Ya nos hemos referido en otras ocasiones a la sensibilidad y capacidad creativa del pueblo mexicano, que se expresa en infinidad de objetos que, además de útiles, alegran y embellecen la vida. En las artesanías se plasman las tradiciones, los símbolos y valores de los distintos grupos que dan rostro a nuestro país; son sin duda parte fundamental de nuestro patrimonio histórico.
Con el fin de proteger y estimular este acervo cultural, que se ha mantenido vivo a través de generaciones, se creó en 1974 el Fondo Nacional para el Fomento de las Artesanías (Fonart). Actualmente dependiente de Sedeso, se dedica primordialmente a la compra, comercialización de artesanías y otorgamiento de créditos, con el fin de fomentar la producción y preservar las fuentes de autoempleo de las miles de familias artesanas que impactan positivamente la economía informal del país.
Desde hace varios años, al frente del organismo se encuentra María Esther Echeverría, amante y conocedora del tema, destino prácticamente genético, ya que su abuelo don José Guadalupe Zuno fue un destacado promotor y coleccionista desde el siglo pasado, cuando el arte popular se consideraba ``cosa de indios'', sin ningún valor.
Con esforzado trabajo, María Esther ha logrado cubrir casi todo el territorio nacional, llegando a los grupos más apartados para brindarnos sus artesanías, proporcionándoles a ellos apoyos y créditos para continuar con su trabajo y, algo muy importante, pagándoles precios más justos, en los que se valora el tiempo invertido.
En la ciudad de México Fonart tiene dos tiendas que son un verdadero agasajo para el espíritu. Aunque no se compre nada, una simple vuelta por el lugar levanta el ánimo. La más grande se encuentra en Patriotismo; la otra, en la tradicional avenida Juárez, de menores dimensiones, ocupa una casona neocolonial que estuvo cerrada un tiempo mientras se restructuraba, debido a los daños que padeció en el temblor de 1985. Esta situación causaba desazón a los que disfrutamos de ese sitio pleno de bellezas en el Centro Histórico; ahora de nuevo abre su vasto portón para mostrarnos sus tesoros en el amplio patio, debidamente protegido por un lambrín tipo mozárabe.
La selección de artesanías que muestra en su reinauguración es exquisita: piezas de barro de Metepec, Izúcar de Matamoros y Ocumicho, que compiten entre sí en la magia del diseño y el brillante colorido, que incluyen árboles de la vida, candelabros, orquestitas, calacas, nacimientos y mucho más. En marcado contraste aparece el barro negro bruñido de Oaxaca, en piezas que invitan a acariciarlas. Desde luego, no falta la bella cerámica poblana y guanajuatense, que conserva la calidad y hermosura que le inspiró la talavera que venía de España durante el virreinato, por cierto herencia de los árabes.
La cartonería y el papel no se quedan atrás en vistosos alebrijes, judas y calacas, y los papeles de amate, deliciosamente pintados, conviven con la filigrana de papel picado en manteles, banderines y carpetas.
Soberbia es la exposición de las lacas, añeja técnica que utiliza tierras y pigmentos naturales que proporciona esa superficie dura y brillante que da realce a los finos dibujos que adornan baúles, cajas, charolas, biombos, cabeceras y decenas de artículos más.
No acaba uno de deslumbrarse con las lacas cuando aparece el cobre en piezas maravillosas, cada una con su tono y lustre particular, según el ánimo que guardaba el artesano que la creó. Más modesta, pero no menos bella, la hojalata da vida a juguetes, marcos, lamparas, cajitas, etcétera. Y cómo no mencionar la cestería de palma, vara, carrizo, ixtle y tule. Este último material tuvo gran importancia en la época prehispánica, sobreviviendo hasta nuestros días. En Xochimilco había un barrio de ``tuleros'' y entre los pregoneros capitalinos que mencionan los antiguos cronistas destacan los que arreglaban las sillas de tule, que se usaban en las casas, los circos y los teatros populares.
También muy añejo es el trabajo del vidrio; los tradicionales: el soplado, el estirado y el de pepita, de los tres hay aquí magníficas muestras en vasos, jarras, floreros, esferas, licoreras, fruteros y lo que la imaginación le dicte.
Para concluir con esta breve reseña, pues hay muchos objetos más, tengo que mencionar dos gozos femeninos: los textiles -vestidos, blusas, manteles, carpetas y rebozos, con bordados y deshilados de excelencia- y la joyería, que nos regala maravillosas piezas de la más fina orfebrería en plata, hueso y oro.
La visita indispensable a este Fonart, se puede rematar en El Hórreo, justo a la vuelta, en la calle de Doctor Mora número 11, fundado hace casi 50 años por un grupo de asturianos. Ese restaurante ha conservado la paella como una de sus especialidades. Su comida corrida es buena, barata y abundante.