Como ocurre en toda coyuntura electoral, y de manera relevante con el advenimiento del 2000, se va conformando un gran espacio político que da cabida lo mismo a las más diversas propuestas, intenciones, fintas y polémicas, que a los primeros acuerdos o diferencias que asoman ya en el escenario social de la ciudad de México.
Ahora que se está discutiendo y ponderando en el seno de los partidos políticos, agrupaciones cívicas y organismos sociales la posibilidad de generar alianzas en el Distrito Federal, se registran ya ofertas políticas, pero también incipientes confrontaciones, como si fuera el primer acto de una obra con final incierto.
Así, por ejemplo, apenas el PRD anunció que invitaría a PAN, PT y PVEM para la posible creación de una alianza, el dirigente de Acción Nacional en el Distrito Federal se pronunció en sentido contrario y rechazó tal posibilidad.
Si bien son plausibles este tipo de invitaciones, suscitan a la vez muchas interrogantes y, en algunos casos, hasta suspicacias, sobre todo si sólo se centran en el propósito de frenar el regreso del PRI al gobierno del DF, pues podría darse la impresión de que los resultados de la gestión actual son insuficientes y hasta negativos como para refrendar el éxito electoral obtenido en 1997. Es decir que mientras que a nivel nacional se pretendería derrotar al PRI, en el caso del DF se interpretaría en el sentido de evitar una derrota y que ese partido asumiera de nueva cuenta el gobierno de la gran metrópoli.
Además, gravitan aquí en la capital los factores que en el plano nacional de hecho distancian y complican una coalición PRD-PAN, como son entre otros: sus fuertes precandidaturas que figuran ya competitivamente en los medios de comunicación, en el ánimo de los ciudadanos y hasta en las encuestas; las diferencias en sus plataformas y programas básicos; las desaveniencias en las votaciones de leyes sustantivas en la Cámara de Diputados; y el torpe apresuramiento de ligarse al PT, que tan cuestionado ha sido por parte de diversas agrupaciones políticas. Más aún, el grado de dificultad aumenta en términos del ejercicio de las prerrogativas y la distribución de los recursos financieros, respecto a un desventajoso y desalentador Cofipe, en materia de coaliciones.
Pero, además, en este caso habría que considerar otras cuestiones que igualmente tendrían que superarse. Tan sólo en lo que se refiere al jefe de Gobierno capitalino, existe una amplia baraja de aspirantes por parte del PAN, el PRD y otros partidos, que legítima y procedentemente podrían de una u otra forma registrarse, y que de limitarse resultaría contraproducente, como también lo sería el riesgo de que se dispersara el voto en las elecciones primarias, eligiéndose entonces a un candidato que no contaría con mayores consensos. En estos partidos habría, de entrada y de cada lado, entre ocho y diez precandidatos, como de hecho ocurrió en las filas perredistas en 1997, que a fin de cuentas se simplificó debido al enorme peso político de los dos contendientes centrales: Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano y Porfirio Muñoz Ledo. Así también todavía influyen las álgidas confrontaciones de los panistas con el PRD en la actual ALDF, y las acervas críticas de dicho partido, así como del PVEM y ocasionalmente el PT, en contra del actual gobierno del DF.
Como segundo acto, y a reserva de que todos los que incidan en estas alianzas y coaliciones dialoguen y deseablemente lleguen a acuerdos, las opciones podrían apuntar, por ejemplo, a un compromiso de que, independientemente de quién gane la elección, y en caso de no coaligarse, se instrumente y asegure la reforma política integral del DF; o a tener candidaturas comunes en algunas delegaciones y cabildos (si los hay), así como en ciertos distritos, sean federales o locales, y también en la lista de senadores, que a fin de cuentas propicien conseguir una mayoría opositora en la ALDF y en el Congreso de la Unión.
No basta, pues, tender puentes a favor de un cambio real y pleno hacia la democracia y a la transformación de las instituciones públicas. Si no se sustenta en estrategias inteligentes y pactos responsables podría desembocarse en un tercer acto, sin saber cómo se llamó la obra o, lo que es lo mismo, en una tragicomedia a la mexicana, en palabras del escritor José Agustín.