* Hombre de inteligencia, conocimiento y gran intuición, recuerda Monsiváis
Consternación de artistas
Angel Vargas y Yanireth Israde * Figura fundamental para la cultura mexicana, Joaquín Díez-Canedo fue un pródigo editor, pero también entrañable amigo. Aquí una aproximación a su persona, a partir de diversos testimonios recogidos por La Jornada:
Carlos Monsiváis: Es una pérdida muy sensible. Amistosa y culturalmente, Joaquín fue un editor excepcional, un hombre que recogió la herencia de su padre, el intelectual español Enrique Díez-Canedo, y la transformó en oficio de editor. En el Fondo de Cultura Económica, primero, y en Joaquín Mortiz después, Joaquín Díez-Canedo dio muestras de su inteligencia, conocimiento y gran intuición. Su importancia en el ámbito editorial de México puede resumirse en su capacidad de recibir lo nuevo y captar a quienes serán los clásicos instantáneos. Para conocer su legado, basta con ver las listas de autores que publicaron por vez primera en la colección Letras mexicanas, del Fondo de Cultura Económica, y en Joaquín Mortiz.
Hugo Gutiérrez Vega: Joaquín Díez-Canedo era un hombre bueno, en el buen sentido de la palabra bueno, como decía Machado. Un editor clásico y romántico. Le gustaba su profesión, amaba los libros, toleraba con humor e inteligencia a los escritores, que es cosa difícil; enfrentaba la feria de vanidades con ironía, pero también con espíritu de servicio a la cultura. Clásico por su formación, romántico por su temperamento, fue uno de los más ilustres profesionales del libro en nuestro país. Entre sus aportaciones destacan algunas de las colecciones de la editorial Joaquín Mortiz, y por supuesto el apoyo que ofreció a los jóvenes narradores, así como al Premio Nacional de Poesía Aguascalientes, sin olvidar la coherencia en la organización de sus colecciones, sobre todo el integrar lo clásico, o lo ya juzgado, con lo moderno y por juzgarse. Tenía como propósito principal hacer libros, buenos libros; lo demás era lo de menos. Los amaba tanto que el apodo de una de sus hijas, Aurora, es La pastas.
Augusto Monterroso: La cultura mexicana pierde con su desaparición un elemento valiosísimo, que no dejaremos de echar de menos. Personalmente estoy muy apesadumbrado, porque fue un gran amigo de toda la vida. Esta amistad comenzó desde que vine a México en 1944 como exiliado, e inmediatamente me relacioné con él, y en su carácter de editor también tuvimos una muy estrecha relación. El diseñó personalmente, para la universidad, la edición de mi primer libro ųen 1959ų, pero antes había tenido mucha relación con él. Era un artista, en primer lugar, del arte tipográfico y, en segundo término, como editor, que lo fue toda su vida; siempre acogió las obras de autores no necesariamente conocidos, apoyó mucho a los escritores. Lo distinguió su gran cultura, también su gusto tipográfico, y en Joaquín Mortiz su generosidad, que iba acompañada siempre de un enorme conocimiento de todo lo que hacía.
Salvador Elizondo: Lo recuerdo ante todo como un caballero íntegro. Lamento mucho su muerte, a pesar de que era un acontecimiento que se esperaba por su edad. Fue mi primer editor, razón por la que le tenía un mayor aprecio. Como editor lo distinguía su desinterés comercial, no le interesaba tanto el negocio como la posibilidad de producir libros. Diversos escritores publicaron ahí. Aportó muchos de los textos que constituyeron lo que en su momento se denominó el boom en los sesenta y los setenta.
Juan Villoro: Fue el gran editor de literatura en los sesenta y los setenta. Para los que empezamos a leer y a escribir entonces, su editorial era insoslayable. Me formé en los libros de Joaquín Mortiz y para mí esa editorial fue mi verdadera universidad. Joaquín Díez-Canedo fue extraordinariamente generoso, porque publicó a José Emilio Pacheco, José Agustín y Juan Tovar, entre otros, cuando aún no eran conocidos. Tuve la fortuna de que fuera mi primer editor, en 1980, y para cualquier escritor de entonces publicar en Joaquín Mortiz era como debutar en los grandes equipos. La apertura, la noción de riesgo y la generosidad de él le dieron un sello muy personal a su colección. Joaquín Díez-Canedo entendió la edición como una misión cultural, nunca como un negocio. Ese fue su heroismo, pero desgraciadamente también la causa por la que tuvo que vender su editorial. No pudo sobrevivir a las presiones comerciales de los grandes conglomerados editoriales.
Angelina Muñiz Hubberman: Significó mucho para la cultura nacional. La editorial que fundó constituye uno de los pilares de la industria editorial mexicana, que publicó a numerosos escritores del país.
En un volumen especial, publicado con motivo del homenaje que la Feria Internacional del Libro de Guadalajara rindió al editor, diversos literatos y amigos escribieron de él, su vida y su trabajo.
José Emilio Pacheco: Nadie se ha arriesgado tanto como Díez-Canedo al publicar primeros libros de autores desconocidos. Me pregunto cuántas novelas, narraciones, poemas, ensayos, obras de teatro... se escribieron gracias a que había la posibilidad, o al menos la esperanza, de verlas publicadas por Mortiz. Me es inconcebible lo que hubieran sido para nuestra literatura estos treinta años últimos de no existir la editorial de Joaquín Díez-Canedo.
Vicente Leñero: Todos decimos a cada rato, y con razón: ya no hay en México editores como Joaquín Díez-Canedo. Los que van más allá del trato mercantil y convierten en amistad la preciosa aventura de hacer un libro. Los que saben de veras, sin presumirlo, de autores y corrientes literarias y no se dejan seducir por el brillo de un posible best-seller. Los que leen de principio a fin los originales propuestos y corrigen las páginas de prueba y marcan versalitas o acentos, y acarician el libro como un hijo y saben recibir sin antesalas y citas previas a ese novelista incipiente.