Salvador Moreno
n Francisco Vidargas n
Salvador se quedó
con una preocupación al final de su vida: no haberse podido
levantar para agradecer los aplausos que le brindó la audiencia
en su última aparición pública, en la sala Manuel
M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, cuando Jesús Suaste y
Alberto Cruzprieto interpretaron sus canciones, recopiladas en el
disco Salvador Moreno, el hombre y sus canciones (Quindecim
recording, 1998).
Salvador llegó en
1920 a la ciudad de México, de tierras orizabeñas, y 16
años más tarde se matriculó en el Conservatorio
Nacional de Música, ingresando también a las clases de
composición de José Rolón. A partir de entonces,
su trabajo pausado y erudito nos dio frutos generosos de su
vocación artística, misma que otro de sus maestros,
Carlos Chávez, reconocería como música
''inequívocamente superior", puesto que tenía ''madera
de músico". De esa veta surgieron canciones, al igual que las
de Silvestre Revueltas y Mario Lavista, que recrearon el mundo
poético de escritores como Garcilaso de la Vega, fray Luis de
León, Federico García Lorca, Luis Cernuda, Emilio
Prados, Rafael Solana, Xavier Villaurrutia y Octavio Paz. Asimismo
compuso la ópera en un acto Severino, basada en un texto
de Joao Cabral de Melo Neto, y estrenada en México y Barcelona
con la participación, entre otros, del tenor Plácido
Domingo.
Mexicano al borde del
Mediterráneo
Su contacto, primero en
México, con escritores y artistas españoles en el exilio
(Ramón Gaya, Juan Gil-Albert, Adolfo Salazar) y mexicanos (Juan
Soriano, Francisco de la Maza, además de Villaurrutia y Paz) y
después en Barcelona (Rafael Santos Torrella, María
Zambrano, Tomás Segovia) fue fundamental para el vínculo
intelectual entre Cataluña y México, pese a los tiempos
franquistas, cuyas obtusas autoridades lo detuvieron en 1956 por
cartearse con los refugiados. En 1963, por iniciativa suya, fueron
montadas en el Teatro Guimerá de Barcelona, por primera vez,
obras de José Bergamín.
De su labor como
historiador del arte ya hablamos tiempo atrás (La
Jornada, 7/IV/96), por lo que simplemente quiero recordar su
penúltimo, hermoso libro, con dibujos de Ramón Gaya,
titulado El sentimiento de la música (Valencia,
Pre-Textos, 1986), y en el que figuran la ''música callada", la
''soledad sonora" y el ''silbo de los aires amorosos", lo mismo de San
Juan de la Cruz, que de Don Quijote, Bernal Díaz del Castillo,
Sor Juana, Mozart y Picasso.
Desde su balcón
en el ático de la añorada Barceloneta, Salvador
ųese ''mexicano al borde del Mediterráneo", como lo
describió Gil-Albertų consumió todas sus
energías, todo su talento pintando inumerables gouaches
habitados por geranios, crisantemos, rosas, margaritas y narcisos:
íntimos dibujos llenos de maestría.
Fue reconocido por las
reales academias de Bellas Artes de Sant Jordi, de Barcelona (a la que
dimitió posteriormente); de San Fernando, de Madrid, y de San
Carlos, de Valencia; además de ser miembro honorario del Orfeo
Catalá de México y del patronato del Instituto Aatller
de Arte Hispánico. Hace doce años que la biblioteca del
Consulado General de México en Barcelona fue inaugurada con su
nombre.
Salvador Moreno fue el
único mexicano que conocí, al que los ángeles
músicos (tan suyos) le rindieron merecido homenaje,
enviándole la excelsa voz de Victoria de los Angeles para
cantarle por todo el mundo. Su vida y obra fueron (como la de Josefa
Murillo), siempre ''risueñas, irónicas, ingeniosas y
chispeantes". Ahora que sus cenizas quedarán, al igual que la
fuente que legó en memoria de Jaime Nunó, en Sant Joan
de les Abadesses, Gerona, quiero decirle, ya en náhuatl, ya en
catalán o en jarocho: Salvador, amigo, nunca te
olvidaré.