En el innecesario conflicto planteado a la UNAM por un conjunto de directivos que creyeron llegada la hora propicia para completar aspiraciones e ideas largamente larvadas hay, además del mismo rector, muchos otros que, ante la derrota, se sienten traicionados.
Desean esquivar, aunque sea un tanto, el seco golpe que han recibido y lo achacan a la intolerancia de los huelguistas ultras, al populismo de algunos partidos (PRD), la irresponsabilidad de articulistas (principalmente de La Jornada), a la esclerótica izquierda que destruye pero no sabe proponer o a la misma historia decadente de la UNAM. Alegan, en su defensa, tener la razón. Unos ponen el énfasis en aspectos financieros, otros desde la perspectiva administrativa y el uso de los recursos escasos, de la eficiencia educativa y la justicia, de las cuentas nacionales, de los significados de las proposiciones y hasta de interpretación constitucional.
Quien pierde en verdad es la universidad y con ella la sociedad y el país, concluyen. Lo que todavía no está tampoco claro es quién gana.
A riesgo de adelantar vísperas, se puede afirmar, y esperar confiadamente, que el conflicto haya entrado en su etapa final. La prudencia de los huelguistas, muy a pesar de su rispidez ante las provocaciones de los rompe-huelgas disfrazados de "alumnos con intensos deseos de estudiar" usados en la propaganda (spots) o de los mecanismos de ablandamiento como las clases extramuros, los llevará, se espera, a una postura de abierta negociación. Así lo han hecho en otras ocasiones y en muchas de ellas, por no decir en todas, para beneficio de la UNAM.
El CGH no es una cueva de ofuscados e irresponsables, sino un conjunto multiforme de universitarios que camina con lentitud y penas, pero que contiene grandes dosis de talento y generosa entrega también. El costo pagado por la intransigencia ha sido sin duda enorme, y por ello es conveniente que se exploren las culpabilidades que son variadas y abundantes con el propósito de no repetir los errores cometidos. Pero sobre todo para revisar el talante que caracteriza al ambiente decisorio de hoy, tanto dentro como fuera del ámbito estudiantil.
En el Consejo Universitario (CU) hay un nutrido grupo de personas que, de distintas maneras, han prolongado su permanencia en posiciones de mando y tienen, por tanto, una mayor responsabilidad en lo sucedido.
Es necesario también reparar en muchos (nombrarlos es casi abarcar el completo espectro) de los conductores de programas de radio y televisión que tomaron una actitud hasta agresiva en defensa de las propuestas de la rectoría y del CU.
Es decir, respaldaron con enjundia, pocas veces vista u oída, el aumento de las cuotas. Pero otros no se detuvieron ahí, continuaron haciendo escarnio de los estudiantes rebeldes a lo que ellos sostenían con notoria beligerancia. En excesos lindantes con la violencia, académicos y hasta senadores priístas pidieron el uso inmediato de la fuerza para finiquitar, de una vez por todas, con la huelga.
En paralelo se pudieron leer en la prensa a críticos, académicos y hasta diarios y revistas completas que difundieron la concepción de que la educación es cara y alguien tiene que pagarla, que el país es pobre y los universitarios son privilegiados, que la UNAM es un derroche y hay que hacerla eficiente y adecuada al mercado, si no es que abandonarla al trágico populismo que la corroe, que los que tengan que paguen y con ello asegurar la excelencia que se escapa por el hoyo negro de los fósiles beneficiados con los ilimitados tiempos para acabar una carrera o la misma prepa, que la UNAM no puede ser el refugio de ociosos e ignorantes que es lo único que se provoca con el pase automático. En fin, con toda una selección de males, terrores, desgracias, advertencias y hasta simples tonterías.
La decisión del rector de proponer modificaciones al RGP y ahora la sustitución, determinada por el CU, del término cuotas por el de aportaciones voluntarias, ha dejado sin piso de sustento a la mayoría de los entusiastas defensores de la educación como un servicio que hay que pagar. Estos entusiastas apoyadores han pasado de la sorpresa por el reculamiento de Barnés al enojo y el reproche sin destinatarios precisos. No saben bien contra quién han de dirigir su airada incomprensión y andan a la búsqueda de cualquiera que les aparezca por lontananza para hacerlo candidato a sus cadalsos tan particulares como terminales. Tal vez uno de los senderos a tal ira mal contenida sean parecidos a la histeria desatada, por casi los mismos personajes, a raíz de la mafiosa ejecución del conductor televisivo contra las autoridades del Distrito Federal.