Parece chiste, pero no lo es. Cuando los precandidatos al 2000 comiencen a debatir sus proyectos de nación, tal vez ya no habrá nación a proyectar. Entonces sus proyectos sólo servirían para especular sobre lo que pudo ser y no fue. Serían recuentos de un desplome, más que propuestas de futuro.
Y es que los golpes a la nación hoy se reproducen a tal velocidad y con tanta variación, que no se ven. Cuando mucho se los ve de manera parcial y tardía. Así, el staff gobernante triunfa no sólo en administrar los golpes sino en impedir que alguien arme ese rompecabezas de la subasta nacional. A riesgo de atribuir demasiado talento al grupo gerencial, basta juntar algunas noticias recientes para reconocer la meticulosidad de su proyecto desnacionalizador.
Mantener a México en cautiverio es la primera condición para el éxito del proyecto. Los préstamos, principalmente de EU, son la llave maestra. Al menos desde 1982, cada renegociación de la deuda mexicana le ha resultado a la gran potencia un negocio redondo: intereses, comisiones y demás, aunados a un creciente control sobre México, incluyendo su preservación como un cliente cautivo. Aquí la noticia relevante es el nuevo préstamo de 24 mil millones de dólares que acaba de ``lograr'' el gobierno de Zedillo, como si no hubiesen sido suficientes los 51 mil millones de dólares que recibió al principio del sexenio. ¿Blindaje anti-crisis, o pro-protectorado?
El cautiverio sería imposible si México contara con una economía tan fuerte como propia. No es el caso. Hoy la economía mexicana se debate entre el parasitismo y la subordinación. Respecto de lo primero, viene al caso la noticia del nuevo salvamento (para eso sí hay dinero, mucho dinero) a banqueros, ahora los de Serfín. Y respecto de lo segundo, basta leer el reportaje sobre la avasallante expansión de la industria maquiladora, publicado en La Jornada estos días. Para no errar, también es preciso socavar los pocos pilares que le quedan a nuestra economía. De ahí la necedad en privatizar la industria eléctrica, por ahora.
La secuela social de esos golpes a la nación es devastadora. Lo único que podría frenarlos de tajo tiene que ver con la memoria histórica, con la recuperación de la dignidad nacional codo a codo con los mejores valores, costumbres y demás ingredientes de nuestra cultura. Por eso ya entró al Congreso una iniciativa de ley orientada a pulverizar, mercantilizándolo, al mismísimo patrimonio cultural de México.
Pero arremeter sólo contra la cultura y no también contra la educación es como un asesinato con huellas demasiado comprometedoras. No se lograría erradicar por completo el peligro de un pensamiento crítico. He ahí la razón profunda de la nueva embestida contra la UNAM. Embestida dizque, ahora sí, harto inteligente; sólo para prohombres de las ciencias duras: como no se pudo evitar una huelga combativa, basta con transformarla en una huelga suicida.
Sin embargo, para los genios del proyecto (des)nacional, lo más inconveniente sería que el pensamiento crítico se trocara en acción revolucionaria. De ahí la guerra-genocidio, la no-guerra-con-muchos-muertos, o como se la quiera llamar, contra los pueblos indígenas comandados por el EZLN. Y es que ahí se conjugan varios golpes: contra las raíces culturales de la nación, contra su reserva moral, contra la semilla de una democracia tan verdadera como ``ingobernable'' y, en fin, contra nuestra última fuente de dignidad y esperanza.
Pero es tan eficiente el staff gobernante de México que, aun si esa guerra fallara, ya tiene no sólo listo sino en marcha su plan de contingencia, además múltiple. Sus ejes, en el fondo complementarios, parecen ser: 1) un circo electoral suficientemente divertido para que, sin mucho ruido, 2) crezca bien el huevo de la serpiente en la ciudadanía más despistada y, de paso, 3) tener lista la salida de emergencia, es decir, la militarización plena y descarada del país.
Por eso es probable que el discurso inaugural de quien gene la Presidencia en el 2000 tenga que cancelarse. De no hacerlo, tendría que leerse un testamento de la nación y no un programa de gobierno.
Urge, pues, vigilar el rompecabezas de la subasta nacional y remplazarlo con el de la resistencia profunda. Urge que la sociedad civil acabe de definir la nación que desea. Y antes que eso, urge decir, bien y fuerte, que sí queremos una nación.