Carlos Bonfil
Próxima parada, Wonderland

Entre las propuestas más interesantes del cine independiente norteamericano figuran nuevos planteamientos para la comedia romántica, la cual admite hoy variantes e infracciones a su fórmula clásica (chico conoce a chica y tiene mil contratiempos en su rumbo a un desenlace feliz). Películas como Mi pareja equivocada, Lo opuesto del sexo, MejorÉ imposible, o La boda de mi mejor amigo, incorporan al género el tema de la diversidad sexual así como una reflexión más crítica de las relaciones de pareja. Ejemplos extremos de ruptura con los enfoques tradicionales son cintas como Loco por Mary y Felicidad, donde las referencias abiertas a la paidofilia, el incesto, la promiscuidad sexual y la escatología, consiguen derribar el tabú de lo inabordable en cine, vuelven más anacrónico aún el reflejo censor, y proponen visiones más complejas de las relaciones afectivas, todo ello con una sorprendente respuesta del público.

Próxima parada, Wonderland (Next stop, Wonderland) es una comedia independiente sin relación directa con las tendencias mencionadas, a medio camino de la propuesta comercial y de la subversión del género. A pesar de su gran libertad formal, conserva una atmósfera y un gusto de comedia romántica de los setenta, en el estilo de Paul Mazursky (Next stop, Greenwich Village -Barrio de bohemios, 1976), o de lo que propone la directora Joan Micklin Silver una década después en Crossing Delancey, de 1988. Su director, Brad Andeserson, también editor y co-guionista, tiene la estupenda idea de resumir el tema de su cinta en una sola palabra: el término portugués saudade, que designa añoranza, anhelo y melancolía, y de ilustrarla con canciones de bossa nova (Tom Jobim, Joao Gilberto), y también con jazz (Sarah Vaugham y Coleman Hawkins). Saudade, melancolía por una separación sentimental irreparable, y también por el presentimiento y espera de una nueva revelación amorosa (``La tristeza no tiene fin, pero la felicidad sí'').

A la protagonista, Erin Castleton (Hope Davis), la abandona su galán marxista reprochándole su egoísmo y falta de compromiso social (``Nunca has querido acompañarme a mis manifestaciones''). Su temperamento romántico, cercano a la naturaleza por influencia de su padre poeta, y sus dificultades para ejercer la seducción amorosa, hacen de ella un partido poco atractivo. Los enredos cómicos se desatan cuando su madre (Holland Taylor) decide presentarla en un anuncio clasificado como lo opuesto de su carácter, como una chica ``vivaracha y despreocupada''.

Próxima parada, Wonderland no sitúa ya su trama en los escenarios acostumbrados de la comedia romántica, en Nueva York o San Francisco, sino en un Boston apacible, desprovisto de glamour, similar a aquel Seattle romántico de la costa oeste que la cineasta Nora Ephron presenta en Sintonía de amor (Sleepless in Seattle, 1993), cinta de argumento parecido a la de Anderson. Los recursos del director no siempre son muy finos, en particular en su galería de personajes masculinos (los pretendientes de Erin) llevados a la caricatura extrema: son yuppies obsesionados con el trabajo, excéntricos estudiosos de la divinidad, cuarentones reprimidos, y fanfarrones cuyo machismo es sólo pantalla para ocultar su homosexualidad. Lo que importa sin embargo es el personaje de Erin, su maduración afectiva, su recorrido por la gama de comportamientos masculinos en una ciudad que además de simbolizar prosperidad económica y excelencia académica, exhibe las neurosis y paranoias de cualquier gran urbe norteamericana.

``Corazón busca hogar'' es el título del libro de poemas que su padre entrega a Erin antes de morir. En esta añoranza de la naturaleza (las citas a Emerson son constantes) se cifran las claves de la utopía sentimental que acompaña siempre a la protagonista. El tema del azar está aquí presente de manera tan sugerente como en la comedia Si yo hubiera... (Sliding doors), con cierres de puerta en los trenes que marcan el destino afectivo de los personajes, y con el empecinamiento de probar que un lecho individual es cada noche la opción menos ventajosa para cualquier persona. El verdadero misterio, afirma un personaje gay en la cinta, no es cómo se conocen las personas sino como logran mantenerse juntas después de conocerse. Anderson explora en esta comedia el optimismo romántico y las posibilidades de abandonarse a la sensualidad del encuentro mágico y fortuito, a la cita eternamente diferida con la persona perfecta. Un joven brasileño, André de Silva, le transmite a Erin esa tosudez romántica, la prepara, sin saberlo, para su próximo encuentro, el decisivo, como un rito iniciático lleno de saudade. El podría decirle entonces, a la manera de Breton, ``Le deseo que la amen locamente''. En este caluroso elogio de la utopía sentimental y del desprendimiento reside el encanto y la eficacia de la comedia de Brad Anderson.