Una frescura inusual andaba por las calles de Mérida la semana pasada. Venía de una tormenta del trópico que se metió por la puerta del Cabo Catoche e inundó gran parte de la Península. Esa misma noche, Mérida respiró tranquila, renunció al hamaquero y regresó al colchón de los inviernos con viento norte. El bazarista, alojado en la casa de los generosos Eduardo y Tere Tello (Eduardo es maestro de varias generaciones y fue un funcionario cultural ejemplarmente honrado y competente) y sin necesitar ni aire acondicionado ni abanico, dedicó un fragmento de noche a recordar su Yucatán de los primeros viajes. El inicial fue en 1953 y se cumplió en un DC4 (heredero del insigne DC3 de la guerra, los servicios postales y las primeras rutas de pasajeros con vuelos diarios) de costumbres lecheras, pues se paraba en Veracruz, Minatitlán, Villahermosa, Carmen, Campeche y, al final de la jornada de casi todo un día, se veían los perfiles blancos de una Mérida rodeada de campos en plena quema. Yucatán, obligado por las circunstancias, tenía una interesante economía cerrada que producía cigarrillos (U-XUL y Montejo), cervezas, cerillos, refrescos, hermosas ropas de mujer y de hombre, mermeladas, licores... El DC4, los ferrocarriles propiciadores de la santa virtud de la paciencia y una carretera interrumpida por ríos y lagunas que se pasaban en pangas africanas, anunciaban ya la caída de las pequeñas empresas competitivas y la llegada brutal y triunfadora de los monopolios ``guaches'' y ``gringos''. Tal vez por estas razones los yucatecos tengan la acertada percepción de que el gobierno federal, autoritario y centralista, estorba más de lo que ayuda y ha sido, en buena medida, responsable del atraso de la economía y de la vida sociopolítica del estado. Por otra parte, los políticos localesÊno son particularmente brillantes y honrados. Bastan los nombres de Marentes y el del actual gobernador que da la impresión de estar en el poder desde que se consumó la derrota del imperio maya, para ejemplificar las torpezas y tropelías perpetradas por los ``guaches'' y sus virreyes. De la primera visita a la hermosa Mérida, el bazarista guarda algunas memorias doradas: la visión de las ciudades de los sabios mayas, prodigiosamente obsesionados por la armonía de las líneas y la perfecta geometría, la plateresca portada de la Casa Montejo, la impecable cuadrícula castellana que tiene su eje en la Plaza Grande, los simpáticos despropósitos de la arquitectura del afrancesamiento, las glorias de una gastronomía mestiza que, al lado de la campechana y la poblana, es un lujo mayor de nuestra civilización, y la música emparentada con todos los ritmos del Caribe y dueña de una personalidad inconfundible. Viva en la memoria está una noche de luna enrojecida por las quemas de los campos henequeneros, en la que un grupo de jóvenes escuchamos boleros y hablamos de la vida, sus gozos y trabajos. Estábamos en el milagroso jardín de la casa de Cuca Cámara y era la época en que todos habíamos decidido ser felices. Suena en el recuerdo una canción del Cuarteto Armónico, ``Como fue''... ``tu risa como manantial llenó mi vida de inquietud''... y en el cielo caminaba ``la sangrienta luna''. El bazarista contó estas memorias a Mónica, la hija más pequeña de Cuca, una muchacha alegre e inteligente, preocupada por todo lo religioso, y sobre la nueva Mérida se proyectó la sombra benévola de una ciudad más cercana a la medida de lo humano. Todo, diría López Velarde, adquirió el color de ``una íntima tristeza reaccionaria''. El Paseo Montejo vende fast food en sus viejas casas marsellesas torpemente macdonaldizadas; la ciudad sigue siendo la capital educativa del sureste y el racismo, junto con otras taras sociales, sigue vivo y late siniestramente en los abismales contrastes socioeconómicos. Ya sin quemas, la luna se limpió y muestra ahora su cara ancha entre las nubes hechas jirones por la tormenta que anda ya por los rumbos de Belice. La elegante Mérida triunfa sobre los desperfectos hechos por la feroz especulación urbana y sigue deslumbrándonos. Por las calles andan otros muchachos inaugurando el mundo. Hugo Gutiérrez Vega
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``forma'' en estética (4)
Veíamos que una fuga de Bach no tiene ``contenido'', entendido por esto ``asunto o tema'' parafraseable a oraciones (es decir, no musical), y nos preguntábamos si podía tener entonces ``forma''. Porque algunos, dijimos, haciendo de la precariedad virtud, afirman que eso muestra que la música de Bach es valiosa sólo por su forma y que todas las artes aspiran a la música por esta ``virginal pureza'', libre por entero de contenidos. Pero ¿es verdad?, ¿podemos hablar de forma si no hay diversidad de contenidos con la misma forma? Pero no, ya vimos que la noción de forma, para ser inteligible, implica cierta mínima generalidad. Esto es, la posibilidad de decir ``A y B tienen la misma forma''. ``La misma forma'' y distinto ¿qué?, tiene que ser por fuerza contenido. Es decir, para que la noción sea fija e inteligible, tiene que variar el contenido. Pero, claro, para que pueda haber diferentes contenidos, tiene que haber algún contenido identificable. Luego entonces, si no hay contenido no hay tampoco forma y, por tanto, no puede afirmarse que una fuga de Bach sea ``forma pura''. Que la distinción forma-contenido no tenga aplicación a la música, es grave. Porque, dado que la distinción no es general, no es condición de apreciación estética. He aquí una lista de objetos que apreciamos estéticamente a los que tampoco es aplicable la distinción: un peinado, una flor, una cesta, una greca, un cuadro de Piet Mondrian, una corbata, un paso de mambo, un tigre de Bengala. Algo debe andar mal en una distinción estética que no puede usarse en una habilidad tan común como la que nos permite decir: ``ese peinado no me gusta nada''. Pero ¿quién va a decir que un peinado tiene ``contenido''? Aunque puede tener, tal vez, ``mensaje'' (que es parte del contenido), como cuando decimos ``el peinado es muy ostentoso, por eso no me gusta''. Y ``ostentoso'' parafrasea un mensaje. Pero si calificamos de ``gracioso'' un peinado, no parafraseamos nada; y menos si decimos ``me gusta ese peinado, péinate así''. Es evidente que estas limitaciones de aplicación hacen sospechosa la distinción. ¿Sospechosa de qué? De que no pueda aplicarse a ningún caso, esto es, de no decir nada. Examinemos. Digo que ``Era del año la estación florida'' es forma estética del contenido ``era primavera''. Pero en ese modo de decir, ¿capto alguna forma? Vayamos al paradigma aceptado: si digo ``X tiene forma de triángulo'', digo, simplemente, que la figura es triangular, y puedo comparar dos cosas X, Y, y declarar que ``tienen la misma forma''. Pero ¿puedo hacer esto con ``Era del año la estación florida''?, ¿capto ahí una forma separable equivalente? Ciertamente lo que capto como forma no tiene la misma nitidez; es vago, confuso, pero algo capto. Veamos. ¿Qué capto? Por ejemplo, el uso del hipérbaton para lograr musicalidad, el acomodo sonoro de las palabras. Pero esto es tan desarticulado y vago que se confunde con identificar que la oración ``es un verso'', esto es, que debe entenderse como poesía. Aquí hay que tener cuidado, ``estilo'' no es ``forma''. Y esto, simplemente, porque el estilo incluye los temas o asuntos, esto es, el contenido. ¿Te imaginas a Vermeer pintando una cacería de leones como Delacroix o Rubens? No, ¿verdad? El estilo de Vermeer es, gruesamente, ``aquello que es común en los distintos ejemplares de inventiva artística de Vermeer''. Estilo es restricción: estilo de Vermeer es cierto tamaño, cuadros no muy grandes, ciertos temas apacibles, cotidianos, con ciertos juegos estéticos que recogen ciertas preocupaciones y curiosidades estéticas (como la luz o qué está bien enfocado y qué no, en los objetos pintados, esto es, como Velázquez, el problema de representar la distancia, etcétera). El estilo es propiedad del hacer y se capta comparando unos trabajos con otros del mismo artista (con la tradición a que pertenece de trasfondo). Es un grupo de constantes de inventiva. La forma, por hipótesis, es propiedad de cada trabajo individual y se supone que no tienes que comparar nada con nada para captarla. Pero esta supuesta forma, como vemos, no puede aislarse, separarse (porque no alcanza ninguna generalidad). Lo que intento decir es que, aun si pudiera establecerse la distinción entre forma y contenido, la noción no podría usarse para apreciar un estilo. Pero de estilos puede hablarse y se habla mucho en historia y crítica de arte. En cambio, de forma no puede hablarse porque ``forma'', como opuesta a ``contenido'' o como lo que quieras, no puedeÊusarse de manera coherente. Es decir, lo que se obtiene haciendo abstracción del contenido es un ente tan ilusorio e irreal como la forma de perro o la forma del agua que sale del grifo. De eso no hay, ¿y para qué atarearnos buscando lo que no puede existir si el mundo y el arte están llenos de cosas de las que sí podemos hablar? En la próxima entrega por fin terminamos.
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