Adolfo Pérez Esquivel*
Irak y la conspiración del silencio/I
Las noticias que se reciben sobre Irak son contradictorias entre la realidad y la información que responde a determinados intereses y a las decisiones políticas de interpretación. Una cosa es ver los efectos y otra penetrar en las causas.
La decisión del gobierno de Irak de invadir Kuwait en su momento, reclamando ese territorio como propio, es histórica y la acción militar pudo evitarse im- plementando políticas para la solución del conflicto, si la comunidad internacional, la ONU y Estados Unidos hubieran intervenido adecuadamente evitando llegar a la guerra, teniendo en cuenta que el gobierno de Saddam Hussein fue el aliado privilegiado de Estados Unidos en la guerra contra Irán.
De aliado pasó a transformarse en el enemigo principal de Estados Unidos que busca proteger y mantener la hegemonía política, militar y económica. Saddam Hussein se apartó del redil de la gran potencia y pasó a ser el responsable de todos los males de la región.
En otro contexto se producen hechos similares en la política estadunidense en diversas partes del mundo. Existe una constante de intervencionismos unilaterales como el bloqueo que mantiene contra Cuba desde hace 40 años, o el haber sometido a Nicaragua a una guerra de baja intensidad durante 10 años para derrocar al gobierno sandinista, desconociendo la resolución del Tribunal Internacional de La Haya, que condena a la gran potencia por su agresión contra ese país centroamericano.
A esto se suman las intervenciones militares, como en Santo Domingo, la invasión a Granada, a Panamá, el apoyo a las dictaduras militares en América Latina, el golpe militar contra Salvador Allende en Chile (1973).
O más recientemente, el secuestro de 160 mil folios de documentos de Haití, negándose a devolver cien de ellos donde se documentaba que ciudadanos y funcionarios del gobierno de Estados Unidos están involucrados en delitos contra ese pueblo. A todo esto hay que agregar una larga lista de intervenciones, desconocimiento de pactos y convenciones internacionales, por parte del gobierno estadunidense.
En este sentido la Guerra del Golfo Pérsico marcó la intervención multilateral militar, con las consecuencias conocidas por todos y la decisión adoptada por la ONU de aplicar sanciones económicas y el bloqueo de Irak estableciendo zonas restringidas para ese gobierno. Todo conflicto armado deja graves consecuencias para la vida de los pueblos por varias generaciones y hay un antes y un después de toda guerra. Recientemente altos jefes militares británicos y estadunidenses denunciaron el uso, durante esa guerra, de armas químicas, así como el empleo de bombas de uranio por parte de las fuerzas aliadas, que provocaron graves daños a los soldados y la población iraquí.
Los informes de los organismos humanitarios que trabajan en Irak son estremecedores y a pesar de los llamados que se realizan a nivel internacional, incluidos los del papa Juan Pablo II, para que se levante el bloqueo, nadie escucha. Hay una complicidad de silencio, de no querer escuchar y no acabar con las sanciones que pesan sobre el pueblo iraquí desde 1991.
Ahora asistimos a la intervención de la OTAN en una guerra no declarada contra Yugoslavia y hemos visto el horror de los bombardeos sobre objetivos militares y civiles, y el desconocimiento que se hizo de la autoridad de Naciones Unidas, poniendo en grave riesgo la paz mundial. Esto dañó visiblemente a ese organismo mundial y puso en peligro su propia existencia.
En este contexto en marzo pasado integré una delegación que visitó Irak donde estábamos dos premios Nobel de la Paz, Mairead Corrigan Maguire, de Irlanda del Norte, y yo, junto con el FOR (Fellowship of Reconcialiation de Estados Unidos), con el reverendo John Dear, el presidente del IFOR, Akadim Chikandamina, de Zimbabwe, con sede en Holanda, y Kathy Kellky y Dick McDowell, coordinadores de Voices in the Wilderness, encargados de la logística de la misión.
Entre el 5 y el 9 de marzo viajamos desde Ammán, Jordania, hasta Bagdad, la capital de Irak, con el objetivo de tomar contacto directo con el pueblo iraquí, con representantes de su gobierno, así como religiosos e intelectuales, y visitamos hospitales y escuelas para ver y comprender in situ las consecuencias de los bombardeos que realizan aviones de Estados Unidos y Gran Bretaña en forma unilateral.
* Adolfo Pérez Esquivel, premio Nobel de la Paz 1980