendes nada''.
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