MAR DE HISTORIAS

Bienvenido, Bob

n Cristina Pacheco n

 

El autobús entra en una curva, Roberto pierde el equilibrio y se aferra al pasamanos. Evade la sensación desagradable imaginando el largo baño que se dará en casa de sus padres. No contestaron la carta que les envió acerca de su regreso, pero los imagina preparando la bienvenida.
El ansia de encontrarse con su familia se vuelve urgencia. Tambaleándose, Roberto se aproxima al chofer: "ƑCómo cuánto faltará para que lleguemos?" "Dos horas más o menos. De Cuautitlán a Echegaray siempre se pone difícil y más si hubo cierre en el Periférico".

No cree tener fuerzas para soportar dos horas más de viaje. Lleva cuarenta. La atmósfera del autobús está cargada de olores y se adensa aun cuando un recién nacido llora otra vez. "Está canijo", murmura, y vuelve a su lugar.

Lo comparte con una muchacha que se ha pasado la mayor parte del tiempo dormitando. Ahora está despierta, apoyada contra la ventanilla que da a la oscuridad. Roberto piensa que ella le teme. A pesar de todo, decide hacerle conversación: "Pobre chamaco, ha de venir enfermo." "O nomás fastidiado", contesta la joven. "Si uno de grande se aburre en un viaje tan largo, imagínese un bebé."

La muchacha tiene razón. También sus amigos de San Ysidro, cuando le advirtieron a Bob, como allá le dicen, lo cansado del viaje por carretera. "Lo que ahorras en feria te lo gastas en espinazo". Temerosos de ser detectados por la Migra, ninguno lo acompañó a la terminal, pero todos le preguntaron si pensaba volver. "Of course, my horse", les respondió.

Dijo la verdad. Roberto confía en que el dinero que ha estado mandándoles a sus padres baste para montarles un estanquillo que les dé seguridad y los aproxime, aunque sea por el nombre del negocio, a la tierra que extrañan: "La flor de Oaxaca". Cuando estén encarrilados él volverá al norte. Permanecerá allá mientras termina de estudiar su hermano.

Le preocupa Abelardo. Tiene cabeza pero malas amistades. "Pinche güey, si me dicen que anduviste de ojete, ahora que regrese a México te voy a partir la madre", le escribió en una carta que no obtuvo contestación. Roberto se lo reclamará apenas lo vea en la terminal, dentro de dos horas.

La ansiedad de llegar aumenta su fatiga. Roberto estira las piernas hacia el pasillo. La luz que alguien enciende hace brillar las punteras metálicas de sus botas color mostaza. "Pinche Bob: Ƒdónde te las compraste?", le preguntaron sus amigos de San Ysidro. Algo así comentará Abelardo cuando los amigos que irán a recibirlo, se despidan y los dejen en familia. Consulta otra vez su reloj. Falta hora y media para llegar a la central. Dormirá un poco antes de que todos lo atosiguen con preguntas y brindis.


II

 

"ƑSe queda en el DF o va a seguir?" La inesperada pregunta de su vecina provoca la desconfianza de Roberto: "Sí. ƑPor qué?" La joven suspira: "Yo tengo que continuar a Tlaxcala, Ƒse imagina?" "ƑSale camión para allá?" "Voy a ver y si me dicen que sí, lo agarro." Roberto siente curiosidad por saber a qué se debe tanta prisa. "ƑLa están esperando?" "ƑA mí? šQué va! Ni perro que me ladre. ƑY a usté?" Roberto responde emocionado: "Sí: mi familia y los amigos. Ojalá no vengan todos porque aquello va a ser un relajo".

"Qué bonito tener familia grande". "No, nada más somos mis jefes, mis dos hermanos y yo, pero hacemos bulla como si fuéramos cien. Sobre todo el Abelardo. Es muy listo. Nació con mucho de acá". Roberto se golpea la frente. La vecina levanta las cejas con admiración: "ƑY él a qué se dedica?"

La última vez que Roberto tuvo noticias de Abelardo fue cuando su madre le escribió que iba a trabajar en una fábrica de chamarras. La carta no decía que su hermano continuara en la prepa, pero Roberto decidió no ponerlo en duda. "Estudia. Creo que llegará muy lejos. Es bien abusado". "Me alegra que se lleven tan bien", dice la muchacha con melancolía, antes de volverse a la ventanilla.

Vuelve a pensar en sus amigos de San Ysidro: "Pinche Bob, Ƒqué vamos a decirle a la Margie cuando pregunte por ti?" Roberto sonríe malicioso y decide jugarles una broma: en cuanto llegue a la terminar los llamará por teléfono. No importa lo que vaya a decirles, lo que quiere es darles un buen susto, como lo hicieron la primera noche que durmió en la casa de Mamá Rosita. Apenas había conciliado el sueño, El Tocho le puso una lamparita en los ojos y fingiendo el acento gritó: "Papiles, Ƒdónde están sus papiles, mexicanou?"

Le contará a su familia ese capítulo de su estancia en San Ysidro, pero sin aludir a las consecuencias humillantes de aquel susto: "Miren: el pinche Bob ya se meó". El ánimo de venganza y la nostalgia afirman su propósito de llamar a San Ysidro, siempre y cuando se lo permitan la familia y sus amigos que irán a la central para ayudarlo con las tres inmensas cajas donde metió sus pertenencias: "Pinche Bob, mira nomás qué equipo de sonido te compraste". Intenta buscar la contraseña del equipaje pero el sueño lo vence.

 

III

 

Despierta cuando los viajeros están de pie, luchando para sacar las bolsas y los paquetes de los compartimientos superiores. "Ya llegamos", le dice su vecina, y termina de ordenarse el cabello. Roberto se disculpa: "Venía bien cansado".

Los viajeros desfilan tropezándose por el pasillo. Entre los comentarios destaca el de la madre: "No te duermas, bebé, espérate a que conozcas a tus abuelitos". Roberto se hace a un lado y le cede el paso a su vecina: "ƑSigue a Tlaxcala?" "Si hay en que irme", responde ella, y corre hacia el andén. Roberto es el último en recoger el equipaje. Sitiado por tres cajas enormes, se vuelve hacia la sala de espera. No ve caras conocidas y se pregunta si habrá escrito bien la fecha de su llegada. La duda desaparece cuando escucha a su madre: "Hijo, acá estoy". Al abrazarla la siente más pequeña, ella también dice que lo ve más grande. "Crecí, pero para los lados. Y aquellos, Ƒdónde están?" Le basta con ver la expresión de su madre para adivinar las malas noticias: "Tu papá anda malo de la tomadera. Jacqueline se metió a trabajar en un bar y no le dieron permiso de venir".

Hace esfuerzos por comprender y logra sólo preguntar: "ƑY Abelardo?" Su madre contiene un gemido: "Sigue en Barrientos. Está allá desde enero. Nos rogó que no te lo dijéramos." "ƑQué hizo?" "El nada, mi muchacho es bueno, tú lo sabes. Salió a entregar un pedido de chamarras y lo asaltaron. Le quitaron todo, hasta los tenis que le mandaste".

Roberto da vueltas en el mismo sitio y luego encara a su madre: "Lo robaron, entonces, Ƒpor qué está preso en Barrientos?" "El dueño de la fábrica dice que fue autorrobo, que de seguro tu hermano se puso de acuerdo con la palomilla... Andan desbalagados por miedo a que también los agarren, por eso no vinieron..."

Roberto aprieta los puños: "ƑFue mucho lo que le robaron?" "Como siete mil pesos. Se los ofrecimos al dueño de la fábrica, pero no quiso y metió a tu hermano en la cárcel".

"Madre, por Dios -grita Roberto sin importarle que lo oigan- Ƒy qué esperan para ponerle un abogado?" "Le hemos puesto tres. Les pagamos con lo que tú nos mandaste, pero ninguno ha podido hacer nada. Ayer nos recomendaron allí mismo en Barrientos a otro. Dicen que es muy bueno. Ojalá pueda hacer algo, porque si no Abelardo podría quedarse preso hasta quince años. Por siete mil pesos que ni se robó... Mi hijo, Ƒte imaginas?"

"ƑTaxi, señor?", interrumpe un maletero. Roberto asiente y murmura: "Vamos cerca, a Cuautepec". A la salida se cruza con su compañera de viaje. Ella le sonríe. Roberto desvía la mirada.