Los señores de la socialdemocracia clásica, rosaditos ellos, buscaban superar al capitalismo y remplazarlo por un socialismo a la violeta, pero no capitalista al fin. Los de la Tercera Vía, en cambio, son paliduchos, más bien cadavéricos y se parecen a los liberales-liberales como un pepino a otro pepino. Ellos consideran, a contrapelo de la historia y de los hechos mismos, que el capitalismo es eterno, que siempre han existido la propiedad privada y el mercado (por supuesto, de tipo capitalista), que el socialismo ``ha muerto'' y que Marx ha sido ``definitivamente'' abandonado. Por supuesto, no necesitan probar sus afirmaciones: les basta con formularlas. Ni deben analizar nada: les basta con dar sus melosas recetas que son iguales a las de las Damas de San Vicente, pues ellos no se proponen acabar con las desigualdades sociales ni erradicar la pobreza sino que meramente temen que ``las desigualdades puedan amenazar la cohesión social y tener otras consecuencias socialmente indeseables (como provocar altas tasas de criminalidad)'' (A.Giddens. La Tercera Vía-La renovación de la socialdemocracia, Taurus, México, 1999). Los ``teóricos'' de ese grupo, entre los cuales se destaca precisamente Giddens, en realidad no hacen más que poner la salsa a la práctica de los Tony Blair y Gerhard Schroeder. De este modo, si Blair construye cárceles (privadas) incluso en buques anclados y dirige la jauría de los bombardeadores en los Balcanes, sus Polonios, sus servidores y aduladores ``científicos'', charlarán sobre un nuevo papel de la nación en una democracia mundial globalizada, sobre un gobierno global ya existente y sobre otras paparruchadas similares. Para ellos se acabaron las clases y no existen los conflictos entre los bloques capitalistas, ni la competencia entre los grandes trusts: sus ideas son válidas para todos (es decir, para ninguno) y están empapadas de empalagosa moralina y lo único nuevo que ofrecen es algún truco administrativo-tecnocrático. Particularmente cómica resulta la propuesta de poner al lado de la ONU una especie de parlamento como el europeo (sin preocuparse sobre la incidencia real de éste ni por el desprecio de Estados Unidos y el Reino Unido por las Naciones Unidas y por el mismo Consejo de Seguridad del cual forman parte, ni por otros ``detalles'' semejantes).
En la versión inglesa del cuento del Sastrecillo Valiente éste le decía al Gigante: ``Soy inglés y soy humano'', en ese orden. Giddens , el Pangloss de Blair para el cual todo está muy bien en el mejor de los mundos, es inglés y, por lo tanto, para él la idea del papel nuevo de la Nación-Estado (en ese orden) es universalmente válida (aunque se dé de patadas con la idea que sobre el mismo problema tengan otros socialdemócratas). Por supuesto, como son ingleses y utilizan sólo bibliografía menor inglesa, ni mencionan aspectos tan feos del capitalismo mundializado como los pueblos coloniales y otra morralla humana semejante, que se supone están condenados a la caridad voluntaria de los poderosos. Pocos son tan indigentes en ideas, tan adoradores de la realpolitik como estos fundamentalistas de esa inexistente Tercera Vía, como estos miembros del partido de la vaselina que se esfuerza por reducir los roces sociales. Pero ni Blair ni Giddens son el problema: éste consiste, más bien, en por qué hay gente que toma al último como un gurú y dice que el montón de superficialidades que el ``gurú'' nos inflige ``será un hito'', y por qué hay tantos deseosos de encontrar la piedra filosofal de la Tercera Vía, que permita transformar pacíficamente los excrementos del sistema actual en puro oro colado ``de centro radical''. Por supuesto entre esos lectores están los que confundieron el socialismo con el ``socialismo real'' (que era su opuesto) y también están los académicos-difusores-de manuales que enseñaban cómo no ser marxistas y los que aceptan el ``primero yo'' y buscan medrar en el capitalismo. Pero el núcleo principal de esos lectores se recluta entre los que no quieren una alternativa al capitalismo, sino sólo la alternancia dentro del mismo, los que pueblan la frondosa derecha del Partido del Trabajo Brasileño, de la Alianza Opositora argentina, de sus congéneres uruguayos o chilenos y de otra fauna política semejante. Esta gente toma sus deseos de llegar al poder por realidades teóricas ¿Es posible, si no fuera así, que alguien en su sano juicio pueda considerar importante un pensamiento que estima lógicos e inevitables el desempleo, la desigualdad, la pobreza y que refrita los lugares comunes sobre la familia o lo deseable que es tener trabajo cerca de ella?