n El mejor galardón es respetar la libertad de expresión, dijo el Presidente


Entregó Zedillo los premios de periodismo

Rosa Elvira Vargas n El mejor premio que puede conferir el gobierno al periodismo es el de respetar, "bajo cualquier circunstancia'', la libertad de expresión, y "no sólo tolerar, sino escuchar la crítica con sincera apertura e, incluso, con humildad'', estableció el presidente Ernesto Zedillo en la ceremonia en la que se entregaron, ayer, los premios nacionales de Periodismo e Información.

Por los galardonados, el poeta Hugo Gutiérrez Vega, de La Jornada, y quien obtuvo el premio en el género de divulgación cultural, expuso que en un país como México, los periodistas "tenemos que decir a la opinión pública todo lo que no quisiera escuchar'', y, de esa manera, proponer el proyecto de nación que debieran realizar los partidos políticos, los movimientos ciudadanos y "esa entelequia'' a la que "esperanzadamente llamamos sociedad civil''. Ejercer las libertades, dijo también, es un juego con riesgo. La responsabilidad principal del periodista es la de mantenerse libres.

Ocasión la de este siete de junio para celebrar el Día de la Libertad de Expresión y, al mismo tiempo, entregar los premios nacionales de periodismo, que en esta edición correspondieron, además del ya señalado, a Rafael Barajas, El Fisgón, de La Jornada, en caricatura; Juan Sebastián Solís, Alejandro Hermenegildo y Enrique Murillo, de Televisa, en noticia; Enrique Hernández, de La Prensa, en fotografía; Irma Rosa Martínez, de El Universal, en entrevista; Luis Calva, de El Universal, en artículo de fondo, y a la señora Sara Moirón, por trayectoria periodística.

Todos los días, libertad de expresión

zedillo-entrega-premios Particularmente breve en su mensaje, el presidente Zedillo dijo que para el gobierno, el día de la libertad de prensa es cada día del año y no sólo una fecha en el mismo. Para los mexicanos, había expresado también, es motivo de orgullo vivir en un país donde todas las libertades, y desde luego la de manifestación de las ideas, se viven a plenitud.

"Si de algo estamos seguros en este fin de siglo, es de que en nuestro país quien tiene algo que decir, puede hacerlo con entera libertad, sin represión alguna ni censura de ningún tipo'', enfatizó, y dijo también que el auge que ha alcanzado en México la libertad de expresión se expresa, por ejemplo, en el creciente número de trabajos participantes en el certamen anual de periodismo.

Afirmó que el gobierno contribuye a la plenitud de la democracia política, respetando en todo momento la labor de los periodistas y la libre expresión de todos los mexicanos. Esa será, aseguró, "norma de conducta invariable'' de su administración.

En nombre del jurado calificador, Luis Javier Solana planteó aquello que se quiere en el ejercicio periodístico: que no se dé un paso atrás en la tolerancia entre los medios de comunicación y el poder; no se quiere que la intolerancia permee a las fuerzas políticas, a los órganos de difusión, al diálogo, al debate, para que no se obstruya ni frene el proceso democrático; se desea que los acallados, los que carecen de medios necesarios, logren hacer oír su voz, y que los códigos de ética proliferen y se cumplan.

No queremos, resaltó también, propaganda política por información, ni se desea una prensa que fomente rumores, rencores, o que induzca a la discriminación. "Queremos ųpuntualizóų periodistas y hombres libres, libres por su palabra, libres por su ejemplo, libres en sus persecuciones, libres en sus derrotas, libres en sus redacciones y libres, claro, mucho más, en sus triunfos''.

Discurso de Hugo Gutiérrez, ayer en Los Pinos

Señor Presidente de la República, señores del presidium, señoras y señores, compañeros:

Conviene a la República que los trabajadores de los medios informativos nos reunamos de tiempo en tiempo para hacer lo recomendado por el poeta: Contemplar nuestro Estado, realizar una serie de sinceras introspecciones, confrontar experiencias y puntos de vista, afirmar los valores de la libertad de expresión y renovar el compromiso moral con el que debemos realizar las funciones nacidas de la llamada psicología de la libertad, esa aportación del Siglo XIX al desarrollo de la inteligencia y a la consolidación de los usos y costumbres en que se basa la convivencia humana.

Esta preocupación por los valores de la libertad está ya presente en uno de los hermosos discursos que nuestro señor Don Quijote dirige a su escudero y gobernador de la ínsula Barataria y, más tarde, preside todos y cada uno de los momentos fundamentales de las luchas en contra de los absolutismos y a favor de la autodeterminación que da sentido a las vidas de los pueblos y de los hombres. Mijail Bulgakov acertaba al decir en una carta convertida en declaración de principios: "el escritor o periodista que afirmara no necesitar de la libertad para poder escribir sería como el pez que dijera no necesitar del agua para seguir respirando".

Esta ceremonia nos reúne en torno a una idea central que adquiere una importancia singular en la actual coyuntura política y socioeconómica de nuestro país y del mundo. Me refiero a la urgencia de que los periodistas usemos plenamente las libertades conferidas por nuestra función social, y que lo hagamos de una manera solidaria y consciente de la grave responsabilidad que esa función implica. Ejercer las libertades es un juego con riesgos. Pocos son los capaces de afrontar la agonía de las decisiones, y muchos los dispuestos a abdicar de su libre albedrío para evitarse los peligros del ser. Sabemos que la libertad es un imperativo y no debemos aceptar la existencia de barreras enemigas de su curso. La responsabilidad principal del periodista es la de mantenerse libre.

De esta manera podrá cumplir sus deberes para con la sociedad, pues siempre ha sido difícil seguir el consejo del poeta: "No he de callar por más que con el dedo, ya tocando la frente, ya la boca, silencio avises o amenaces miedo''. Esta responsabilidad debe cumplirse de manera natural, evitando el solemne melodrama, pues la obligación de informar, buscar la verdad y decirla con sencillez es la función normal del trabajo periodístico, y en su desarrollo sin trabas fincamos nuestra esperanza.

Es esta una hermosa y agónica tarea tan pavorosamente frágil que pueden anularla o desnaturalizarla las presiones de los poderes públicos o las solicitaciones del mercantilismo, ahora convertido en ese monstruo mutante que Pierre Bourdieu llama "la revolución conservadora'', y que ha vuelto abismales a las ya de por sí profundas desigualdades socioeconómicas. Pueden dañarla, de manera fatal, la autocensura y la simplificación demagógica que prima la riña infantiloide sobre el debate, la polémica gritona sobre las exigencias de la dialéctica. Además, practica la tramposa técnica que pone todo el énfasis en el enfrentamiento entre las personas, y coloca en segundo plano la confrontación de argumentos, que es la entraña misma de un debate en el cual van de por medio aspectos fundamentales de la vida civilizada. Esta tenebrosa forma de ejercer algo que ya no puede llamarse periodismo se cubre con la nauseabunda moralina de los prevaricadores y con la campanuda retórica de la superchería.

Los buenos observadores verán sus zancas purulentas debajo de las galas de la modernidad tecnocrática, pero la mayoría corre el peligro de ser engañada por el discurso pragmático, pues desconoce el significado de esa palabra que se disfraza de virtud y de actitud sensata cuando, a través de los siglos y de los diccionarios, ha sido un antihumano vicio, una forma extrema del cinismo. En fin... todas estas tareas se magnifican bajo el clima del progreso tecnológico y desfiguran el proceso de la transmisión de noticias y de opiniones.

Son las nuevas formas del fariseismo que agobia a las sociedades dispuestas a practicar el llamado darwinismo social, basado en la primacía del dominio del más fuerte, y que es, en pocas palabras, el macanazo neolítico, la dentellada jurásica. Son las nuevas formas, decía, del capitalismo salvaje aupado en el mito de la globalización. Se trata, en suma, de demonizar al Estado benefactor y de deplorar, usando la parafernalia cibernética, sus errores (y los tiene, pero en su rostro nunca ha dejado de ser humano) y sus debilidades, muchas veces producto de una preocupación por la justicia social.

Decía George Orwell en un memorable artículo escrito en la Barcelona masacrada por la contienda civil: "La verdadera libertad de prensa consiste en decir todo aquello que la gente no quisiera que le dijeran''. Esta es, sin duda, una tarea ardua y frecuentemente sujeta a las deformaciones producidas por la corrupción o por el mesianismo, por la calculadora frialdad antihumana de William Randolph Hearst y sus secuaces, o por la delirante y antihumana fiebre crematoria de los fundamentalistas de todos los signos. En fin, volvamos a Umberto Eco y a su teoría de Los apocalípticos y los integrados.

En un país como el nuestro tenemos que decir a la opinión pública todo lo que no quisiera escuchar, y de esta manera proponer el proyecto de nación que, de acuerdo con nuestro leal saber y entender y con la materia de nuestros sueños, es el que deberían realizar los partidos políticos, los movimientos ciudadanos y esa entelequia que, a veces, se hace patente y a veces parece no existir, a la cual llamamos esperanzadamente, sociedad civil.

De esta manera, nuestra obligación consiste en la defensa de la democracia, en la reprobación de las trampas electorales o de la compra de votos, prácticas delictuosas que el cinismo de los inmovilistas celebra de manera grotesca. Consiste, además, en la exigencia de respeto y reconocimiento de los derechos de nuestros hermanos indígenas y en la urgencia de abolir las desigualdades vertiginosas nacidas de una injusta distribución del ingreso. En fin, de proponer, dentro del marco de la más sencilla y comunitaria democracia, una serie de utopías hechas también de la materia de nuestros sueños, de la misteriosa urdimbre del pesimismo esperanzado.

Vale la pena celebrar

Proponer estos sueños y decir nuestra verdad son los momentos dorados de este oficio que se cumple por vocación o por obsesión. Por eso vale la pena que hagamos estas observaciones y celebremos la libertad de prensa, en una ceremonia en la cual convergen los poderes políticos, sociales y fácticos, pues nos sabemos sitiados por la violencia, la corrupción y la obcecada arrogancia de los poderosos.

Ya he hablado de los problemas que agobian a nuestro país, extendamos la vista y observemos al imperio neoliberal y a los civilizados y civilizadores europeos (vegetarianos en tierra ajena y caníbales en la propia, diría Vasconcelos) enfrascados en bombardeos, atroces limpiezas étnicas y errores estratégicos que arrojan cifras pavorosas de muerte y destrucción; extendámosla y veamos la miseria del tercer mundo y el salvaje dispendio de los cada vez más pocos poderosos. Esto nos obligará a regresar a una forma de patriotismo que, en el fondo, es un desesperanzado y urgente humanismo.

Decía López Velarde en un artículo publicado en 1921, al que dio el emocionante título de Novedad de la Patria: "Han sido precisos los años del sufrimiento para concebir una patria menos externa, más modesta y probablemente más preciosa.

En esos años, nuestros pueblos se habían vuelto edenes subvertidos" y abundaban los muchos desatentos y las gentes sin amor, siempre dadas a encogerse de hombros y a refugiarse en el descuido y la ira, que son los peores enemigos de la convivencia''.

Ahora, frente a la violencia, la voracidad y la arrogancia de los nuevos fariseos, es necesario renovar la exigencia de justicia implícita en el poema mayor del padre soltero de nuestra poesía: "Suave Patria, te amo no cual mito sino por tu verdad de pan bendito''. De esas enormes cosas pequeñas está hecha nuestra casa común, están hechos los miembros de nuestro grupo zoológico, están hechos los periodistas, los informadores que en cada palabra afrontan los hermosos riesgos de la libertad.