Salvador Moreno
(1916-1999)

n Francisco Vidargas n

Salvador se quedó con una preocupación al final de su vida: no haberse podido levantar para agradecer los aplausos que le brindó la audiencia en su última aparición pública, en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, cuando Jesús Suaste y Alberto Cruzprieto interpretaron sus canciones, recopiladas en el disco Salvador Moreno, el hombre y sus canciones (Quindecim recording, 1998).

Salvador llegó en 1920 a la ciudad de México, de tierras orizabeñas, y 16 años más tarde se matriculó en el Conservatorio Nacional de Música, ingresando también a las clases de composición de José Rolón. A partir de entonces, su trabajo pausado y erudito nos dio frutos generosos de su vocación artística, misma que otro de sus maestros, Carlos Chávez, reconocería como música ''inequívocamente superior", puesto que tenía ''madera de músico". De esa veta surgieron canciones, al igual que las de Silvestre Revueltas y Mario Lavista, que recrearon el mundo poético de escritores como Garcilaso de la Vega, fray Luis de León, Federico García Lorca, Luis Cernuda, Emilio Prados, Rafael Solana, Xavier Villaurrutia y Octavio Paz. Asimismo compuso la ópera en un acto Severino, basada en un texto de Joao Cabral de Melo Neto, y estrenada en México y Barcelona con la participación, entre otros, del tenor Plácido Domingo.

Mexicano al borde del Mediterráneo

Su contacto, primero en México, con escritores y artistas españoles en el exilio (Ramón Gaya, Juan Gil-Albert, Adolfo Salazar) y mexicanos (Juan Soriano, Francisco de la Maza, además de Villaurrutia y Paz) y después en Barcelona (Rafael Santos Torrella, María Zambrano, Tomás Segovia) fue fundamental para el vínculo intelectual entre Cataluña y México, pese a los tiempos franquistas, cuyas obtusas autoridades lo detuvieron en 1956 por cartearse con los refugiados. En 1963, por iniciativa suya, fueron montadas en el Teatro Guimerá de Barcelona, por primera vez, obras de José Bergamín.

De su labor como historiador del arte ya hablamos tiempo atrás (La Jornada, 7/IV/96), por lo que simplemente quiero recordar su penúltimo, hermoso libro, con dibujos de Ramón Gaya, titulado El sentimiento de la música (Valencia, Pre-Textos, 1986), y en el que figuran la ''música callada", la ''soledad sonora" y el ''silbo de los aires amorosos", lo mismo de San Juan de la Cruz, que de Don Quijote, Bernal Díaz del Castillo, Sor Juana, Mozart y Picasso.

Desde su balcón en el ático de la añorada Barceloneta, Salvador ųese ''mexicano al borde del Mediterráneo", como lo describió Gil-Albertų consumió todas sus energías, todo su talento pintando inumerables gouaches habitados por geranios, crisantemos, rosas, margaritas y narcisos: íntimos dibujos llenos de maestría.

Fue reconocido por las reales academias de Bellas Artes de Sant Jordi, de Barcelona (a la que dimitió posteriormente); de San Fernando, de Madrid, y de San Carlos, de Valencia; además de ser miembro honorario del Orfeo Catalá de México y del patronato del Instituto Aatller de Arte Hispánico. Hace doce años que la biblioteca del Consulado General de México en Barcelona fue inaugurada con su nombre.

Salvador Moreno fue el único mexicano que conocí, al que los ángeles músicos (tan suyos) le rindieron merecido homenaje, enviándole la excelsa voz de Victoria de los Angeles para cantarle por todo el mundo. Su vida y obra fueron (como la de Josefa Murillo), siempre ''risueñas, irónicas, ingeniosas y chispeantes". Ahora que sus cenizas quedarán, al igual que la fuente que legó en memoria de Jaime Nunó, en Sant Joan de les Abadesses, Gerona, quiero decirle, ya en náhuatl, ya en catalán o en jarocho: Salvador, amigo, nunca te olvidaré.